Ono no Komachi (serie “Rokkasen”), Katsushika Hoku
La salas Kuro-shoin —o Kohiroma—, el Hall Pequeño del Palacio Ninomaru-Goten, en Kioto, es donde los Shōgun se reunían con los nobles y daimios cercanos a su familia Tokugawa. No necesitaban impresionarlos o asustarlos como a los visitantes que apenas pasaban de la Sala de los Tigres, y son estancias por tanto de imágenes agradables. En las dos primeras, Sakura-no-ma, Salas de las Flores de Cerezo, las pinturas de Kanō Naonobu (1607-50) reflejan el paso de las estaciones. Del gran pino bajo el que se sentaba el Shōgun caen todavía restos de nieve, pero los ciruelos están ya floreciendo. A la derecha, los cerezos aparecen entretanto completamente en flor. El paso de las estaciones y la consciencia en todo momento de la que comienza o transcurre son elementos fundamentales en la psique japonesa y en su manera de entender la vida.
Tan importante en sus vidas es ese transcurso de las estaciones que los japoneses parecen creer que el fenómeno es suyo únicamente. Los sorprende a menudo saber que otros países y otras culturas las apreciamos también y diferenciamos, como ellos, costumbres y ritmos cotidianos según el momento del año.
Es posible sin embargo que ninguna otra cultura las aprecie y diferencie tanto como los japoneses. Su literatura, su arte, su cine están repletos de referencias a los ciclos lunares, a la floración del ciruelo y el cerezo, símbolos de la primavera y la fugacidad de la vida, al chirrido de las cigarras que da sonido al verano, al cambio de color de las hojas en otoño o a la nieve que representa el invierno. Pocas cosas tienen más reflejo y presencia en las prácticas artísticas japonesas.
“En primavera, los cerezos en flor, en verano el cuclillo, en otoño la luna y en invierno la nieve, clara, fría.” Con este poema del monje Dogen (1200-1253) comenzaba Yasunari Kawabata El bello Japón y yo, su discurso de aceptación del Premio Nobel.
“Cuando vemos la belleza de la nieve, cuando vemos la belleza de la luna llena, cuando vemos la belleza de los cerezos en flor, cuando nos despierta la belleza de las cuatro estaciones, en definitiva, pensamos en las personas cercanas y queremos compartir ese placer con ellas. La emoción ante la belleza provoca fuertes sentimientos, anhelos de compañía (…). Nieve, luna, floración, palabras que expresan las estaciones a medida que avanzan de una a otra, abarcan en la tradición japonesa la belleza de las montañas y los ríos y la hierba y los árboles; de las innumerables manifestaciones de la naturaleza y hasta de los sentimientos humanos”.
Apenas si hay pintor que no las refleje o novela japonesa donde no aparezcan referencias. Cuando no las hay, nos parece que no fuera literatura japonesa. Eso dice precisamente un crítico de No Longer Human, de Dazai:
“Como caso casi único entre las recientes traducciones de literatura japonesa, No Longer Human está notablemente ausente de ensoñaciones de cerezos en flor”.
Es habitual que los japoneses comiencen sus cartas hablando del clima y las condiciones propias de la estación. Ir al grano directamente es falta de cortesía. Aki Katsunuma, la contrita protagonista de Kinshu, de Teru Miyamoto, hace alusiones constantes en las cartas que escribe a su exmarido Yasuaki: la del 20 de marzo comienza con referencias a las mimosas que están floreciendo; la del 10 de junio a los “días de lluvia”, como los japoneses llaman a la estación lluviosa; en la del 10 de noviembre cuenta cómo su padre la lleva a un pequeño santuario desde donde la vista de las hojas de otoño es más bonita.
La novela de Kawabata El sonido de la montaña y la película de Naruse se me confunden, no sabría decir cuál es mejor, ya no me puedo imaginar a un Shingo Ogata que no sea Sō Yamamura ni a su nuera Kikuko sin Setsuko Hara. Al señor Ogata le extraña ver crisantemos en el obi y el haori de Kikuko. “La temporada de crisantemos ya ha pasado”, le dice. Cada estación, en efecto, tiene sus flores que la representan: el cerezo en primavera, el crisantemo en otoño. Al pino, de hoja perenne, el bambú y el ciruelo, que florece durante el frío febrero, se los llama Saikan no Sanyu —los tres amigos del invierno— y son motivo habitual en el arte y la decoración. Las señoras saben qué flores deben usar según la temporada en los patrones de su kimono. “El patrón en el obi es un cuatro príncipes» —le explica Kikuko—. «Lo puedes llevar a lo largo de todo el año. Orquídeas, bambú, ciruelo y crisantemo.”
Setsuko Hara es la protagonista también de Primavera tardía y El comienzo del verano, mis dos películas de Ozu preferidas. No son las únicas cuyos títulos hacen referencia a estaciones: La primavera llega para las señoras, Primavera precoz, Otoño tardío, El fin del verano… El ciclo de las estaciones casi completo. No es fácil saber los títulos exactos de sus películas, cambian de un idioma a otro, pero es tan evidente el aprecio de Ozu por las estaciones que hasta las que no hacen alusión alguna en japonés, como Sanma no aji, se han traducido como Tarde de otoño o An Autumn Afternoon. No sólo los títulos, las películas mismas están llenas de referencia al clima, a la estación. Ningún otro director les da tanta importancia.
A Tsukiko y Sensei, la peculiar pareja protagonista de La maleta del profesor, de Hiromi Kawakami[I], los une sobre todo ese aprecio tan japonés por la comida estacional. La selección de ingredientes sigue marcando la gastronomía japonesa de maneras que se han perdido en muchas otras culturas. No sólo ellos responden al momento del año, también la presentación del plato, la decoración de la mesa, la manera de organizar el espacio en torno. El invitado a una ceremonia del té podrá saber en qué estación se halla mirando simplemente al entrar la disposición de la sala. Hasta los utensilios son propicios para una temporada u otra. Más que eso, a menudo: cada mes tiene su pájaro y su flor, y muchos maestros del té querrán aludir a los que corresponda en la manera que presentan su puesta en escena. Chikako san, la maestra que oficia la ceremonia en Mil grullas, de Kawabata, le pasa a Kikuji un chawan Oribe negro salpicado de blanco por un lado y decorado con brotes de helecho: “Uno de los mejores tazones que conozco para comienzos de primavera”, le dice.
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La semilla de la cultura japonesa está en la era Heian (794-1185). Es ahí cuando se consolida su emancipación de la cultura china, que se había cultivado en las islas durante los siglos anteriores, y surgen algunas de sus expresiones esenciales: el alfabeto silábico hiragana, el waka como género poético, la novela escrita en japonés —Murasaki Shikibu y Sei Shōnagon escriben entonces El cuento de Genji y El libro de la almohada— o el yamato-e como género pictórico centrado en temas japoneses diferentes a los de ambiente chino, que habían dominado hasta entonces el arte hecho en Japón.
Waka es una forma poética de treinta y una sílabas ordenadas en cinco medidas (ku) de 5, 7, 5, 7 y 7 sílabas. Es la base de la poesía japonesa, mucho más que el haiku, que vendrá más tarde. Los waka son casi siempre poemas de amor, mensajes entre amantes a menudo, y se escribían por eso en japonés: las mujeres no se esperaba que aprendieran chino, la lengua culta que se utilizaba para la alta literatura. Su elemento principal son las estaciones, a las que se alude una y otra vez mediante símbolos que las representan en la mentalidad clásica japonesa: las flores del ciruelo y el cerezo o el ruiseñor para la primavera, el pájaro cuco y las cigarras para el verano, los colores de las hojas en otoño y la nieve en invierno. Algunas asociaciones no son evidentes y resultaron más bien de convenciones que terminarían imponiéndose. La luna, por ejemplo, señala Donald Keene, se vuelve símbolo del otoño, “cuando su luz era más apreciada”.
El Man’yōshū es la antología waka más antigua que ha sobrevivido y la de mayor relevancia histórica, veinte volúmenes compilados a mediados del siglo VIII, cuando el periodo Nara estaba pronto a terminar e iba a comenzar la era Heian. El formato, sin embargo, estaba en decadencia por la preferencia de la corte imperial por esas formas chinas (kanshi) que se consideraban alta cultura. El japonés era entonces lengua poco prestante, instrumento de mujeres y criados; la gente elegante, la corte, los señores, se comunicaban y escribían en chino. “Edad oscura del waka” se llama normalmente al siglo IX, y son apenas esas mujeres no instruidas en chino quienes mantienen la llama de la escritura en japonés.
A mediados de la era Heian, sin embargo, Japón dejará de enviar emisarios oficiales a la dinastía Tang. La última misión viaja en 839 y la planeada para 894 se cancela. Esa ruptura de lazos con China y el aislamiento geográfico convierten la segunda parte del periodo en un hervidero de creatividad en que terminará de asentarse una cultura japonesa propia y distinta de la china. El waka renace, promovido y respaldado, ahora sí, por la corte imperial, y en 905 se presenta una nueva antología, «Kokin Wakashū», conocida como Kokinshū, la primera de la larga serie de compilaciones encargadas y auspiciadas por los emperadores. Sus poemas, a diferencia del Man’yōshū, están escritos por primera vez en kana, las sílabas del alfabeto hiragana, en vez de los caracteres ideográficos kanji de origen chino que tienen lecturas diferentes según el caso y permiten difícilmente contar sílabas. La clave del waka está en la manera de ordenar un número fijo de sílabas y no en la rima, que no sólo no se busca sino que se menosprecia incluso y se debe evitar.
El Kokinshū es la primera antología, además, en agrupar por estaciones los poemas. En las ediciones que manejamos hoy en día los primeros capítulos se clasifican así: 1-2: haru no uta, poemas de primavera; 3: natsu no uta, poemas de verano; 4-5: aki no outa, poemas de otoño; y 6: fuyu no uta, poemas de invierno. He aquí un ejemplo de cada estación[II]:
Primavera
Si del valle
no saliera el ruiseñor
con su canto,
¿quién sabría decir
si llegó la primavera?
(Ōe no Chisato)
Verano
Pienso que oscurece
y en cuanto miro ya amanece
esta noche de verano
en la que canta incansable
el pájaro cuco del monte.
(Mibu no Tadamine)
Otoño
Las noches de otoño
son largas sólo de nombre:
nada más encontrarnos,
sin apenas cruzar palabra
llegó el amanecer.
(Ono no Komachi)
Invierno
Al abrirse el alba,
parecen rayos de luna
al amanecer,
los copos de nieve blanca
cayendo en Yoshino.
(Sakanoue no Korenori)
El transcurso de las estaciones es en la cultura japonesa una alegoría constante del paso de la vida, como la breve floración de la sakura lo es de la fugacidad. Ki no Tsurayuki, el compilador del Kokinshū, lo explica en su prólogo, una joya en sí mismo de la literatura japonesa:
…recurrían a la poesía cuando veían flores cayendo en una mañana de primavera y oían caer las hojas en una tarde de otoño; cuando se lamentaban al ver ramalazos de nieve y surcos reflejados en el espejo a medida que pasan los años; cuando, asombrados, se daban cuenta de la brevedad de la vida al notar el rocío en la hierba o la espuma en el agua…
Ninguna de las veinte colecciones auspiciadas por la corte imperial en los siglos siguientes alcanza la importancia de esta antología seminal que continuará dictando forma y contenido de la poesía japonesa hasta el XIX. De siglo en siglo durante mil años los waka se seguirán ordenando de la misma manera, se seguirá glosando el transcurso del tiempo y la sucesión de las estaciones y se usarán para ello las mismas asociaciones con plantas y con fenómenos meteorológicos y hasta las mismas palabras, no más de 2.000 en todo el Kokinshū. Keene señala cómo poetas de siglos muy posteriores, y que viven en tiempos muy diferentes a la era Heian, se ven compelidos a seguir utilizando un vocabulario que no sirve para describir la vida de su época.
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Ono no Komachi (825-900) es una de las figuras más importantes del Kokinshū, y de la poesía japonesa en su conjunto. La única mujer entre los Rokkasen, los “seis poetas inmortales” que Ki no Tsurayuki identifica en su prólogo. Hokusai hizo con ellos una de esas series de grabados que tanto gustaban a los artistas de ukiyo-e: Mejores vistas de Edo, Treinta y seis vistas del monte Fuji, Cincuenta y tres etapas de la ruta de Tōkaidō, Cien famosas vistas de Edo, Diez fisionomías de mujer, Bellezas notables de las seis mejores casas…
Una mujer tan bella, además, que la palabra Komachi se utiliza hoy todavía para describir a una mujer hermosa. Muchos otros pintores la han retratado además de Hokusai: Kanō Tan’yū, Hishikawa Morohira Utagawa Toyokuni II, Utagawa Kunisada I… Su poema más conocido es este: Hana no iro wa / Utsurinikeri na / Itazura ni / Wagami yo ni furu / Nagame seshimani
No es fácil traducir waka —nunca lo es traducir poesía, en cualquier caso—, qué hacer con su estructura de cincos y sietes, cómo verter a otra lengua los juegos de palabras que a lo largo de cientos de años han ido entreverando los poetas con ese reducido vocabulario que utilizan. Cómo traducir, por ejemplo, furu, que puede significar la lluvia que cae, el envejecimiento, el paso del tiempo. Tratándose de waka o de haiku podemos hablar como mucho de versiones, cada intento apenas una aproximación, un acercamiento que permite intuir de qué trata el poema pero no comprenderlo del todo. Me gusta esta versión de Aurelio Asiaín:
Desvanecido
el color de las flores
¡ay, sin sentido!
vivo viendo llover
interminablemente
La poeta vive viendo llover (furu), pero quizá también envejeciendo, lamentando quizá el tiempo perdido en amantes, uno tras otro, cuyo recuerdo no le sirve ahora para aliviar la soledad y la pobreza en que ha quedado al final de su vida. ¿Sería mejor “envejezco viendo llover interminablemente”?
He aquí otra versión, de Torquil Duthie:
El color de las flores
ya pasó en vano
mientras mi cuerpo
pasaba por este mundo
mirando las largas lluvias
Muchos otros poemas de Ono no Komachi hablan de las estaciones. Este, también entre los más famosos, se refiere al otoño. He encontrado numerosas traducciones al inglés y al español que apenas se parecen, y cuesta reconocer a veces versiones de un mismo poema. Quien no sepa de cuál se trata podría pensar que son diferentes. En nuestro idioma me gusta la de Carlos Rubio:
Aki kaze ni
afu tanomi koso
kanasikere
wa ga mi munasiku
narinu to omoheba
Al viento de otoño
abandonadas en los campos
yacen espigas.
¿Abandonada también
quedaré yo algún día?
***
La tradición de poemas estacionales ha continuado en el haiku, derivación, sublimación si se quiere, del waka. Su composición aún más breve (5, 7, 5) obliga al poeta a ser más conciso. Si había seis grandes poetas del waka, todo el mundo coincide en que los cuatro grandres maestros del haiku son Matsuo Bashō, Yosa Buson, Kobayashi Issa y Masaoka Shiki. Escojo para cada uno una estación:
El escenario de la primavera
está casi preparado:
la luna y las flores del ciruelo.
(Matsuo Bashō[III])
Lluvias de estío
en el cauce fresco
fluye el Mogami
(Yosa Buson[IV])
Tampoco yo
he encontrado un hogar.
Tarde de otoño.
(Kobayashi Issa[V])
La desolación del invierno;
atravesando una pequeña aldea,
ladra un perro.
(Masaoka Shiki[VI] )
Me gusta la discusión que Shiba Ryotaro cuenta en su novela Las nubes sobre la colina[VII] entre Masaoka Shiki —el gran renovador del waka y el haiku— y Naito Meisetsu sobre cuál es el mejor poema de Buson. Shiki, que lo había rescatado del olvido y revaluado como gran maestro del género, consideraba el que cito antes como una de sus obras imperecederas. Para Meisetsu, en cambio, el mejor es este:
Agua en primavera
discurre por la tierra
por las llanuras
Yo no he podido resistir, en fin, la tentación de preguntar a José Luis Guerin, quien primero me habló de Buson, cuál es su preferido:
Ono no irete
ka ni odoroku ia
fuiu kodachi
Árboles de invierno
golpe de hacha
efluvio de aroma[VIII]
(Continuará)
[I] Me resisto a utilizar el absurdo título, El cielo es azul, la tierra blanca, que ha dado Acantilado a la traducción al español.
[II] Versiones de Torquil Duthie
[III] Versión de Tsutomu Takagi y Alberto Manzano
[IV] Versión de Yoko Ogihara y Fernando Cordobés
[V] Versión de Antonio Cabezas
[VI] Versión de Tsutomu Takagi y Alberto Manzano
[VII] Traducción de Yoko Ogihara y Fernando Cordobés.
[VIII] Versión de Justino Rodriguez, Kimi Nishio y Seiko Ota
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