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La vida privada del desamor

Quince relatos contemporáneos que no son cuentos. Escritos por Ignacio del Valle (Oviedo, 1971) y reunidos en Diez personas que arden (Menoscuarto, 2024), que es el título del último relato de la colección de quince, que me recordó a un alternativo final atómico donde Truman Burbank se hubiese despedido, para siempre, de su show. Los relatos no están imbricados, solo algunos; temáticamente, digo. Y hay para todos los gustos, aunque el hilo conductor de la mayoría, el nudo gordiano que predomina, en al menos más de la mitad, es el hastío que aparece en una relación de pareja, la languidez normalizada, la tibieza que carcome el amor; y sus consecuencias, por supuesto: «sensación de agotamiento absoluto», «intentar un viaje, un lugar diferente», «hicieron el amor por primera vez en mucho tiempo», «me estoy quedando atrás», «dice que no le gusta que la controlen», «los más fuertes cogen lo que quieren. Incluso las mujeres de los demás», «la rutina mata», «los días son cada vez más largos», «le he puesto los cuernos a mi mujer», «¿cuántas veces hay que acostarse con alguien para eliminar la adicción, para neutralizar la fascinación?»

"Relatos rebosantes de costumbres, algunas muertas, que terminan desembocando en un sumidero que es en realidad un mollejón donde se muele el amor, hasta que desaparece"

Los anteriores no son simples enunciados. Cada uno está extraído de los relatos de esta colección. Fascinante en algunas piezas: por las descripciones tan plásticas y tan bien coloreadas donde lo trágico y la desesperación arrollan, por el ritmo narrativo, por cómo dosifica la información el protagonista, o el cornudo, o el narrador, ¡viva el narrador de cada uno de los relatos!, por la cultura destilada, por la psicología ni prototípica ni huera de los protagonistas, ¡y de los narradores! (no los olvido, es imposible olvidarlos): mester traigo fermoso, no es de juglaría, sino de clerecía… Aunque hay pecado. Pecado hay, sin duda. Conciban el concepto como les dé la gana. Y es que, en el rebosadero de las relaciones de pareja, aparece un estilema muy bien definido, incluso extendido a un relato tan satélite como el que recrea la rutina diaria de un protagonista como Salinger en Normandía y en la batalla de las Ardenas, en el bosque de Hürtgen, donde al finalizar, este se preguntaba que dónde estaba Dios. Una pregunta que se hizo de verdad y un relato que entronca, no solo con una magnífica biografía de Slavenski sobre el americano (J. D. Salinger: Una vida oculta), sino con el resto de los relatos. Y es que el hilo del desamor continúa: “Matábamos como alemanes y violábamos como ellos”. Sin amor, claro; en continuas y puras orgías masturbatorias. Ni Baco ni las bacantes estaban; tampoco Eros.

Hay fragmentos, incluso contextos dentro de los relatos, ambientes más bien, que recuerdan al estilo de Delibes. Ese donde el vallisoletano, por ejemplo, recordaba la desazón, la emoción que le producía, después de muchos años casado con Ángeles, su mujer, escuchar cómo esta sacaba las llaves del bolso para abrir la puerta. Y así Del Valle: «me gustaba oír el tintineo de sus llaves en la puerta cuando llegaba a su casa». Relatos rebosantes de costumbres, algunas muertas, que terminan desembocando en un sumidero que es en realidad un mollejón donde se muele el amor, hasta que desaparece.

"Ama y haz lo que quieras, decía un santo; o cuenta el tiempo en latidos. El matrimonio nunca es una inercia"

Pero hay una pega en Diez personas que arden, y son algunos finales, que parecen prefinales, que reparte mucha baraja de posibilidad a la imaginación. Si bien todo estriba, como dice uno de sus protagonistas, en «provocar inevitablemente variantes creativas en el texto», en ocasiones son colofones muy abiertos, muy simbólicos, con una vibración imaginaria muy sostenida en el tiempo que termina embarrando al relato en su conjunto. Se nos debe, por así decirlo, una resolución protagonista, un final rotundo, por concreto y preciso.

Pero Diez personas que arden, al final, es una buena reunión de textos literarios donde una secta, un soldado, la concepción de la escritura como diosa protectora, el registro diario de pensamientos sobre el otro, el buen tempo narrativo, la hija que fallece siendo un bebé, un mal noviazgo que degenera en el escarceo diario a los cincuenta, el puto Lowry, olvidar cómo se jugaban a las canicas, un perro y un fraile copista que no traduce palabra por palabra (porque produciría monstruos), un compositor que termina ardiendo por cómo trabaja y un aborto que produjo un desastre terminan, en Diez personas que arden, consumiéndose donde nadie quisiera consumirse, es decir, en el desamor más frío. Ama y haz lo que quieras, decía un santo; o cuenta el tiempo en latidos. El matrimonio nunca es una inercia.

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Autor: Ignacio del Valle. Título: Diez personas que arden. Editorial: Menoscuarto. Venta: Todos tus libros.

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