Lo cierto es que me ha tomado un tiempo leer con atención cada uno de los diálogos ininterrumpidos y pensamientos reincidentes, no por una falta de interés, más bien por un exceso de cuidado y precaución; Shaday marca un ritmo académico, un sentido filosófico y un mar de poesías e imágenes que nos recuerdan que quien escribe es una creadora de alto nivel.
Esta propuesta literaria y ensayística busca la metáfora en torno a la profundidad de los conceptos filosóficos y escénicos, juega a relacionar imagen y teoría, juega a hablar con los muertos y con los vivos. Me detengo un instante a pensar sobre la existencia de diversas comunidades escénicas (no les había puesto nombre ni rostro). Surge una especie de reivindicación de los oficios invisibilizados, de las artes manuales, plásticas y silenciosas. Surge una llamada de atención que nos comunica sobre la capacidad lingüística, teórica y mística de los objetos.
La autora juega a hacer relaciones conceptuales y crear diálogos abiertos con filósofos y teóricos del arte, empujando las ideas a favor de un pensamiento original. Descontextualiza las palabras y nos ofrece nuevas visiones que nos hacen pensar más allá de lo evidente.
Si Eros y Thanatos nos incitan a las pulsiones de vida y muerte, parece que para las «comunidades escénico-animistas» los objetos despiertan una pulsión animista que no es privativa de la infancia, ni de las cosmovisiones de los pueblos originarios. En el desarrollo de estas ideas la autora nos invita a desmitificar una realidad hegemónica.
Shaday nos inicia en un viaje antropológico sobre lo no-humano, relacionando los tipos de teatro de objetos y el archivo-documento. Analiza algunos dispositivos escénicos desde una perspectiva memorial, siendo el objeto el “sujeto” que busca la relación entre la persona creadora y lo performativo. Hay que estar a la escucha, las cosas nos miran.
Desmonta el prejuicio sobre lo que el individuo de a pie de calle (y el creador ignorante) entiende por teatro de objetos; nos dice que los objetos no se animan únicamente con la maestría de las manos, tampoco niega el conocimiento sensorial que se adquiere a través de ellas. Aquí me recuerda a Juhanni Pallasmaa, autor de La mano que piensa, libro que intuyo sería de mucha utilidad a Shaday y a otros “objetores”.
Shaday explora el lenguaje y lo modifica en favor de su tesis. Busca dignificar o reinventar la constitución de un nuevo teatro, y pienso que desde su práctica se aproxima a una especie de filosofía sobre el tratamiento de los objetos en el escenario.
Hace una sesuda reflexión sobre las fuerzas compositivas a partir de las evidencias tomadas de los objetos documentales, valiéndose de un llamado “pacto documental” (Marcelo Soler). Aquí intuyo la urgencia por encontrar un sentido ficcional, tal y como lo hace Sergio Blanco en su teoría sobre la autoficción, estableciendo el término “pacto de mentira” como nudo o punto fijo para la creación.
En general es un libro fundamental para comprender el lenguaje de los objetos y un material de gran utilidad para todo artista que quiera indagar en el universo de lo inanimado.
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Autor: Shaday Larios. Título: Teatro de objetos documentales. Editorial: La uña rota. Venta: Todostuslibros.
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