Tengo delante una carta fechada en junio de 1805, tres meses antes del combate naval de Trafalgar, que precisamente se libró por estas fechas hace 219 años. Se trata de un texto conmovedor, y no porque el contenido sea emotivo o tierno. Al contrario, su prosa es seca y dura, pues fue escrita por un alto oficial de la Armada Real, comunicando la llegada de 140 presidiarios de la cárcel de Ceuta para ser embarcados en los navíos que iban a enfrentarse a la escuadra del almirante Nelson. Lo conmovedor de la carta es cuanto se adivina detrás de ella; lo que trasluce la fría información oficial. La desgraciada España que desvela.
Consultar esa correspondencia —lo mismo Trafalgar que Bailén, Rocroi, Santiago de Cuba, Annual, el Ebro, Ifni o lo que sea— es un ejercicio tan actual, deja una sensación tan próxima y familiar, que estremece. Porque ahí se retrata la España eterna en todo lo suyo: antes, de una forma descarada y brutal; ahora, con paños calientes y retórica de telediario. Pero queda siempre la misma sensación lectora de conocer el paño y saber de qué se habla y quiénes hablan. De poner nombres y apellidos a los hijos de la grandísima puta de siempre; a la casta infame, irresponsable, venal, corrupta, que nos metió, y sigue haciéndolo, en los callejones oscuros de la Historia.
Las cartas en torno a Trafalgar podrían haber sido escritas hoy mismo, pues el fondo de muchas es idéntico: presidiarios y gente de tierra que nunca navegó, carne de cañón reclutada a última hora —corto número de útiles y desproporción excesiva de inhábiles, dice una carta— para tripular navíos faltos de dotaciones, sin artilleros ni gente de maniobra experta, enviada a combatir contra una armada británica profesional, motivada y bien pagada, ante la que serán objeto de burla. Y no por falta de voluntad o coraje, sino por ignorancia e insuficiencia de adiestramiento, que los lleva a introducir los cartuchos al revés, dejar otros dentro del cañón, etc. Ni siquiera, se comenta en otra carta, hay dinero para equipar a la gente con ropa de mar adecuada para evitar que pase frío. Y todo eso, o mucho más, remachado con otra carta del primer ministro Godoy, allá en su confortable palacio, responsable —ésos nunca van a la cola del paro— de aquel sangriento disparate: Con gran sentimiento mío, el pago de sueldos no puede hacerse mensualmente y sólo de tiempo en tiempo podrán darse algunas pagas a los embarcados.
Sin embargo, o tal vez a causa de ello, siempre hubo gente como el marino y científico Cosme Damián Churruca. Y eso es lo asombroso: a pesar de la desidia y la incompetencia, a pesar de siglos de abandono criminal, nunca se extingue el filón en la cantera de hombres —y mujeres, son tiempos de justicia para ello— que como él, tras escribir a su hermano toda mi gente es bisoña y me desespero no pudiendo maniobrar bien con ella, después de subsistir con clases particulares de matemáticas —nos deben cuatro meses de sueldo, no pagan a nadie, y ni esperanza de ver un real en mucho tiempo—, cumplió su deber en Trafalgar; donde, batido su navío por cinco ingleses, clavó la bandera para que nadie la arriase, muriendo entre los pobres infelices que le habían asignado como tripulación y que, como él, vendieron cara la piel peleando con la desesperación, el coraje y la vergüenza que faltó a quienes allí los enviaron. Si te enteras de que mi barco ha sido apresado —escribió resignado al embarcar, seguro de su destino— sabrás que he muerto. Y no hay mejor resumen que ese marino y esas palabras en la triste historia de España.
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Publicado el 25 de octubre de 2024 en XL Semanal.
La triste historia de España, del quiero y no puedo, del a buenas horas mangas verdes, del así nos luce el pelo, de España más madrastra que madre, del Spain is diferent, del qué buen vasallo sería si tuviese buen señor, del vuelva usted mañana, del jugamos como nunca y perdimos como siempre…
Si «Línea de Fuego» es la mejor novela bélica que he leído, sin dudas «Cabo Trafalgar» es la mejor novela de batallas navales que haya caído ante mí. (Y que se jodan O’Brian, Forester y Conrad: ¡Ya está: lo dije!)
Siempre dudo de si sus excelentes artículos se refieren a ayer o a hoy, don Arturo. Porque hoy, después de la debacle de la Dana, se puede juzgar cómo mientras unos luchaban por su vida, otros debatían psra obtener el poder en TVE. Han pasado dos siglos y las bajezas morales siguen campando en la piel de toro.
Cada vez que nos enteramos de los sueldos mensuales de sus señorìas (quizás habría que llamarlos sus guarrerías) la indignación crece. ¡Ropa de faena a todos y a Valencia a achicar agua y limpiar fango! Además ya están familiarizados con él ya que es su hábitat natural diario, en su vida parlamentaria y en su vida personal.
Y, bueno, ya el colmo es que, tal como hacía Godoy, muchos quieran el poder para poder joder. Y no sólo a los ciudadanos sino practicar el estupro y la indecencia aprovechándose del halo que para muchos y muchas envuelve el desempeño del carguito. No se sabe a ciencia cierta si Godoy se dedicaba a tocarle el culo a toda hembra que asomase por su lado pero sí se sabe que, ante el motín de Aranjuez, se escondió como una gallina asustada. Mi disculpa hacia las gallinas…
Ideologìas de izquierda… en España… el sexo sin límites como ideología.
No, godoy no fue a Trafalgar. No, sus guarrerías no fueron a Valencia. Si, el Rey si apareció con ropa militar de faena. Otros, en la India, siendo agasajados y pasando olímpicamente de todo y de todos. Si quieres viajar por el mundo, hazte político y, si llegas a presidente, mejor todavía.
Muchos churrucas han habido estos días entre las fuerzas de seguridad, bomberos, policía, Guardia Civil, militares, etc., arriesgando su vida para salvar otras.
Mi profundo homenaje a todos ellos. Como siempre, como en todos los trafalgares que este país ha tenido, siempre, con el pueblo.
Homenaje.
Así es, algo como el oficial que rescató a su hijo del desastre de Annual, y no pudo, o no quiso hacer nada por los que atrás quedaros, condenándolos a una muerte atroz.