Esta guionista francesa (Burdeos, 1976) se dio a conocer como escritora con La trenza, una exitosísima novela publicada en España por Salamandra, traducida a 35 idiomas, con más de un millón de ejemplares vendidos y que el próximo otoño será llevada al cine. En ella contaba la historia de tres mujeres cuyos destinos se entrelazaban. Ahora llega a España su segunda novela, Las vencedoras (Salamandra), otra bella historia de sororidad entre mujeres y una lección sobre la importancia del voluntariado. Son dos historias paralelas, la de Blanche Peyron, voluntaria del Ejército de Salvación, en Francia hace ya un siglo, y la de Solène, abogada y con una vida aparentemente estable pero que decide dar un cambio y recordar qué es lo que de verdad importa.
—¿Cuál fue el origen de esta novela?
—Hace algunos años llegué por casualidad al barrio donde está situado el Palacio de la Mujer. Tenía una cita profesional y me había perdido; me encontré de repente delante de este Palacio y fue el nombre lo que más me intrigó: «Palacio de la Mujer». Hay varias placas que explican qué es este edificio, y me pareció muy interesante. Se me ocurrió que podría ser buena idea investigar sobre este lugar y abordar la cuestión de la condición de la mujer en nuestra sociedad, la precariedad de muchas de ellas que viven marginadas.
—El edificio, que he visto en fotografías, es grandioso, y es el centro de esta gran historia de mujeres.
—Sí, así es. Es enorme y muy bonito. Me planteé escribir un libro donde el eje principal fuera el edificio, visto a través de las diferentes mujeres que lo habitaban y a través de la mujer que lo creó.
—En la novela transcurren dos historias paralelas, la de Solène, una mujer de hoy en día, abogada de 40 años que ha sufrido una depresión por un burnout en su trabajo, y la de Blanche Peyron, miembro del Ejército de Salvación y fundadora del Palacio de la Mujer.
—Pensé que era la mejor manera de contar la historia y la función de este edificio. Por un lado, quería hablar de Blanche Peyron, una mujer real sobre la que me documenté mucho, jefa del Ejército de Salvación en Francia y que fue una adelantada a su tiempo y, sin embargo, injustamente olvidada y borrada de la historia. Quería darla a conocer, revivirla de alguna manera. Encontré varios libros de la época que hablaban de ella y archivos del Ejército de Salvación y me di cuenta de que fue una mujer muy interesante, valiente y comprometida, además de ser una voluntaria muy empática. Estamos necesitados en nuestra sociedad de modelos como ella.
—Estuvo tan comprometida que incluso se olvidó de su enfermedad.
—Sí, la escondía para poder seguir ayudando. Trabajó estando muy enferma. Todos los elementos de su vida citados en la novela son exactos, excepto la escena de la bicicleta, porque sabía que Blache había hecho junto a una amiga el juramento de quedarse soltera. Tenía en ese momento un novio, al que dejó, y un día conoce a Albin y cambia de idea, acepta casarse con él, pero no sabía por qué, qué le hace cambiar de idea. Me faltaban esos elementos, me entraron ganas de escribir una escena que fuera un emblema de su encuentro, y se me ocurrió la escena de la bicicleta, que Albin utilizaba para desplazarse en su trabajo. En realidad era un velocípedo, y me imaginé cómo él le enseña a manejarlo y quería además que esa escena fuera muy visual y quedase para el lector como el símbolo de su asociación. Su marido Albin, fue un gran compañero y apoyo para ella. Es más fácil, ¡cómo no!, encontrar datos y documentos sobre él.
—Él la apoyó mucho. No era tan normal en esa época verla de igual a igual.
—Sí, formaron un equipo muy unido. Por eso hablo de amistad y de asociación, porque verdaderamente además de ser marido y mujer compartían unos valores y una lucha que fueron muy importantes para los dos. Albin firmó las escrituras del Palacio porque Blanche, como mujer, no podía tener una cuenta corriente ni podía firmar.
—Con la compra de ese Palacio arriesgaron mucho, por no decir todo, hasta su propio capital.
—Sí, estaban convencidos de lo que hacían y Blanche quiso arriesgarse hasta el final. Era una gran inversión, pero se movieron mucho para obtener el dinero. No tenían nada y consiguieron comprar ese antiguo hotel deshabitado.
—Este Palacio se convierte en un hogar para las mujeres.
—Sin duda. Viven 450 mujeres de distintos países y con distintas lenguas, y conviven en armonía. Quería hacer un retrato justo de este hogar. No siempre la convivencia es fácil, pero al final puede la sororidad. Hay un director de teatro que está organizando una obra basada en el libro con las mujeres del Palacio. Yo seré la madrina del espectáculo. Cincuenta y cinco mujeres que viven allí van a actuar a finales de año. Hablarán de la precariedad, de la convivencia entre las mujeres que viven en hogares de acogida. Eso ayuda a hacerlas visibles. La media de permanencia en el Palacio es de tres años pero hay una que lleva viviendo 20 años. No es un centro de acogida donde se pase una o dos noches, es un lugar donde las mujeres se quedan ahí por un tiempo.
—Las otras protagonistas de esta historia son Solène y las mujeres que viven en el Palacio de la Mujer.
—Sin duda. Solène es una abogada, quemada en su trabajo hasta llegar a la depresión, y aunque aparentemente parece tenerlo todo —una estabilidad económica, un trabajo en un bufete importante pero que aceptó por satisfacer a sus padres, una vida acomodada sobre el papel salvo que su pareja le abandona— es ante todo una mujer desencantada con su vida, y algo desencadena en ella una ruptura con su mundo, un descontento vital.
—La escritura es también un gran hilo conductor de la historia. Las palabras ayudan, curan.
—Visité mucho el Palacio antes de ponerme a escribir. Un día vi un cartel que decía “escribiente público, presente todos los jueves” y quise saber más sobre esa profesión, y averigüé que en realidad era un hombre que iba al Palacio todos los jueves y me contó su actividad. Era un jubilado que había sido abogado y que cada jueves ponía su pluma al servicio de las mujeres y les ayuda con todo tipo de gestiones, y me pareció que era un cargo muy original. Solène es una mujer culta, que ha recibido una educación, que ha pasado por la Universidad y habla varios idiomas y como abogada domina las palabras, se encuentra a gusto con ellas, y me gustó la idea de que era ese dominio de las palabras lo que iba a poner al servicio de las otras mujeres que no siempre tienen las palabras o el idioma. Solène entra al Palacio a través de las palabras.
—Y esas palabras la salvarán a ella.
—Totalmente. Nunca lo hubiera pensado ella. Había dejado apartado el sueño de escribir por una profesión que le absorbía totalmente pero los sueños no hay que abandonarlos nunca.
—El humor también es importante y salvador en esta historia. Hay muchas anécdotas divertidas, como la carta que Solène tiene que escribir a la reina de Inglaterra.
—El humor es muy importante y ayuda mucho. Estas mujeres tienen vidas complicadas, han vivido en la calle, algunas han sido violadas, han pasado hambre, han tenido que separarse de sus familias… pero no dejan nunca de ser una comunidad, con sus cosas, pero siempre unidas.
—La función del Palacio de la Mujer sigue siendo la misma actualmente, ¿no es así?
—Es un hogar de acogida, el más grande de Europa. Allí conviven mujeres de todos los países, de todo tipo de condición. Estas mujeres vivirían en la calle si el Palacio no existiera, y no sólo hablo de ellas sino también de las mujeres que trabajan en este lugar. Algunos trabajan con un puesto fijo, otros son voluntarios del Ejército de Salvación. Quería homenajear a través de toda esta gente a su fundadora, Blanche Peyron. Este Palacio era un hotel vacío, y gracias a la determinación y voluntad de esta mujer, hoy en día existe. Blanche ya a principios del siglo XIX no podía concebir que existiendo un lugar vacío de esas dimensiones no diese alojamiento a las mujeres que vivían en la calle.
—Blanche, su otra protagonista, es una gran lectora, y tiene como referentes a J.M. Barrie, autor de Peter Pan, y a Victor Hugo. Hay una cita maravillosa de Barry.
—La cita es: “Tienen delante de ustedes años gloriosos a condición de que deseen que lo sean”. Yo creo que Blanche Peyron ha sacado mucha de su fuerza de sus lecturas. Tuvo seis hijos, siempre estuvo comprometida con el Ejército de Salvación, ella era un soldado, y se pasaba noches enteras leyendo. Echaba mano de sus lecturas para avanzar y mantener esta determinación que tanto le caracterizaba.
—Esta es su segunda novela con personajes femeninos muy potentes. ¿Va a seguir ese camino?
—Sí, me he dado cuenta que de joven los libros que me marcaron hablaban de mujeres fuertes, y tengo muchas ganas de seguir explorando esa cuestión de la condición feminista a través de personajes de mujeres libres, valientes…
—En el libro se habla de “dar lo que no se tiene”. Esa es la auténtica generosidad, supongo.
—Eso fue lo que más me llamó la atención de Blanche Peyron, que dio todo, hasta lo que no tuvo. Solène, al principio, no quiere ir al Palacio de las Mujeres, porque tiene miedo de lo que va a poder encontrarse, tiene miedo de la precariedad, y poco a poco se va a ir sorprendiendo con lo que allí encuentra: amistad, solidaridad, determinación.
—¿Quiénes son las Blanche Peyron de hoy en día?
—Las trabajadoras sociales, también en el Ejército de Salvación, muchas ONG, voluntarios… Admiro a la gente que va al lugar, que está en contacto directo con los necesitados, que ayudan y cambian vidas. Lo que he aprendido con este libro es que detrás de cada persona que pide en la calle hay una historia, y eso quería contar.
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