Las «locas» de postín y El fuego de Lesbos son dos de las doce novelas ejemplares cuya publicación anunció Álvaro Retana a principios de los años 20. En prólogo de la primera de ellas deja clara tanto su intención como su estética:
«Lector: Aquí tienes un hombre, buscador insaciable de emociones morbosas. Hasta el presente, ningún otro novelista español creo que me haya superado en audacia para estudiar con febril apasionamiento a esa alocada fauna que vive en el extrarradio moral. Y tampoco ningún otro novelista me igualó en valentía para describir escenas y personas que nacen, crecen y se mustian en la abyección y el desenfreno. (Allí nos esperen muchos años.)»
En estas sucintas líneas ya se aprecia tanto el (conscientemente) falso moralismo con el que Retana justifica sus historias —posiblemente, condición necesaria para que llegaran a ver la luz—, como su dominio de la ironía, tan presente en ese lucidísimo paréntesis final. Pero, sobre todo, destaca la alusión a la «audacia» y al «febril apasionamiento» del autor, dos rasgos que, sin duda, pone de manifestó en estas novelas tan breves como deliciosas y que ahora la editorial Dos Bigotes ha devuelto a la vida con su buen hacer habitual.
No encontraremos en ellas tramas complejas, ni tampoco una cuidada construcción psicológica o argumental —pues no es ese, en absoluto, el propósito de Retana—, pero sí hallaremos un fresco vívido de esos años 20 y, muy particularmente, de la vida LGTBI+ en ese contexto en el que, a falta de siglas para poner nombre a quienes formamos parte del colectivo, Retana nos habla del «tercer sexo», donde conviven tanto los personajes homosexuales como las mujeres lesbianas y bisexuales que protagonizan estos dos títulos.
En ambas piezas se combina ficción y realidad, de modo que muchos de los personajes que se asoman a estas páginas son trasunto y, en ocasiones, alusiones directas y explícitas a personajes de su época: aristócratas, transformistas, nombres de la cultura… Sin embargo, el interés de su lectura no radica solo en esa vertiente casi arqueológica, sino, sobre todo, en el humor que derrocha su prosa y en la capacidad de Retana para, a la vez que nos arranca una sonrisa, dar voz y protagonismo a quienes siempre estuvieron condenados al extrarradio, sin olvidar, eso sí, hasta qué punto el privilegio económico permitía (o no) la posibilidad de una vida más libre:
«Estos seudohombres, que pudiéramos llamar representantes del tercer sexo, pertenecen a familias distinguidas, y la sociedad, indulgente, después de condenarlos, perdona sus extravíos.»
Personajes a los que su autor dibuja entre el humor y la ternura, sabiéndose parte de ellos y mirándolos siempre desde dentro, sin juicios que nos alejen de su realidad, sino invitándonos a formar parte de ella y a sentirnos uno más en ese grupo de amigos que llena la primera de las novelas o en la lista de las amantes que, en torno a la protagonista, ocupan la segunda.
La libertad expresiva de Retana junto con su agudeza e ingenio hacen que la lectura resulte de una modernidad sorprendente, contribuyendo no solo a ampliar el canon de la narrativa breve del primer tercio del siglo XX —donde Álvaro Retana había quedado oculto y olvidado—, sino también a seguir construyendo esa necesaria memoria histórica LGTBI+ en la que se agradecen historias tan cotidianas y llenas de humor como las que componen estas páginas:
«—Entonces, ¿qué vida hacéis?
—Una vida muy correcta. Nada de hacer la marica, como antes. Ahora, todas las noches nos vamos al teatro o al cine, y a la salida yo me llevo un tío a mi casa, y este se va a dormir con otro a la suya.»
La aparente ligereza de ambos títulos tampoco impide que en los dos asome la defensa de unos derechos que aún tardarían décadas en conquistarse. Resultan especialmente destacables dos pasajes de la primera de las novelas. Por un lado, la reivindicación de su libertad y de su identidad que hace el protagonista al ser criticado por su propio hermano y que, en esos años 20, constituye una valiente proclama contra la homofobia y la transfobia:
«—¡Como si tuvieras algún derecho! —bramó el amenazado—. ¿Causo algún mal a nadie con mis cosas? Si hago algo, siempre es de acuerdo con la parte beligerante, y nunca en perjuicio de un tercero. El que no esté conforme con mi modo de ser, que me quite lo que me da o que me retire el saludo. (…) Yo hago con mi cuerpo lo que me da la gana!»
Asimismo, otro de los pasajes más hermosos de las dos novelas sea la tipología de «locas» que nos plantea el narrador, ya que a través de esa enumeración —que incluye, entre otras, a a las «locas por convicción», a las «locas en entredicho» o a las «locas escandalosas»— asistimos a una celebración gozosa y visible de la diversidad.
En El fuego de Lesbos, como ya nos advierte el título, se cambia el foco y se sustituye a estas «locas» de postín por las novias y amantes de una famosa marquesa. También varía la forma literaria, que, en este caso, adopta la estructura de una novela epistolar. Sin embargo, no cambia ni la estructura ni la mirada, pues volvemos a encontrarnos con una sucesión de peripecias que, en forma de escenas, se acumulan sin mayor consecuencia, tal y como comenta la propia narradora:
«Después de una escena dieciochesca tan accidentada como cualquiera de las que te he descrito, en que Gloria y Conchita dieron por terminadas definitivamente sus relaciones, y de otra escena no menos pintoresca, en que Sarita, armada de un tenedor, persiguió a Gloria por el parque de la Ciudad Lineal.»
Más allá del juego epistolar y de algún guiño metaliterario («¿Qué te parece todo esto? ¿No es verdad que con estos datos podrías hilvanar una novela?»), predomina la combinación de humor y erotismo, siguiendo los preceptos que el propio Retana expresa a través de sus personajes:
«La gente se asusta porque el erotismo literario lo han mixtificado horriblemente los continuadores de Trigo, que lo han convertido en algo que tiene visos de pecado, cuando no es sino el estallido de toda la rugiente poesía, toda la amplitud vital y todo el grandioso estremecimiento de la Naturaleza.»
No hay rastro de ese miedo en la narrativa ágil y luminosa de Retana. Una voz que merece recibir la atención que el canon, tan poco atento a la diversidad y a las minorías, le había arrebatado durante demasiado tiempo. Por suerte, esta nueva edición que nos regala Dos Bigotes viene a deshacer ese agravio y, de ese modo, a descubrirnos una de las miradas literarias más ingeniosas, singulares e irreverentes de la primera mitad del XX.
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Autor: Álvaro Retana. Títulos: Las «locas» de postín y El fuego de Lesbos. Editorial: Dos Bigotes. Venta: Todos tus libros.
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