Se acaban de publicar las cartas que el poeta argentino Néstor Perlongher escribió entre 1976 y 1992, año en que murió de sida. Clarín se hace eco del acontecimiento en el siguiente artículo de su revista Ñ.
¿Cómo era Néstor Perlongher? “Temperamental, caprichoso y absolutamente extraordinario.” Quien habla, desde San Pablo, es el argentino Jorge Schwartz, crítico y académico especializado en las vanguardias latinoamericanas, que lo conoció en 1980, poco tiempo después de que Perlongher publicara su primer libro, Austria-Hungría . En Perlongher se sintetiza la figura radical de una época convulsionada: trotsko, anarquista, uno de los líderes del movimiento de liberación homosexual argentino, exiliado en Brasil y poeta exuberante que asimilaba las estridencias para transformarlas en contorsiones líricas. Tuvo un estilo de vida en todo coherente con su forma de ser. Esas inquietudes –ideológicas, estéticas y sentimentales– atraviesan su Correspondencia , que durante cinco años tuvo a la investigadora Cecilia Palmeiro rastreando entre archivos y conocidos estas cartas que ahora publica Mansalva y que abarcan desde el año 1976 hasta su muerte en 1992, a causa del sida.
"Sucede que empiezo a escribir y las palabras se me enmarañan y los textos se me pueblan de términos exóticos y no puedo evitar ponerme un poco complicado."Nacido en Avellaneda en 1949, su padre era taxista, su hermana trabajaba en un Laverap y sus amigos nunca lo escucharon hablar de la madre. Incluso en la correspondencia jamás se la menciona. Salvo una vez. En una estremecedora carta dirigida a ella que, en realidad, es un poema-carta inédito, como señala Palmeiro, encontrado suelto y sin fecha entre los papeles personales del autor. Quienes lo conocieron confiesan que Perlongher en realidad odiaba a su madre, quizá más que a su hermana. En una entrevista con la revista Babel , Perlongher decía haber nacido en una casa con aversión a los libros y las pocas personas que incentivaron sus lecturas fueron maestras, alguna tía abogada o un librero local que leyó sus primeros escritos y juzgó que su poesía “no era buena ni mala, apenas regular”. Luego de participar de talleres literarios en Avellaneda, fue una revelación para Perlongher encontrarse con la nouvelle El fiord (1969), de Osvaldo Lamborghini, y con la revista Literal durante sus vagabundeos por la bohemia de avenida Corrientes. Allí entendió que “somos un pastiche de ecos y voces” y descubrió los diversos aullidos de Allen Ginsberg, Góngora y Lezama Lima. Por entonces estudiaba Sociología en la sede de la calle Independencia, que luego de cerrar peregrinó por Exactas y terminó en el edificio de Derecho, donde regía la etiqueta del traje y la corbata. En ese contexto, Perlongher vestía de manera escandalosa: campera con piel de corderito, camisas estrafalarias y pañuelo al cuello. Su amiga Silvia Lobov recuerda que además cuestionaba todo y los profesores se ensañaban con él en los exámenes. Si le ponían un ocho, discutía la nota. Siempre quería un diez. En 1975 se recibió de sociólogo y ya por entonces tenía su proyecto de hacer un posgrado en antropología.
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