El arqueólogo Rubén Montoya muestra en su nuevo libro la historia de Pompeya a través de cien objetos cuya mera contemplación nos permite conocer todos los rincones de la ciudad, desde los espacios públicos hasta el interior de las casas, pasando por los templos, los cementerios, los lugares de ocio, etc.
En este making of Rubén Montoya explica a los lectores de Zenda cómo eligió los cien objetos de Pompeya (Crítica).
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Era un día lluvioso, otro cualquiera, de enero de 2020. Estaba en Londres. Acababa de reencontrarme con mis amigos en el hall del Museo Británico. Llevaba horas deambulando por sus infinitas galerías y grandes salas que exponían la historia del mundo a través del prisma colonialista con el que el Reino Unido había buscado aproximarse a los rincones más ignotos de la historia. A pesar de todo el periplo teórico y metodológico que la arqueología anglosajona había experimentado… el tiempo parecía no haber pasado en muchos rincones de aquel museo tan celebrado. Contemplar sus piezas se había convertido en terapia continua ante las inclemencias del tiempo y el frío de una isla que, a pesar del paso de los años, no terminaba de sentir familiar. Estaba terminando mi tesis doctoral y unas amigas arqueólogas habían viajado desde Sevilla hasta la City para pasar unos días en familia. Después de viajar a lo largo de la historia a través de los objetos expuestos, decidimos tomar un café. Yo, como de costumbre, me ausenté para perderme entre las torres de libros de la tienda del museo. De todos, esta vez uno llamó poderosamente mi atención. No era la primera vez que lo veía, pero sí la única vez que se me presentaba como respuesta a una pregunta que venía haciéndome tiempo.
A History of the World in 100 Objects era la solución a un sueño que venía imaginando desde hacía tiempo. En mi última visita a Pompeya, una de tantas, había sentido la necesidad de escribir un libro sobre la ciudad que reuniese todas las facetas actualizadas sobre este yacimiento; una obra que tuviese un toque personal, alejado de las tradicionales guías arqueológicas con plantas de edificios vacíos… y que abriese ventanas a numerosos rincones sociales que pudieron existir en Pompeya. Delante de mí tenía, finalmente, un objeto tangible que hacía justicia a lo que había llamado poderosamente mi atención en mi primera visita a Pompeya años atrás, en 2010. Diez años antes había pisado la ciudad legendaria por primera vez, descubriendo una ventana de entrada al mundo romano, del que jamás me había marchado. Tras varios meses intentando encontrar un hilo narrativo o estructura lo suficientemente atractiva para aunar el rigor científico y la divulgación, había encontrado la respuesta. Compré el libro que tanto había llamado mi atención y continué disfrutando de Londres como de costumbre. Algunos medios ya se hacían eco de un virus letal que se presentaba como potencialmente peligroso… pero ninguno de nosotros pudo imaginar que aquella sería la última vez que visitaríamos un museo durante mucho tiempo. Durante la pandemia, y a puerta cerrada ya de vuelta en Madrid, descubrí El infinito en un junco. A través de sus páginas pude huir de un presente pandémico y adentrarme en las mil historias de la antigüedad a las que las páginas de aquel libro me abrían puertas y ventanas de manera continua. Así, siguiendo el testigo de aquel libro, tras entregar mi tesis doctoral decidí seguir los consejos de su autora y escribir el libro sobre Pompeya que llevaba tiempo soñando. Pero no era su momento y no necesitaba un contacto directo con la ciudad romana y con los diarios de excavación de donde rescataría los objetos.
Tuve que esperar dos años hasta que me mudé a Roma y pude emprender mi proyecto más soñado. No obstante, durante los meses anteriores pude imaginar la estructura del libro y comenzar a diseñar las piezas del puzle que completaría la obra. Todas aquellas ideas quedaron reflejadas en algunos cuadernos y bocetos que llevé conmigo a Italia cuando inicié un proyecto de investigación sobre pintura pompeyana. Tras perderme en los archivos del Instituto Neerlandés de Roma, la Escuela Francesa, la Academia Americana o el Instituto Arqueológico Alemán comprendí que había llegado el momento de materializar mi obra. Durante meses combiné mi trabajo en archivos con las visitas in situ en Pompeya, aprovechando el trabajo de campo que estaba realizando con mi proyecto de investigación. Estas actividades las completé con visitas a los depósitos y museos que custodian el patrimonio pompeyano. Me siento privilegiado porque la inspiración para continuar con este libro hasta finalizarlo la tomé de los propios objetos —y de tantos otros que no han tenido cabida en la selección numérica—. Pasar tiempo a solas con ellos, observando los contextos en los que fueron utilizados, y leyendo los diarios de excavación y los estudios sobre Pompeya, me permitieron identificar las cien piezas que forman el puzle pompeyano de mi libro. Junto a mi cuaderno de notas, en una tabla de Excel anotaba todas las piezas que conformaban la estructura, y una pizarra online me servía de soporte para visualizar los objetos que iba eligiendo. Uno de los objetivos que perseguía con este libro era presentar una historia de Pompeya lo más completa posible, a través de todos sus períodos históricos, y eso lo hice creando secciones o grupos en mi pizarra online.
El diálogo con los objetos y mis notas durante la creación del libro fue continuo… y la estructura no se materializó hasta el final. Hubo objetos que cambié los días anteriores a la entrega del manuscrito y otros que sabía que tenían que aparecer desde la creación del primer borrador. Al fin y al cabo, cada objeto debía ser una ventana a un aspecto concreto de la ciudad romana, por lo que siempre terminaba eligiendo uno de una selección final donde varios ejemplos representaban la realidad que quería plasmar. El lector de mi libro descubrirá que la concepción de “objeto” es bastante amplia y versátil. Por “objeto” en este libro se entiende cualquier elemento movible, extraído de su contexto original o in situ, expuesto en un museo, archivo o en el yacimiento. Esto no es casual y se debe a la variedad de la cultura material y al objetivo de transmitir no solo la realidad pompeyana, sino su recepción tras el descubrimiento. Una vez finalizado el manuscrito, lo dejé reposar y volví a él tras unos meses, dándole un toque personal y cercano, intentando crear un hilo narrativo que uniera los objetos. Todo el proceso fue como hacer un puzle en el que fui yo mismo quien tuvo que crear las piezas para que fueran encajando unas con otras hasta lograr el resultado final.
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Autor: Rubén Montoya. Título: Pompeya: Una ciudad romana en 100 objetos. Editorial: Crítica. Venta: Todos tus libros.
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