Pocos nacimientos tan extraños como el del niño-títere Pinocho y pocas aventuras tan fascinantes —y dramáticas— como las que corrió en su viaje hacia la vida adulta. Esta edición contiene, además, unas ilustraciones de Alberto Gamón que convierten el libro en una obra de arte.
En Zenda reproducimos el Prólogo que Jesús Marchamalo ha escrito a Las aventuras de Pinocho (Nórdica), de Carlo Collodi y Alberto Gamón.
***
Prólogo
Jesús Marchamalo
Es curioso, porque nunca me acuerdo de Las aventuras de Pinocho cuando me preguntan por mis lecturas favoritas de infancia y adolescencia. Aquellos libros que leíamos, muchas veces enfermos, con anginas o tos, en esquijama.
La otra imagen que guardo de Pinocho es la de ese episodio en el que se ve convertido en borriquillo —le crecen las orejas, sus pies se transforman en pezuñas, su voz en un áspero rebuzno— tras dedicarse a la holganza junto a un grupo de chicos descarriados en aquella tierra de jauja donde dedican su tiempo nada más que a jugar, a comer y a la vida licenciosa. Porque hay en esta historia de Collodi una voluntad innegable de educación moral, de moralina incluso, que trata de convencer a los lectores de que los niños buenos, obedientes, trabajadores, los que se esfuerzan en sus estudios, amantes de sus progenitores, son felices, mientras que a los perezosos, inconstantes, tarambanas y ociosos les acecha, inexorable, la desgracia.
Llama la atención cómo los libros se transforman y crecen de forma autónoma y ajena al tiempo, y cómo una lectura adulta desvela en las historias infantiles matices en los que no habíamos reparado. Por ejemplo, la candidez con la que Pinocho se deja embaucar por pillastres de la peor de las calañas. Tanto que hay ocasiones en las que, como en los espectáculos de títeres, dan ganas de advertirle a voz en grito:
—«Diles que no, Pinocho, ¡no ves que solo quieren engañarte!».
Y hay veces que es tan obvio el ardid, tan evidente, que es difícil no dejarse llevar por la certeza de que ese muñeco de madera, víctima de todo tipo de farsantes, merece las desgracias que le ocurren porque, lejos de evitarlas, llevado por promesas y melindres, él mismo las provoca: «Cuántas desgracias me han acaecido», dice el propio Pinocho, arrepentido. «¡Y bien merecidas las tengo! Porque soy un muñeco testarudo y quisquilloso». Otro aspecto que me ha llamado la atención en esta nueva lectura del clásico de Collodi es, en estos tiempos donde todo es delicado, inofensivo, suave, el retrato inclemente de la crueldad humana que se respira en muchas de las páginas: adultos que se aprovechan de los niños, palizas, violencia desatada, amputaciones… Estremece el capítulo en el que Pinocho es ahorcado y pasa horas allí, agonizando como un despojo trágico, su cuerpo de madera suspendido de una frondosa encina, hasta que exhala un último suspiro. Y los diálogos, un poco surrealistas, sabrosos, chispeantes, que pespuntean incluso los momentos más trágicos: «Cuando el muerto llora es señal de que está en vías de curarse», afirma uno de los médicos, un cuervo, que lo atiende tras el ahorcamiento, porque, como en las mejores fábulas, decenas de animales —halcones, perros, grillos, lechuzas y garduñas, zorros y gatos, liebres, monos y papagayos— acompañan a Pinocho en sus aventuras intentando, la mayor parte de las veces, apartarle de sus buenos propósitos.
Sorprenderán probablemente a los lectores las entradillas de los capítulos, resultado de las entregas como folletín de la historia, publicada originariamente en un periódico para niños, Giornale per i Bambini, y en las que se anticipan los principales hechos que se narran, para crear la debida expectación. Falta hablar de la traducción de Antonio Colinas, ya convertida en canónica, y de las ilustraciones, prodigiosas, de Alberto Gamón, que aportan una mirada nueva y sugerente —y no es fácil— a un personaje convertido en un clásico infantil, con ese teatrillo que, a modo de retablo, muestra las vicisitudes de un muñeco víctima, y es lo que Collodi denuncia, de la falta de educación, el hambre y la violencia.
Por lo demás, todo acaba bien y una refulgente hada madrina de cabellos turquesa vela por el muñeco, al que salva una y mil veces de su mala cabeza de madera, y a quien premia finamente con el regalo de convertirlo en niño, y no en uno cualquiera, sino en un muchacho de bien y de provecho, como exigen los cánones al uso. Y así fueron felices, ya se sabe, y comieron perdices, que es la aspiración secreta de los personajes de los cuentos.
—————————————
Autor: Carlos Collodi y Alberto Gamón. Título: Las aventuras de Pinocho. Traducción: Antonio Colinas. Editorial: Nórdica. Venta: Todos tus libros.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: