Sorpresivamente, hemos encontrado en la librería una traducción desconocida de las Geórgicas. Allí estaba, en una mesa, que ni siquiera era la principal o la más surtida, al lado de otros volúmenes cuyos títulos no alcanzamos a ver por el deslumbramiento —encandilamiento, dicen en América con más gracia— que nos produjo el hallazgo. Rápidamente, abrimos el ejemplar y miramos los créditos: 2017, acaba de salir. Respiramos aliviados. Que llevara tiempo editada y nosotros sin saberlo hubiera supuesto una mancha difícil de limpiar en nuestro cursus honorum virgiliano.
Nos dirigimos al librero, a afearle su insensibilidad por tener semejante tesoro oculto y no visible en primera línea de exposición; esto es, al lado de las múltiples botellas de bebidas espirituosas con las que, a base de servir copas a los clientes, alivia la cuenta de gastos de la librería en estos tiempos menguados de lectores. Ahí nos informa de que el traductor es amigo suyo, y no es profesional de la cosa clásica, sino un amateur entusiasta, enamorado del poema. Quedamos muy bien impresionados, pues no es el primer caso, ni el segundo que conocemos de lo irresistible que puede resultar la combinación entre saber algo de latín y leer a Virgilio: cuando se paladean esos versos perfectos (y más que perfectos) en el idioma en que fueron escritos, es difícil no concluir en que poco empleo mejor para el resto de la vida puede haber que elaborarse uno mismo su propia versión privada de las Geórgicas.
Y además, precisamente, de las Geórgicas. Porque traducir la Eneida puede resultar más sencillo, pero quizá pasaría por pretencioso; y las Bucólicas, con un encanto similar, pertenecen a un universo privado, menos accesible. Las Geórgicas, en cambio, nos hablan de lo que todos conocemos —o deberíamos—, las cosas del campo, que en los versos de Virgilio se transfigura —dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados…— sin dejar por ello de ser tangible y cercano.
Abrimos el libro; por lo demás, editado con gusto, con ilustraciones que acompañan muy adecuadamente. Agradecemos que se mantenga la versificación, pues siempre nos han fastidiado las versiones que apelmazan el texto pasándolo a prosa. Apreciamos el esfuerzo del traductor, que ha convertido los hexámetros en endecasílabos. Y ya que ser amigo de un honesto librero, si bien es un buen principio, no garantiza por sí solo el favor de las musas, en una cata previa ojeamos algunos de nuestros pasajes preferidos. Pastores prima, deinde agrícolas et ad ultimum bellatores. Vamos al libro II.
El elogio de la patria:
Mas ni la Media ubérrima, ni el Ganges
famoso ni el Hermo, túrbido de oro,
ganan a Italia (…)
la cubre el trigo grávido y el Másico
vino de Baco, el olivo y la grey (…)
Aquí eterna primavera, amplio estío,
camadas y cosechas duplicadas (…)
¡Salve, tierra de Saturno, matrona
de frutos y hombres
La primavera:
Primavera viste bosques y selvas,
y la tierra plena pide simiente (…)
En las altas ramas trinan los pájaros,
con celo buscan los toros a Venus,
pare el campo feraz y abre su seno
al tibio Céfiro; todo está húmedo,
confían los gérmenes en el sol nuevo (…)
No creo que los días primigenios
luciesen ni tuviesen otro aspecto,
primavera, primavera el gran orbe
libre del soplo glacial de los Euros,
cuando apareció el ganado, y el hombre,
dura estirpe, alzó la vista del suelo,
fieras a la selva, estrellas al cielo.
Y en el libro IV, la leyenda de Orfeo y Eurídice. Orfeo,
calmando con lira su herida
de amor solo en la playa a ti dulce
esposa al alba y ocaso cantaba (…)
Con su música, adormece a las fuerzas del inframundo
Conmovidas del canto iban las sombras
y espectros del hondo Érebo (…)
Y Eurídice puede salir. Pero se vuelve a contemplarla
el incauto amante enloqueció,
inocente (…)
¡ay, desmemoriado! Miró turbado.
Ahí se perdió. Roto el pacto del cruel
tirano tres retumbos dio el Averno.
¿Qué nos perdió, Orfeo, qué gran locura?
dijo ella. ‘Otra vez me llaman los crueles
Hados y vidria mis ojos el sueño.
¡Adiós: la noche me lleva, tendiéndote,
ay sin ser tuya, mis manos inválidas!’
Virgilio es lo más parecido a un dios que ha pisado la tierra (tan divino es que algunos preferimos a Horacio). Sean, pues, más que bienvenidas estas Geórgicas. Ojalá dieran en sacar una por año… así no nos despistaríamos tanto con lecturas menores.
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Autor: Virgilio. Título: Geórgicas. Versión rimada de Nicolás Ramírez Moreno. Editorial: Ediciones Ulises, 2017. Venta: Amazon
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