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Las ajenas y las propias

Mentira, la novela de Enrique de Hériz (Barcelona, 1964), ha sido recuperada por la editorial Navona, sello que lidera Pere Sureda, amigo del autor y editor con alma que ha reunido lo mejor de la narrativa española e hispanoamericana para rodear de amistad esta empresa literaria. La cámara de Daniel Mordzinski pone también el foco en la personalidad de Enrique de Hériz, editor de importantes colecciones literarias, traductor, posteriormente decidido y arriesgado escritor, y siempre amigo, a la luz de las colaboraciones que ponen un epílogo de lujo a esta novela bellamente editada. 

Zenda publica a continuacion el texto de Juan Gabriel Vásquez.

Ángel Parra, Javier Cercas, Enrique de Hériz y Jorge Gabriel Vásquez.

En el verano de 2003, mientras yo intentaba tercamente abrirme paso en la selva de mi propia novela, Enrique de Hériz se me apareció con el manuscrito más largo y el título más corto que había escrito hasta el momento: Mentira. Es probable que no haya criatura más egoísta, sobre todo cuando de su tiempo se trata, que un escritor extraviado; y así estaba yo por los días (que ahora recuerdo largos y productivos, aunque fueran más lo primero que lo segundo) en que trataba de escribir Los informantes. Y, sin embargo, el manuscrito de Enrique de Hériz logró que aparcara lo demás durante las horas de la lectura, y que lo hiciera además con gusto, porque allí había una novela que me hablaba —por caminos y con métodos muy distintos de los que yo había tomado, pero eso era lo de menos— de los asuntos que más habían preocupado a mis propios personajes. Los artificios del pasado, las leyendas familiares, el ocultamiento, la impostura, el poder de la ficción: estas eran las discusiones que había sobre la mesa de Mentira, y no podían sonarme más conocidas.

Mentira es una novela generosa: no hay una sola página en que su tono no sea el de un buen amigo. Pero al mismo tiempo nos habla de cosas duras, de errores y de culpas y de engaños, y está llena de esas verdades, pequeñas y enormes, que cuesta mirar a los ojos. Manual de la oscuridad, el siguiente libro de Enrique de Hériz, comparte con Mentira esa curiosa calidad: se habla de las cosas más difíciles, pero con una amabilidad misteriosa que yo no consigo explicarme. La prosa de Enrique de Hériz es como el anfitrión que nos da la bienvenida y nos ofrece la mejor silla: cada punto y cada coma parecen escogidos para no incomodar, tal vez porque lo que con ella se cuenta es de una incomodidad mayúscula. Es incómodo que nos pongan el espejo de la falsedad, pero eso es lo que hace esta novela: enseñarnos o recordarnos que la mentira da estabilidad, que el engaño puede ser virtuoso, que las familias inventan leyendas para mejor lidiar con la vida. Las familias, dice Mentira, son como la naturaleza: aborrecen el vacío. Creamos mitos para llenar el relato, y acaso sepamos que son mitos, pero no importa: entre la inexistencia de una explicación y una explicación mentirosa, siempre escogeremos la última. «Acepté que no es posible conocer el pasado, sino su relato», dice Serena en las primeras páginas. Es la investigadora principal de la novela, y por una buena razón: está embarazada. Si tiene a su hijo, si acepta convertirse en otro eslabón en la cadena de la familia, «quisiera tener la certeza de que el otro extremo de la cadena está anclado en algún punto firme». Y luego: Un principio, por remoto que sea, que merezca tal nombre.

Un principio más firme que la burbuja de aire y la primera célula. Un principio que me permita, algún día, contarle a mi hijo quién es. Porque eso no depende de mi voluntad, ni de la suya: somos quienes nos cuentan que somos.

Así es: la identidad es narrativa. Somos quienes nos cuentan que somos, y por eso los demás, nuestros narradores, tienen un enorme poder sobre nosotros: y por eso el pasado es la más temible de las criaturas. Siempre me sorprendió (y me agradó profundamente) que Serena no lo creyera así. Mucho más adelante nos confiesa: «Cargo gustosamente con el lastre del pasado, lo atesoro y permito que me acompañe a todas partes. A mí lo que me molesta a menudo es el presente, esa jodida manía suya de entrometerse en todo». Eso es esta novela: una historia en la cual se entromete el presente —en forma de una muerte fingida— y obliga a todo el mundo a revisar el pasado.

Enrique de Hériz, por Daniel Mordzinski

Hériz, autor de Mentira.

Lo extraño y fascinante de Mentira es que, a medida que la novela avanza, la verdad no solo va quedando desnuda, no solo la realidad se despoja de sus disfraces, vamos entendiendo que la decepción de los personajes es su única manera de redimirse. La realidad no tiene, ni por asomo, el interés que tiene la mentira. Enrique de Hériz pone en escena la necesidad imperiosa de la ficción, sin la cual esto que llamamos vida es difícil de sobrellevar. Las conversaciones que tienen Serena y su padre no son meros ejercicios de reconstrucción: no quieren, simplemente, llegar al fondo de lo que pasó. A través de estas conversaciones, Serena vive en la piel de los otros: en la del abuelo Simón, por ejemplo, cuyo naufragio está tratando de imaginar. Y el verbo es importante: «Imagino el pataleo», «imagino la sal, la sal en la boca», «imagino su voz». Cuando uno imagina con los sentidos, se está comportando como un novelista; también cuando lo mueve, por encima de todo, el conocimiento. «Yo no quiero juzgar a nadie», dice Serena. «Yo solo quiero saber».

«Ese es el peligro de las mentiras ajenas», ha dicho antes Isabel, metida en la jungla, muerta para todos menos para ella misma. «Que son hermanas de las nuestras y las llaman por su nombre».

La Mentira de Enrique de Hériz lleva quince años nombrando las nuestras. Yo, por lo pronto, le deseo muchos años más.

Enrique de Hériz

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Autor: Enrique de Hériz. TítuloMentiraEditorial: Navona. VentaAmazon

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