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Las hermanas Llanos, dos amantes del rock

Recuerdo un vídeo de las hermanas Llanos interpretando una versión acústica de «Loli Jackson» y pienso en cómo ha pasado el tiempo desde que Dover —la formación que Cristina y Amparo Llanos (guitarristas y compositoras) pusieron en marcha junto a Jesús Antúnez (batería) y Samuel Titos (bajo) el cuatro de octubre de 1992— animaba la escena musical española con sus canciones en inglés.

En los 32 años transcurridos desde entonces todo ha cambiado mucho. Pero pocas cosas lo han hecho tanto como el tinglado musical. Y yo, que en un principio desconfié del rock alternativo, del grunge, por haber sido estas músicas las que desplazaron a ese pop-rock autóctono que fue una parte notabilísima de la banda sonora de mi juventud —el rock & roll me conmueve a un nivel más íntimo: como el primero de los pilares de mi educación sentimental—, ahora que esas tres décadas largas y las ediciones conmemorativas de los álbumes más destacados de Dover nos contemplan, debo reconocer que canciones como «Let Me Out», «King George» o «Serenade», por citar solo a tres de los títulos señeros de la formación, me devuelven a aquellas noches finiseculares y de los albores del Tercer Milenio en las que, pese a que ya no era tan joven, las sombras me seguían siendo favorables y yo seguía siendo muy feliz con una copita y un poquito de rock & roll.

"Lo de cantar en inglés, siendo de Majadahonda, era la prueba irrefutable de que Cristina estaba dotada por el Maligno con toda la metafísica del rock"

Siempre que busco una evidencia de ese pacto diabólico que, según una leyenda arraigada entre los amantes del rock & roll firman algunos de sus intérpretes para obtener la maestría en su desempeño, pienso en Cristina Llanos cantando «Devil Came to Me». La vitalidad con que recreaba el tema que daba título a su segundo álbum era la prueba irrefutable de que el Diablo había escuchado a aquellas dos chicas de Majadahonda —un pueblo de las afueras de Madrid que, ya entonces, más que ninguna otra cosa era una zona residencial de nuestra amada ciudad— y había acudido a ellas con la misma diligencia con la que Dios inspira a aquellos cantantes comprometidos con la justicia social, la paz del mundo y otras grandezas.

Lo de Dover no tenía que ver con el puerto inglés del Canal de la Mancha. O tan solo la relación que pudiera haber entre aquella ciudad de los acantilados blancos y la marca de ropa, que tomaba de ella su nombre, comercializada por la madre de las hermanas Llanos en el establecimiento que regentaba en un centro comercial. Lo de cantar en inglés, siendo de Majadahonda, era la prueba irrefutable de que Cristina —la vocalista y letrista— estaba dotada por el Maligno con toda la metafísica del rock, una música a la que la lengua de Shakespeare —o del gran Malcolm Lowry, ya que hablamos de endemoniados— siempre ha sido lo que la de Cervantes —¡nuestro amado español!— al cante hondo o los fandanguillos de Huelva.

"Es como esa sintonía que tienen algunos espectadores con la pintura abstracta, en la que encuentran algo que comprenden hasta el estremecimiento"

La España de los años 90, cuando Dover inició su ascenso, aún no hablaba inglés. Nada que ver con esta de ahora, casi bilingüe, en la que hasta los políticos sueltan sus patrañas en los foros internacionales en la misma lengua en la que Shakespeare escribió esos dramas alusivos a la corrupción —Hamlet (1603), Macbeth (1623), Ricardo III (1623)— que parecen tocarles tan de cerca. El pop-rock había conocido esa edad de oro que fueron los años 80 cantando en español. Se dice que entonces, en los años de mi juventud, vendía más la música autóctona que la de importación. Recuerdo haber leído artículos periodísticos, y firmados por algunos de los comentaristas más sesudos de aquellos ya remotos años, en los que se aseguraba que el rock tenía una difícil implantación en España porque aquí la gente no hablaba inglés.

Pero Cristina Llanos era perfectamente consciente de que quienes lo aman entienden el rock, aunque no hablen inglés. Es como esa sintonía que tienen algunos espectadores con la pintura abstracta, en la que encuentran algo que comprenden hasta el estremecimiento. Una pulsión que, muy por el contrario, no perciben, ni por asomo, quienes sólo consideran arte a la figuración. Sister (1995), Devil Came to Me (1997), Late at Night (1999), I Was Dead For 7 Weeks In The City Of Angels (2001), los grandes álbumes de Dover, conocieron tanto éxito que animaron toda la escena del rock alternativo. El tiempo de esta formación madrileña, que pasó de ensayar en un local de Alcorcón a grabar en Seattle, la cuna del grunge, fue el tiempo del Festimad, Subterfuge Records, los conciertos en Radio 3 y aquellas noches en las que yo era tan feliz con una o dos copitas en los bares de rock & roll de mi ciudad. Es de entonces de cuando data mi simpatía por los amantes del rock alternativo. Rockers, mods, hippies, punkis, heavys, grungers… Siempre me ha gustado la gente que ama el rock de verdad con independencia de su tribu. Las hermanas Llanos lo hicieron hasta que su álbum de 2006, Follow the City Lights, un disco electrónico, las alejó del ritmo del Diablo.

"Amparo ha comentado que fue Cristina quien decidió romper la banda porque ya estaba dicho todo lo que había que decir con aquella formación"

Perdido el favor del Maligno, que por impío requiere un culto mayor, Dover se fue por otros derroteros en I Ka Kené (2010). Los conciertos se espaciaron, la gente olvidó a la banda que cantaba en inglés. Sus vídeos empezaron a quedarse viejos en YouTube. Y Spotify, surgido en 2008, cambió totalmente el tinglado musical.

De Cristina Llanos no volvimos a saber tras la separación de Dover en 2016. Más recientemente, Amparo, su hermana mayor, entre críticas al machismo estructural de la industria discográfica, ha comentado que fue Cristina quien decidió romper la banda porque ya estaba dicho todo lo que había que decir con aquella formación.

Amparo ahora estudia, y desde el diletantismo puntualiza todo lo que desde siempre había querido descubrir: antropología, arte, Simone de Beauvoir… Integra una nueva banda, New Day. Desde la pandemia se dedica básicamente a sus lecturas. Sólo levanta la vista del libro para visitar, casi a diario, el Prado. Allí, en la gran pinacoteca madrileña que esta gente que nos gobierna quiere demediar, se le ha visto, a veces, con su hermana Cristina. Pero no les gusta que las reconozcan. No hay que decirles nada. Lo suyo es mirarlas discretamente, con ese cariño que despiertan las chicas de ayer. Nadie, ninguno de los de entonces somos ya los mismos, aunque nos siga gustando «Devil Came to Me».

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