Las bestias jóvenes, el thriller del escritor italiano Davide Longo, nace de una «hipótesis», de una historia que no sucedió pero que en la actual Italia «podría haber pasado» porque los hechos son éstos: el hallazgo en una fosa común de los huesos de unos jóvenes asesinados en los años 60 de un golpe en la nuca.
Es una historia en la que Longo da la responsabilidad a sus personajes de intentar cambiar la historia política del país, aunque esto es solo ficción porque el italiano cree que la literatura no puede «asumir esta responsabilidad». «Creo realmente que la narración nunca es capaz de plasmar las conciencias en general, solo puedo hacerlo con las de un grupo muy reducido de lectores que ya vienen con una conciencia especialmente sensibilizada de casa».
Pero Longo no sólo es uno de los escritores más aclamados del noir europeo, sino que hila muy fino a la hora de hacer retratos psicológicos de sus personajes. «En el corazón de una novela negra existe un misterio que es un poco como la parte superior de un caramelo, que es la primera parte que se derrite inmediatamente en la boca y luego dónde está el núcleo: quién cometió un crimen y el por qué». Pero lo que él quiere «verdaderamente» con sus personajes, más allá de que, por supuesto, investiguen un delito y lo descubran, es que traten de abordar «cómo van a cubrir ese hueco existencial que es tan propio de sus vidas». «Porque al fin y al cabo hay que tomar en consideración que cuando hablamos de una novela negra, por lo general, cualquier lector olvida los particulares de una trama una semana después de haber leído el libro. Y si vuelven a una serie es porque sienten apego por los personajes, ahí está el enganche».
Longo, profesor en la prestigiosa Escuela Holden creada por Alessandro Baricco, da mucha importancia también a ese lenguaje no hablado, casi gestual, que se establece entre los humanos y los perros, y por eso estos animales tienen una gran presencia en la relación entre Bramard y Arcadipane. «Yo lleno páginas con palabras y también siento cierta vergüenza de las palabras. Yo diría que la palabra, tal vez de la que me avergüenzo más, es ambiente, sobre todo porque me desagradan profundamente las palabras que se remiten a la abstracción, me parecen atajos», concluye el autor.
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