¿Cuáles son los verdaderos resortes de la vocación literaria? ¿Qué anima a las personas a dedicar tanto tiempo, tantos desvelos, tanto afán, en una actividad que, al parecer, sirve de poco a los empeños materiales de la humanidad? Como aconseja el escritor Armando González Torres, en todo caso, bueno es sopesar, con toda sinceridad, la naturaleza del llamado a la escritura creativa, pues eso ahorra mucho tiempo y conflictos. Y con total ironía, agrega: “Si aspiras al ascenso en el mundo literario, apenas tienes que leer y escribir: mejor utiliza tu olfato y competencias sociales; amplía tu círculo de influencias en todos los ámbitos (recuerda que la prominencia política o económica también es intercambiable en el medio literario); acude a tertulias, ofrece fiestas y cócteles; acércate a escritores influyentes, editores, críticos y agentes literarios; no dejes que nadie se te escape sin halagarlo, imponerle un manuscrito o solicitarle un favor; participa en mesas y presentaciones siempre con palabra ligera y elogiosa; lee periódicos y cultiva temas de actualidad e interés; multiplica, más que tus obras, tu presencia; satura y circula, y nunca te detengas en anacrónicas consideraciones de calidad o congruencia, pues para triunfar no importa que te lean, sino que te identifiquen”. Consideraciones nada baladíes las de González Torres, quien abunda en reflexiones sobre la creatividad y la vida intelectual en su nuevo libro, titulado La lectura y la sospecha (Cal y Arena), una obra de lectura muy recomendable en estos tiempos de veleidad y pluma fácil, de abundantes y soporíferos textos, cuando todo el mundo escribe sus memorias sin haber llegado a la madurez, por el mero hecho de contar con miles de seguidores en las redes sociales. Buá. Pero González Torres no es que desanime al creativo, pues si, por desgracia, como dice, el motivo de la vocación es menos práctico y, por ejemplo, se quiere escribir pese a la falta de reconocimiento y satisfacciones inmediatas, si se concibe la escritura como una advocación personal, o hasta una enajenación, entonces, claro, hay que desarrollar otras destrezas, pues una pulsión nos consume y se tiene la tentación irresistible de escribir y hasta de pensar que podría ser una profesión valiosa. “Si te piden razones para la rara elección vocacional, acaso tendrás que acudir a motivos confusos, como esa sensación de pasmo y revelación que experimentas ante determinados textos”, señala. Aunque no nos llamemos a engaño: hay quien acude a la escritura, como apunta González Torres, por razones más concretas y mundanas, y piensa que escribir brinda prestigio social, abundantes reflectores y sex-appeal. ¿Cuál es su caso, hipócrita lector?
La semana pasada se inauguró en la Ciudad de México la primera Feria Internacional del Libro de la Cámara de Diputados y sus señorías sacaron a relucir sus títulos favoritos en un ademán de “aquí solo mis chicharrones truenan”. Algunos de los políticos se despacharon a gusto con sus tres libros preferidos, haciendo alarde de sapiencia y altura cultural, faltaría más. Por ejemplo, Mario Delgado, coordinador en la Cámara de Diputados del partido gobernante, Morena, expuso que “ahorita” estaba leyendo un libro de Ben Rhodes, el speechwriter que le escribía los discursos a Barack Obama, titulado El mundo tal cual es; que le gusta Momentos estelares de la humanidad, de Stefan Zweig, y, claro, citó a los clásicos, aunque solo pudo referirse a una obra del siglo XX, El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez, “muy romántico”, dijo sin empacho. Por su parte, el líder del conservador Partido Acción Nacional en la Cámara, Juan Carlos Romero Hicks, expresó que uno de sus autores favoritos era Jorge Ibargüengoitia, de quien solo pudo mencionar una obra: Estas ruinas que ves, y que también tenía mucho que decir sobre la obra de Carlos Fuentes, aunque no recomendó un solo título. El diputado priísta Héctor Yunes Landa fue más lejos que ninguno y expresó que uno de sus autores favoritos era Nicolás Maquiavelo, porque leía sobre todo, dijo, libros que tienen que ver con política: “Lo que tiene que ver con Maquiavelo, El príncipe, es lo que leo normalmente, y lo he hecho desde la secundaria. Yo siempre he sido un asiduo lector, era mi hobby de chamaco, ahora menos por las tareas que tengo, pero lo sigo haciendo”. O sea, que la lectura de Maquiavelo no se le acaba al licenciado Yunes. Pero bueno, la primera Feria Internacional del Libro de la Cámara de Diputados quiso ponerse del lado de la cultura, y así sus señorías tuvieron a bien obsequiar seis mil libros a los asistentes, además de gestionar (ya se sabe que son duchos en esto) descuentos de entre un 20 y un 30 por ciento por parte de las 26 editoriales participantes. El diputado Ricardo de la Peña Marshall, presidente del Consejo Editorial de la Cámara de Diputados e impulsor de la feria, explicó que el objetivo era que el poder legislativo “coadyuve a promover el hábito de la lectura y la difusión de la cultura en México”. Ojalá los diputados hayan sido los primeros en comprar muchos libros y los lean de verdad y ejerciten el manido hábito de la lectura. No por el bien de México, que ya sería, sino por el de ellos mismos. Que aunque presuman, no andan sobrados.
LOCURA Y POESÍA
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