«En Japón, la vibración de las palabras crea el mundo». A mitad de libro, Lola Nieto (Barcelona, 1985) se decanta por esta expresión que bien podría ser la que resume el espíritu del libro. La isla desnuda es un homenaje a Japón, a la vez que una declaración de esa increíble virtud que es la de reconocer que apenas uno entiende alguna cosa de entre los millones de sucesos que le rodean. Y esas pocas cosas que Nieto alcanza a entender tienen que ver con algo más que los sonidos de las palabras, a las que da un valor artístico y emocional muy alto, porque se refugia con frecuencia en la etimología para dar sentido a lo que escucha, a lo que lee, a lo que se habla. La etimología es un recurso explicativo, aclarativo, que define de forma que se va enriqueciendo nuestro lenguaje, y con él nuestras sensaciones. De hecho, será el sentido emocional de las palabras japonesas, a las que resulta más complicado rastrear etimológicamente, el que nos indique por qué Lola Nieto viaja a Japón: para encontrarse con esa forma de poner el propio corazón al desnudo que es, o puede ser, la poesía.
Enamorada de la cultura que nutre esa parte del mundo Nieto elabora un dietario que surge de lo que carece de explicación, al menos si intentamos explicar una cultura a través de los parámetros de otra. Allí donde no llegan los antropólogos o los etnólogos, deberían intentar llegar los poetas. «Fui a Japón a perder», confiesa. Y es que a medida que uno avanza en la lectura de estas piezas, a veces tan pequeñas como un aforismo, va descubriendo que lo que la autora transmite, con éxito, es la sensación propia de extrañeza, de extrañeza de vivir, de la extrañeza que surge al preguntarse uno qué es esto que ha vivido. Y es entonces cuando brotan las debilidades de la autora, que confiesa sin rubor, porque no pueden ser más humildes y más sensatas: las leyendas, los perdedores, los antihéroes o las paradojas. Sí, también las paradojas, como las que contiene el budismo, que es capaz de hallar la paz en ellas: «Se me ocurrió pensar que quizá fui a Japón para aprender a cuidar tranquila del sufrimiento», o «escribo para perder / y tocar la ternura».
Aunque a veces la fragmentación da la sensación de tender hacia el nerviosismo, como si la escritura fuera necesaria para tranquilizarse, lo que se impone es cierto deseo de espiritualidad. «¿La música sana o enloquece?», dice en una de las primeras páginas, poco antes de hablar de la «charla diaria con las heridas», que es una buena forma de definir un dietario emocional. Cuando uno entra en debate con los fantasmas, tanto los que ha ido incorporando desde su pasado como los que le salen al paso en las nuevas experiencias, llega un momento en que habla para sí desde esos instantes que están entre el sueño y la vigilia; Lola Nieto ha sido capaz de captarlos y quedarse ahí, y desde esa extrañeza mostrarnos cómo nos afecta la experiencia de un viaje, en qué consiste eso que conocemos como viaje interior. De hecho, a medida que progresa, vamos conociendo más sobre ella o, para ser más exactos, ella se va conociendo un poco mejor. En realidad, descubre las formas de la música —interior y exterior— que la ha acompañado durante el viaje, esa que le lleva a la admiración cultural, que es lo mismo que intentar comprender, que es lo mismo que el aprendizaje: resolver, aunque sea a escala nanométrica, un poco más esa pregunta acerca de quiénes somos.
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Autora: Lola Nieto. Título: La isla desnuda. Editorial: La Caja Books. Venta: Todos tus libros.
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