LARGO CAMINO FUERA DEL INFIERNO
Había nacido en el peor de los pecados actuales: en una familia anodina, políticamente correcta, que asistía a la iglesia todos los domingos y que agradecía al Creador los alimentos que recibía. Pero a él le gustaba declarar que se había criado entre la inmundicia, la podredumbre y el vicio.
Sangre, semen, saliva. Santísima Trinidad a la que se encomendaba antes de salir al escenario. El templo donde oficiaba de forma canalla la alegría de vivir siempre en la penumbra de las buenas costumbres. Semidesnudo, con larga melena y poseído por arrebatos febriles, pronunciaba su evangelio a los seguidores que acudían a él como ovejas sumisas al llamado de su pastor. Y él se abría las carnes, literalmente, con trozos de botellas que algunos atesoraban como reliquias, pues contenían rastros de su sangre. Este es mi cuerpo y esta es mi sangre: comed y bebed, ordenaba, mientras ejecutaba un fellatio al micrófono.
Para creer en Satanás hay que creer en Dios. Así que él no creía en nadie. Pero le fascinaban las reacciones cuando anunciaba ser reverendo de la Iglesia del Maligno. De esa invención de LaVey y un puñado de pirados que seguro habían sido sometidos cuando niños por otros protestantes blancos americanos. Y al cabo de los años exorcizaron sus traumas pintando pentagramas y crucifijos invertidos.
Estética grotesca. Un nombre-oda a la cultura pop. Un ojo ciego gracias a los pupilentes. Odín había sacrificado uno para obtener el conocimiento. Él sólo buscaba otro modo de mirar la realidad. Cejas afeitadas porque eso permitía un juego de expresiones faciales como si se tratase de una máscara. La boca obscenamente carnosa cubierta con pintalabios negro. Guiños a la dualidad alquímica cuando se ajustaba aquel corsé, con más pinta de artilugio médico que de elemento básico de lencería. Búsqueda perpetua de la belleza grotesca. Del artificio dentro de la fealdad natural.
Su arma de destrucción masiva habitaba dentro de su cabeza en continua ebullición. Se reía de mí, de ti, y de él mismo. Al vuelo garabateaba ideas en cuanto papel o pared tenía por medio. Ya después vendría la labor de desciframiento en el estudio de grabación. Cuantos más excesos, mejor. Eso era lo que contaba la historia negra que a su alrededor giraba. Aquello atraía más admiradores fieles. Pero si se le hubiese practicado un examen médico habría resultado casi tan limpio como un infante. Algunos creían que se transfundía sangre potenciada con alguna droga de diseño. Muchos juraban que tenía gustos tan delicatessen como la carne humana muy tierna.
Lo suyo, en realidad, era escudriñar los rincones del alma humana. Retorcer hasta el infinito esa delgada línea que separa la bondad de la maldad. Departía en fiestas privadas con sus propios demonios en completa soledad. Fuera del escenario, no necesitaba de acólitos ni ayudantes de cámara. No es que se despojara de su aura maldita como si se tratase de un disfraz. Había nacido con ella y había de morir con ella. Pero mantenía las distancias con el mundo. Con ese de afuera que todos decían conocer tan bien sólo por cumplir con leyes y normas. Mundo de moral ajustable. Mundo sometido a la belleza afectada y falsa.
Después de que su palabra y su obra llegaron a todos los rincones del mundo, de que durante años se regocijó en las trampas que él mismo le impuso a la fama, intentó desaparecer en el paisaje del anonimato. Sólo por probar qué sería aquello de perderse entre la muchedumbre y no ser reconocido ni por los suyos. Pero continuaba siendo atraído por la fuerza generada a partir de sus incondicionales. Así que permaneció más tiempo de lo que él habría deseado. Y el mundo que lo adoraba terminó devorándolo, lenta, muy lentamente.
Escribió cientos de documentos. Soñaba palabras, frases, párrafos, y por las noches se dedicaba a la escritura automática sin que nada pudiera detenerlo. Se dedicó a plasmar su visión a través de la pintura más simbolista que poética: trazos anchos, firmes y pinceladas precisas. Y la voz, aquella que surgía de sus entrañas con tanta furia y ansias de diseccionarla en un escenario, fue perdiéndose en los recovecos de su alma. Poco le importó cuando hizo semejante descubrimiento. La voz que entonaba inflamadas críticas y burlas no era más que un eco. Un arma ocasional.
Y ahora, varios años después, quizás a la mitad de su vida, creyó al fin lo que percibía desde niño… Seré eterno y siempre maldito. Como la belleza. Como la muerte. Así que cerró los ojos, suspiró satisfecho y se entregó al delicioso dolor que le producían aquellos pinchazos en el cuello, como si le clavasen dos alfileres. Lo último que escuchó fue una risita.
‘EL ARTE MÁS ÍNTIMO’
«El informe de la autopsia efectuada en 1994 al asesino múltiple Jeffrey Dahmer revela que los funcionarios mantuvieron su cadáver atado con grilletes en los pies durante toda la necropsia, «tanto era el miedo que inspiraba ese hombre», en palabras del patólogo Robert Huntington.» – ‘Milwaukee Journal’ – AP, 17 de marzo de 1995.
Con este epígrafe (y una dedicatoria a su madre) comienza la novela ‘El arte más íntimo’ (‘Exquisite Corpse’ en su título original, publicada en 1996), de la escritora norteamericana Poppy Z Brite, hoy conocida como Billy Martin en su condición de transgénero. Si muchos la adoramos por su primera novela, ‘Lost Souls’, podemos caer en dos extremos tras la lectura de este trabajo que publicó cuatro años después: o la seguimos adorando o definitivamente la rechazamos.
Poppy se recrea, quizás con dicha malsana, en su historia de asesinos seriales atractivos, homosexuales, amorales y exquisitos. Los fluidos corporales que comienzan con S son sus favoritos, lo mismo que las vísceras, el desmembramiento, los cuerpos delgados, el canibalismo, la necrofilia y los rasgos orientales. Poppy-Billy no se corta ni un pelo y se recrea en descripciones precisas tanto de la vida sexual gay (normalita, hasta cierto punto, nada de locas emplumadas) como de los métodos de los asesinos Andrew y Jay, británico y norteamericano respectivamente. Quizás para muchos resultarán difícil digerir ambas, pero Poppy se maneja con la elegancia suficiente y se nota, entre líneas, su gran admiración precisamente por el asesino serial Jeffrey Dahmer, llamado el Carnicero de Milwaukee, quien asesinó a más de veinte chicos antes de ser atrapado cuando una de sus víctimas logró escapar y pedir ayuda. La polícia encontró evidencia suficiente, como una cabeza congelada y un corazón humano a medio freír, entre otras cosas, cuando entraron a su casa.
Y no, los asesinos a lo Poppy-Billy no remiten en ningún momento a Hannibal Lecter a pesar de sus «métodos», su refinamiento y su canibalismo. La historia comienza en Londres pero transcurre mucho más en Nueva Orleans, con su ambiente decadente y su elegancia antigua. En algún momento hace referencia a la subcultura gótica, pero apenas es un pincelazo. Es una gozada leer las descripciones tan precisas de calles, clubes y alrededores de esa ciudad. También descubrir que los personajes principales, como los asesinos Andrew y Jay, así como el joven amante de ascendencia vietnamita Tran y el escritor decadente Luke ‘Lush Rimbaud’ Ransome están tan bien dibujados con sus historias personales, y sobre todo con esa lucha en un mundo infestado de sida, pues Poppy-Billy ambienta la historia a principios de los 90. Y creo que este es uno de los puntos también destacables de ‘El arte más íntimo’: la muestra dura y sin adornos de la psicosis, las consecuencias y los efectos del sida.
Poppy Z Brite, hasta principios de la segunda década de los 2000, vivía como un «transexual no operativo», según sus propias palabras, pero también recordemos que desde sus primeras entrevistas se confesaba como una mujer con mentalidad de gay. Según lo que se puede ver en los archivos de su bitácora en LiveJournal, lo mismo que en su página de Etsy, donde vende su arte tan peculiar (accesorios artesanales y dibujos), de algunos años a la fecha ha comenzado con un tratamiento con testosterona (que consigue en Europa del Este a precios muy altos) y en muchas fotos ya se la puede ver con bigote y barba incipiente, cuerpo mucho más masculino (siempre tendió a subir y bajar de peso exageradamente y nunca fue una mujer con forma rotundas) pero a pesar de haber «asumido» ya un nombre masculino, Billy Martin (en Facebook se la puede encontrar en un perfil personal bajo este nombre, lo mismo que en Twitter), no deja claro si continúa escribiendo.
Como Poppy, a partir del año 2000 cambió de estilo, por así decirlo y se dedicó a publicar reseñas culinarias en un periódico de Nueva Orleans, sobrevivió por los pelos al huracán Katrina, se separó de su compañero por casi veinte años (el chef Chris DeBarr) y publicó la trilogía ‘Liquor’ de humor negro entre 2004 y 2006, donde sus personajes principales son una pareja de chefs gays.
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