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La voluntad de leer

Hace algún tiempo escuché a Manuel Vicent decir que hay dos formas de leer: boca arriba y boca abajo. La primera supondría una lectura lúdica, hedonista, de sofá, cama o playa, de mero gozo y pasatiempo; y la segunda entrañaría un acercamiento más sesudo, diríase estoico, de silla y escritorio, de codos sobre la mesa. Defendía el escritor —acaso acertadamente— que la lectura que hace volar es sin duda la primera. Y razón no le falta. Así, por ejemplo, muchos cruzamos el Egipto antiguo de Sinuhé, embarcamos en el Nautilus, perseguimos a Moby Dick o habitamos Fantasía, Nunca Jamás, la isla del tesoro y otros sueños y narraciones que nos divirtieron y dignificaron. Son en realidad millones de personas las que viven hoy en la imaginación que ofrece el legado más accesible del junco, donde cada manifestación, por más mediocre que les parezca a algunos, es digna de loa en la medida que hace vivir a quienes les falla la vida.

Dicho esto, y descartada toda posición elitista, me gustaría reivindicar precisamente la segunda: ese leer exigente en la selección y exigido por su indispensabilidad. Pues a veces, aunque no lo crean, los libros no tienen por qué procurar placer (al menos no inmediato). De hecho, hay textos de extrema necesidad —coincidentes casi siempre con los considerados como «clásicos»— que demandan un esfuerzo considerable, una desafiante intelección, una lectura tan sosegada como crítica y activa, y cuyo contrato promete amarnos si también estamos dispuestos a aprender a amarlos. Escribe Emilio Lledó que «si nos acostumbramos a ser inconformistas con las palabras, acabaremos siendo inconformistas con los hechos». Cierto: la no aceptación de lo que viene dado consiste en sujetar a menudo lo que nos mueve, y esta postura apela a la voluntad. Digamos que no pone el foco en lo que los libros pueden hacer por nosotros, sino en lo que estamos dispuestos a entregar por ellos. Este es el motivo por el que defender a los clásicos desde su inmediato divertimento o amenidad casi siempre termina en fracaso.

"La voluntad, entendida como la capacidad para llevar a término decisiones libres sometidas a la razón, se hace indispensable a la hora de entregarnos a ciertas obras"

Los textos que han sobrevivido al tiempo, que se han probado contra el olvido, la tiranía y la barbarie, han alcanzado un estatus de sacralidad. Sin embargo, la distancia que media entre su tiempo y el nuestro puede parecer insalvable: en ocasiones, su honda, densa y sobria manera de revelarnos el terror que nos produce saber quiénes somos contrasta con la superficialidad que buscamos hoy, con la vacuidad que conseguiremos mañana. No pretendo engañar a nadie: «sagrado» y «sacrificio» comparten la misma raíz, indicio claro de que, como apuntó Platón, lo bueno es difícil (χαλεπὰ τὰ καλά). Siglos después, Séneca inmortalizó también su «Non est ad astra mollis e terris via»: «No hay camino fácil de la tierra a las estrellas». No se equivocaba Chesterton: las «nuevas ideas son apenas fragmentos rotos de viejas ideas».

Como Luis Alberto de Cuenca, no creo en la dicotomía de alta y baja literatura; solo en la buena y la mala. Esto significa que un gran cómic puede ser tan nutritivo para el alma como un excelso tratado filosófico; y un pésimo poema tan nefasto para la emotividad como una insulsa novela negra. No es cuestión de géneros, sino de calidades. Y lo sublime, por sublime —es decir, por su estar por debajo de lo que está, de lo evidente, por tener una profundidad admirable—, necesita habitualmente de un trabajo de mina, de sudor. Mark Twain decía que un clásico es un libro que todo el mundo quiere haber leído y nadie quiere leer. Normal: el esfuerzo ennoblece, mas no suele agradar. Solo la recompensa última —si la hay— podría aliviar la fatiga. Por ende, la voluntad, entendida como la capacidad para llevar a término decisiones libres sometidas a la razón, se hace indispensable a la hora de entregarnos a ciertas obras; sobre todo cuando su dificultad emerge y su divertimento se posterga o, peor aún, no aparece.

"Siento haber derruido el romanticismo que se adjudica a la literatura; sin embargo, hay escritos fundamentales cuya esencia no es deleitar"

Siento haber derruido el romanticismo que se adjudica a la literatura; sin embargo, hay escritos fundamentales cuya esencia no es deleitar. Le sucede también al árbol: su espesura permite que el pájaro cantor se esconda del ave rapaz, pero no es su telos, su propósito, si acaso una inesperada consecuencia.

Verán, ante la pregunta «¿qué es lo más difícil de conocer?», la única respuesta posible para la escuela pitagórica era «conocerse». Ahora bien, un clásico —ya sea antiguo, moderno o contemporáneo— es, como lo definió Italo Calvino, aquel texto que sirve para definirnos a nosotros mismos en relación y quizás en contraste con él. Resulta lógico entonces que entrañe alguna complejidad, que nos exija como lectores y humanos. Lo mínimo que podemos hacer ante tamaña recompensa es resistir, responsabilizarnos, perseverar en la lectura, aun cuando esta sea o se vuelva ardua, no olvidar que hubo hombres y mujeres que nos ofrecieron barcos robustos para navegar los malos tiempos, mapas que nos señalaron el camino hacia lo que fuimos, hacia lo que somos y seremos, tanto en su vileza como en su bondad. «Con los clásicos —nos dice Irene Vallejo— te sientes en casa». Y un hogar se cuida, no se abandona al primer inconveniente. Pues, si algo nos ha enseñado la historia del fuego, es que, para sentarse al calor de la hoguera, uno debe adentrase en el frío bosque y recolectar la leña con fructífero y mañoso denuedo. Así: la voluntad de leer.

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Santiago Cerro el Gorrión de las Ondas
Santiago Cerro el Gorrión de las Ondas
13 ddís hace

Enhorabuena por segunda vez por este bello artículo donde vivimos amor, filosofía, bibliografía, poesía y sobre todo papirovida.
Gracias por haber vuelto a darle luz a este letrado Lázaro que el paso de este loco y rápido tiempo de inmediatez condena a la inmerecida oscuridad del olvido.
El artículo comienza con las posturas ante la literatura del gran Manuel Vicent, boca arriba y boca abajo, las cuales comparto. Dos posturas que practico (aunque con el paso del tiempo se trocó en boca abajo), dos posturas que tienen hilos comunes: la vista, la espalda, el cerebro y el alma.
Boca arriba: como en un viaje, te hace reclinar el asiento, volar, viajar…
Pero boca abajo, para mí, incluye lo anterior y mucho más. Es más costosa la forma porque como dice Fernando Savater hay que pagar con esfuerzo y tiempo, es decir, con atención, pero el resultado es el disfrute del conocer, de alimentar al alma con la sabiduría.
La sacralidad del acto de leer está excelentemente expuesta por Ismael, comulgo con todas sus letras del artículo, por no extender más este humilde chiar , dar gracias al autor porque en todo momento el artículo desprende el calor del amor, el conocimiento a nivel técnico, que sería inútil sino fuera porque lo acompaña la filosofía, bibliografía, poesía a la hora de plasmar las ideas de esta apasionante forma de vivir que nos da la lectura.
Muchísimas gracias por el artículo que hace que vuele bajo…
Santiago Cerro el Gorrión de las Ondas.

Isabel
Isabel
13 ddís hace

Magnífico. Es curioso cómo hemos aceptado que para ser mejores en cualquier ámbito, debemos esforzarnos; sin embargo, la lectura parece que sigue siendo un mero pasatiempo, de modo que no dudamos en abandonar las lecturas que merecen la pena. Cuiden el intelecto, resistan con aquella literatura que nos hace mejores.

Gabriel Curbelo
Gabriel Curbelo
13 ddís hace
Responder a  Isabel

Los libros que no valen la pena , no valen la pena. Así de simple , hay tanta basura escrita que uno no puede perder el tiempo con ellos.
Un simple ejemplo es ver la editorial que lo imprimió , si lo hizo Amazon es porque es una basura redituable , no es lo mismo que Sopena por ejemplo.
Un libro de Sopena aunque sea vale la pena abrirlo y curiosear con lectura ráoida algunas páginas antes de comprarlo , con Amazon no me tomo esa molestia , ta sé que lo que hay dentro es basura comercial.

Encarnación Méndez Seara
Encarnación Méndez Seara
11 ddís hace
Responder a  Gabriel Curbelo

Gabriel, en Amazon encuentra de todo si sabe buscar. A menos que considere El Infinito en un junco de Irene Vallejo basura literaria, claro.

Poli
Poli
13 ddís hace

La lectura es un acto voluntario, sí, pero es reciproco y proporcional. Cuanto más le das a ella más te devuelve ella a ti. Muy buen artículo.

Fran García
Fran García
13 ddís hace

Qué grata sorpresa leerte por estos lares, Ismael. Una vez más, agradecido de poder nutrirme a base de tus reflexiones y lecturas. Es un placer leer a través de ti y ver cómo arrojas luz a esos clásicos a los que tanto le debemos.
Gracias, Ismael.

Regalado Pedrajas
12 ddís hace

Muy buen artículo. Aunque solo coincido con una de las dos ideas que transmite. Sí, es honesto admitir que no toda la literatura tiene que ser ociosa ni espontánea. Buena parte de ella exige esfuerzo y agencia; en realidad, como todo en la vida que nos desagrada.

Me gustaría desidealizar parcialmente los clásicos. Por una parte, para que hoy sean tales, tuvieron que ser otrora éxitos de ventas: ¿qué ha cambiado? ¿Somos de verdad 8000 millones de idiotas? ¿Por qué Crimen y Castigo o Fortunata y Jacinta nos resultan obras maestras infumables? En parte, porque se diseñaron para ser muy largas. Se publicaban por fascículos, sin apenas competencia editorial y con una ambición de longitud y barroquismo. En un contexto de ocio muy limitado. Que es lo contrario a lo que se valora ahora.

Me niego a pensar que grandes autores contemporáneos serían incapaces de replicar esas obras. Simplemente, nos hemos adaptado por selección natural a otros formatos. Algunas de esas obras maestras están superadas. No todo tiempo pasado fue mejor. Tampoco, en literatura.

René
René
12 ddís hace

Valiosa y sensacional columna. Leí El Quijote a una edad temprana (antes era obligatorio en la educación) y solo Dios sabe lo que me costó leerlo. Hoy es el liebro que más recuerdo con diferencia. Por el camino he olvidado cientas de lecturas más cómodas