Hay palabras que parecen absurdas pero que significan mucho. Verbigracia, supercalifragilisticoespialidoso. Para el común de los mortales, en el mejor de los casos, será un trabalenguas más o menos simpático. Pero en mi cohorte demográfica —los baby boomers que aún éramos unos niños cuando el estreno de Mary Poppins (Robert Stevenson, 1964)—, sabemos perfectamente que supercalifragilisticoespialidoso era la palabra con la que Mary (Julie Andrews), preguntada por los chicos de la prensa, expresaba el júbilo que la embargaba tras haber ganado el derbi en que la imagen real se mezclaba con los dibujos animados. En lo que a mí respecta, supercalifragilisticoespialidoso es aún más: es un conjuro que me devuelve al tiempo y al lugar donde fui el niño más feliz del mundo: el Madrid de mi infancia en los años 60.
Mucho tiempo después, ya derrotado pero sin entrar en vereda, tuve oportunidad de entrevistar a María del Carmen Goñi, la Valentina de Antena infantil —otra delicia de aquellos días remotos, ésta en la pequeña pantalla—, quien me comentó que chiripitifláutico era un remedo de supercalifragilisticoespialidoso. Esta otra voz con complicación, pero sin significado alguno, fue acuñada entre todos los protagonistas de Antena infantil (1965), que fue antes que Los chiripitifláuticos (Óscar Banegas, 1966-1974) propiamente dichos. Desde luego, como versión autóctona del hallazgo de Mary Poppins, surtió el efecto deseado: en mi cohorte demográfica, siendo paisanos, todos sabemos que chiripitifláutico era aquello que hacía que se le movieran los mofletes a Locomotoro (Paquito Cano) o los viajes del Capitán Tan por “todo lo largo y ancho de este mundo”.
Creí que esas palabras con trazas de trabalenguas —para mí conjuros que pronuncio para reconfortarme con el recuerdo de mi infancia en horas de desaliento— se habían quedado lejanas, en el pasado milenio, cuando acabo de descubrir que Aserejé, el título del tema de Manuel Ruíz, que Las Kétchup lanzaron en junio de 2002, y desde entonces se ha convertido en una de las canciones más vendidas de toda la historia de los registros musicales, tiene una capacidad semejante para devolverme a los últimos veranos de mi vida.
Ha sido hace apenas unos días, al volver a ver el video oficial del tema, con las hermanas Muñoz interpretándolo en el chiringuito de una playa, cuando he comprobado que esas imágenes se asemejan a las de los últimos veranos de mi vida, a mis últimas playas, a las últimas chicas que admiré en aquellas arenas. Lo mío no tiene nada que ver con esas invocaciones a cultos satánicos que, según han pretendido algunos de los fanáticos de las Kétchup a lo largo de estos 20 años, llevaba implícita la letra del ritmo ragatanga: “Aserejé ja de jé de jebe/ tu de jebere sebiunouva/ majabi an de bugui/ an de buididipí”.
Una vez que hizo historia, se dijo que la canción estaba inspirada en Rapper’s Delight, una pieza de 14 minutos —por longitud, casi una de aquellas suites del rock sinfónico— que en 1979 grabó un trío de hip-hop estadounidense: The Sugar Hill Gang. No lo pongo en duda. Lo que está claro es que esta otra formación no conoció el éxito de Las Kétchup. Incluida en el primer elepé de la banda —Hijas del tomate (2002)—, se dijo entonces que, el nombre de la formación, era debido a que las hermanas Muñoz son hijas de Juan Muñoz, un guitarrista flamenco apodado El Tomate. Patriarca de una estirpe de artistas cordobeses —todos los hermanos son guitarristas; las hermanas, cantantes—, en su casa, las fiestas debieron de ser auténticos recitales. Hubo una, en 2001, que Lola, Pilar y Lucía, las tres hermanas, se dieron cita en un bar de su Córdoba natal para despedir a Pilar, que se venía a Madrid a estudiar arte dramático. Quienes las escucharon entonces, rendidos ante el encanto de las jóvenes, pusieron al corriente de su arte a Manuel Ruíz, Queco cuando se dedica a sus labores de productor musical. La canción del verano siguiente nació entonces.
La gira promocional de Hijas del Tomate las ocupó durante un par de años. Con posterioridad, todas las cifras se dispararon. Número uno en Argentina, Perú, Estados Unidos, Suecia, Bélgica, Alemania, Reino Unido, Japón… España, por supuesto. A comienzos de 2003, Aserejé ya había vendido más de siete millones de copias y había sido grabada en portugués y en espanglish. Supongo que “Aserejé” se dirá lo mismo en ambos casos. No obstante mi amor al rock & roll, al rhythm and blues, al jazz y a la música estadounidense del pasado siglo salvo pocas excepciones, la primera vez que vi el video de Las Kétchup, las hermanas Muñoz me dejaron fascinado. Recuerdo haber leído una entrevista a una de ellas en la que afirmaba que cuando todo eso acabase se irían por donde habían venido. Pero su estrella aún sigue brillando.
Lo que sí que ha tocado a su fin son mis estíos. El verano, como casi todo, es para cuando se es joven y los de mi cohorte demográfica ya no lo somos. Con todo, yo me doy por satisfecho: la juventud, merced a mis antiguas ebriedades, me duró hasta los 50 años. Y ahora, 15 después, me gusta ser un anciano y, cuando quiero reconfortarme en mis recuerdos de los estíos pasados, Aserejé es el conjuro con el que evoco a esas chicas que se vestían y se desenvolvían como ellas en los chiringuitos de mis últimos veranos.
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