Seix-Barral acaba de reeditar La vida perra de Juanita Narboni, de Ángel Vázquez, cuarenta años después de que se publicara, con una nota editorial a modo de prólogo que hubiera hecho saltar lágrimas de felicidad al autor de la novela, en el caso de que siguiera entre los vivos, y no hubiera muerto tantos años atrás en la penuria económica, en el desamparo interior, y en la duda sobre su quehacer literario, al que le inducían las dos novelas medio acabadas que ocultaba en el cajón y que, según cuentan, quemó una noche antes de morir en una pensión macilenta de la calle Atocha.
Dicha nota editorial, que sirve de preámbulo a esta novela, resulta ejemplar para la labor de cualquier editor a quien importe la literatura en nuestro país, pues explica el empeño de traer al presente, como una voz de nuestro tiempo, una obra que se ha perdido en él, pero que merece escucharse al oído, intemporal, tal como nos hablan los mejores libros.
Es la voz de Juanita Narboni una voz que, como es sabido, no volverá a existir fuera de estas páginas. El habla de Juanita sintetiza la de aquellos españoles tangerinos que vivían, durante la segunda mitad del siglo XX, en una ciudad extrañamente cosmopolita, y a la vez andaluza, y a la que habían llegado desde generaciones anteriores en busca de trabajo o por apartarse de la España de los caudillos. Una voz popular, mixta, que suena a andaluz expatriado y que se va empedrando de una herencia secular, el habla de los hebreos sefarditas que tuvieron que exiliarse primero (al Norte de Marruecos fueron llegando los andaluces judíos y musulmanes desde los Reyes Católicos) y que tomó el nombre de yaquetía, tal como explica el propio Ángel Vázquez en el prólogo del libro: “Una lengua viajera. Lengua de emigrantes”. Una lengua nerviosa, excitada, cimarrona, entreverada, chispeante, aventurera. Y desventurada. Porque, además, es la lengua de la soledad.
Esta novela está tramada en un solo discurso: el pensamiento en forma de monólogo de esta peculiarísma Juanita Narboni, que con nada ni con nadie encaja, ni con la familia, ni con el mundo ni consigo misma y que esencia la desazón del ser humano de nuestros siglos, perdido en el laberinto de la falta de respuestas, pero al mismo tiempo con un vitalismo imparable, donde se siguen encendiendo, de cuando en cuando, en la oscuridad, algunas cerillas de esperanza.
“Ayúdame a no tropezar, Señor; tropiezo con todo”, se lamenta Juanita en un lugar de la novela. Ante lo que impone su propia cura: «Rompe, Juani, rompe con todo, con toda tu alma, ve rompiendo así todas tus equivocaciones”.
Nosotros, los lectores, la seguimos por toda Tánger, en medio de incontables circunstancias, calles, cines, bares, personajes de una ciudad-isla, cruce de multitud de caminos de la Historia, viviendo lo que hoy es imposible vivir salvo en esta novela, y sabiendo, como afirma la propia Juanita, que “somos como trenes en una estación llena de niebla”.
Salimos de ella, página tras página, más vivos que antes porque una Tánger desaparecida ahora habita en nosotros. Hemos compartido la perra vida de Juanita Narboni. Y, sobre todo, con ella, con su desbordar de palabras contra la muerte, hemos conseguido ladrarle al tiempo, para que se retire allí, más atrás, a su muda guarida, al lugar donde no existe la escritura.
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Autor: Ángel Vázquez. Título: La vida perra de Juanita Narboni. Editorial: Seix Barral. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro
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