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La vida es eso que te pasa por encima

La vida es eso que te pasa por encima

Dirigir periódicos no debe de ser tan difícil si te da tiempo a escribir libros. Nacho Cardero, director de El Confidencial, ha escrito uno entre hospitales y elecciones, exclusivas y gráficas, corbatas y redactores de la competencia. Se titula Aquello que dábamos por bueno (Espasa) y sale todo lo anterior, menos los redactores de la competencia.

Dirigir un periódico es como dirigir un equipo de fútbol. No por la táctica, la estrategia o el gol, sino porque lo normal es que tarde o temprano lo dirija otro. Durar y dirigir no siempre se llevan bien. A los periodistas les gusta quitar ministros y a los ministros les gusta quitar directores de periódicos. Es un juego en lo más alto de la tabla, putearse.

David Jiménez escribió su libro sobre dirigir periódicos (El director, Libros del KO) cuando dejó de dirigir El Mundo. Decía muchas cosas nocivas sobre las líneas de sombra, los consensos penumbrosos y las vanidades bien pagadas del mundo del periodismo. Pedro J. Ramírez, por su parte, ha escrito muchos libros sin dejar nunca de dirigir cabeceras informativas. Quizá para durar ahí arriba es mejor escribir los libros antes de que te echen, como una amenaza de bomba.

"Madurar es ir viendo que lo que dábamos por bueno, al final, depende de ti. De que te des por bueno a ti mismo"

El libro de Cardero (que dirige el periódico donde escribo, por si no habéis notado nada aún) es extraordinario y maravilloso y fundamental. No. Es un libro malísimo, horrible y espantoso. No. Lo cierto es que se trata de un libro humilde. Es un libro escrito sin ánimo de dirigir nada.

Eso es bonito por lo general, escribir humilde. Aquello que dábamos por bueno trata de las cosas que se caen, de la guerra que avanza; de la guerra de la vida que avanza y, de pronto, te sitúa en la primera línea del frente. Creías que tus padres paraban los golpes, que la policía estaba para algo, que los hospitales hacían milagros, que había leyes y eso. Leyes que se cumplen, digo.

Luego resulta que no puedes dar nada por sentado, firme y fiable. Es todo como de ir a traicionarnos mañana.

Madurar es ir viendo que lo que dábamos por bueno, al final, depende de ti. De que te des por bueno a ti mismo. Por buena persona, por ciudadano que cumple el único deber del ciudadano: hacer habitable su ciudad. Sin eso, no hay sociedad, no hay seguridad para nadie, y estamos en la vida intolerable del ring recíproco, a los golpes unos contra otros, como en un cuadro de Goya con garrotes.

Aquello que da uno por bueno es, sin duda, lo que era sólido, como escribió Karl Marx, un pijo alemán. Todo era sólido hasta que empiezas a pagar las primeras facturas, a cobrar las primeras nóminas y a tener los primeros hijos. Poco a poco, ya no haces pie como antes. Un portugués lo dijo más pugilístico aún: “La vida es como si me golpearan con ella” (Fernando Pessoa).

"Seguramente ya no se escriben autobiografías porque hablar de uno mismo a palo seco se nos antoja una impertinencia. Hay que mezclar la propia vida con el IPC o con una guerra"

Cardero escribe su ensayo como lo escribimos todos: dejándose revelar por la prosa. Parece que el ensayo va de un tema, uno en principio atractivo para los lectores, pero al final cualquier ensayo acaba yendo de ti mismo, porque el tema lo has elegido para eso. Se hace hoy más autobiografía en forma de ensayo que en forma de autobiografía. Seguramente ya no se escriben autobiografías porque hablar de uno mismo a palo seco se nos antoja una impertinencia. Hay que mezclar la propia vida con el IPC o con una guerra.

Nuestro autor, bien avanzado el libro, nos habla de su llegada a Madrid. Son páginas muy reconocibles. Desde la provincia de “la mirilla de la vecina” se llega a la capital del “anonimato”, “con la excusa de unos estudios que seguramente podríamos haber realizado en otra localidad”. Al principio, todo bien, la libertad y la taberna. Luego, no: “una máquina de picar carne”, la capital de España. Habría mucho que decir sobre todos esos muchachos y todas esas muchachas de provincias que llegan a Madrid y consiguen morir en Madrid, con hijos madrileños e hipotecas universales. El sueño de cualquier recién llegado es tener al final una hipoteca de treinta años en Madrid. Eso es el éxito.

Cardero acabó de director de periódicos con apenas 30 años, sin duda para tener algo que que contar en su Guadalajara de nacimiento, y desde esa posición privilegiada nos cuenta la vida española de los últimos cinco o seis años. Sale la pandemia, sale la familia y la muerte, salen rascacielos y despachos, y el rey de España un poco. Y Madrid, “la ciudad del PODER, con mayúsculas”.

"Aquello que dábamos por bueno tiene como núcleo irradiador la fragilidad. Al contrario de lo que se piensa, frágiles son los adultos, y no los niños. Los niños maduran hacia la fragilidad"

Algunos trozos de Madrid son descritos con dulzura: “La Finca se asemeja a una jaula de oro, máxima seguridad, máximo lujo, donde se instalan grandes tecnológicas como Microsoft, banqueros venezolanos, gestores de venture capital, jugadores de fútbol, mecenas del arte, delincuentes y narcotraficantes varios”. Todos ellos están muy preocupados por el precio de los alquileres, sí.

Cuando se mira fuera del eje del mal y del oro, se ven cosas tristes. “Nunca se han tirado tanto al Metro como ahora”, le confiesa al narrador un doctor del Hospital 12 de Octubre. El suicidio y La Finca: entre esos dos extremos se estira la capital de España, en un muestrario de vidas inagotable. “La excepción fueron los meses de pandemia, durante los cuales se contabilizaron menos casos porque la gente estaba en casa más controlada y no podía salir a la calle y tirarse al metro o estrellarse con el coche”.

Aquello que dábamos por bueno tiene como núcleo irradiador la fragilidad. Al contrario de lo que se piensa, frágiles son los adultos, y no los niños. Los niños maduran hacia la fragilidad.

“Noventa minutos es lo que dura la fragilidad. Noventa minutos es el tiempo que transcurre desde que un hombre toma la decisión de quitarse la vida hasta que realmente se la quita. Los profesionales de los teléfonos de prevención aguantan la llamada todo lo que pueden”.

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