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Las muertes de Federico o el poeta que nunca murió

Las muertes de Federico o el poeta que nunca murió

Manuel Bernal Romero ha escrito un libro que compila todas las hipótesis barajadas sobre la muerte de Federico García Lorca, desde la más oficial, que asegura que fue fusilado en agosto de 1936, hasta la más aventurada, que especula sobre la posibilidad de que sobreviviera a las torturas y de que muriera lejos de España. Pero además, este texto reconstruye la personalidad de un poeta por todos añorado.

En este making of Manuel Bernal Romero explica el origen de Las muertes de Federico (Renacimiento).

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Las muertes de Federico es la recreación fidedigna de sus últimos días y del rostro de su último novio, antes de que todo se convirtiese en un enigma, en un cuerpo por descubrir. Pero hoy ya sabemos que eso es un imposible, porque Federico ha sobrevivido a todos, a los que lo quisieron y a los que no. Y esa es la clave de estos ensayos novelados.

Las muertes de Federico empezó a nacer sin duda hace más de treinta años, la primera vez que visité en Granada Fuente Vaqueros y la Huerta de San Vicente. Estar cerca de sus cosas, mirar los mismos paisajes que pudo contemplar, ver acaso los mismos árboles que le pudieron dar sombra, reconocer los muros que le dieron la vida y las alas primeras y últimas, hablar con las gentes del lugar, saber que entre ellos podría haber aún quienes le conocieron y quienes podían saber dónde estaba enterrado… Oír la voz de Angelina contar sus últimas visitas, sus palabras pobres y escasas. Escuchar a los que…

"En ese momento ya sabía que ya no quedaba nadie que supiera por experiencia propia qué había pasado con Federico y dónde estaba su cuerpo"

Después todo lo escuchado y leído se puso en pie las mismas veces que se tiró por los suelos. Y al tiempo que aparecían testimonios que podrían ser definitivos se ponían en cuestión aquellos otros que antes fueron incuestionables. La realidad en torno a Federico se fue convirtiendo casi en un juego diabólico y su muerte en una historia interminable, un enigma capaz de cruzar el universo sin que se aportasen demasiadas explicaciones originales o novedosas. Sin embargo todos los que publicaban algo sobre el turbio asunto de sus últimos días aseguraban contar la verdad, mientras la familia guardaba silencio. Había ya mucha información sobre la mesa (Ian Gibson, Miguel Caballero, Benjamín Amo…) y aunque todos apuntaban sinceramente a su verdad ninguna me parecía mejor que la otra: la una tenía unos detalles excepcionales y la siguiente daba el nombre incluso de quién le cerró los ojos o el calibre de las balas que se usaron, o de quién dijo qué… ¿Qué se podía aportar entonces de nuevo? En ese momento ya sabía que ya no quedaba nadie que supiera por experiencia propia qué había pasado con Federico y dónde estaba su cuerpo. Por eso decidí unir a todas esas lecturas sobre su muerte o su no muerte la de su voz estando vivo. Y lo hice con las entrevistas recopiladas por Soria Olmedo, pero sobre todo por la vasta apuesta que habían hecho Rafael Inglada y Víctor Fernández en Palabra de Lorca.

"Y todos, con sus testimonios, me dieron las claves para ponerle cara a la persona en sus últimos días, a la desesperación de tener el terror mirándole a los ojos"

No quería entonces hacer un ensayo al uso, que reuniera datos y más datos ya publicados. Poco de nuevo se podía contar. Hasta lo que en algún momento pensé que conocía en exclusiva ya también estaba publicado. Si alguna vez estuvo en el barranco de Viznar, si al final terminó bajo el piano de la Huerta, si sus restos compartían sepultura con los de su cuñado, si reposaba en una tumba familiar anónima en Granada o Madrid, si sus restos habían cruzado el Atlántico, tal como hizo parte de su familia e hicieron tantos amigos… ¿Quién daba más? Había historias casi para todos los gustos. Por eso tomé por el camino de en medio y rebusqué entre los datos para ponerle cara al hombre, a la persona asesinada o malherida en agosto del 1936, darle voz a sus últimos momentos, hacerme eco del testimonio directo de algunas personas que lo tuvieron cerca o lo quisieron cuando todo se debió de convertir para el poeta en soledad y solo soledad, esperando una ayuda, una mano amiga, un algo que nunca llegó. O por lo menos, no al tiempo de darle la compañía y el apoyo que hubo de necesitar mientras la desesperación se coló por sus huesos y ya no hubo lugar para la poesía ni para los sueños. Allí se quedó la voz sin timbre de Manuel de Falla, que fue quizás la única persona que intercedió por él esperando lo liberasen; allí se quedó la palabra humilde de Angelina Cordobilla mientras le acercaba tabaco y algo de café al presidio (aunque alguien después dijese que era imposible); allí se quedó el semblante tosco de Francisco Murillo, el taxista al servicio de la familia García Lorca, que semanas antes había recogido el cuerpo del también fusilado Manuel Fernández-Montesino, casado con Concha, la hermana del poeta; allí se quedaron las voces de María Teresa León, de Concha Méndez o de Morla Lynch, que creyeron durante algún tiempo que Federico estaba vivo; allí se quedó para siempre la voz joven de Juan Ramírez, que es, según entiendo, uno de los destinatarios no reconocidos de los Sonetos del amor oscuro y, sobre todo, el único hombre que vivió para decir «Federico y yo nos quisimos». Y todos, con sus testimonios, me dieron las claves para ponerle cara a la persona en sus últimos días, a la desesperación de tener el terror mirándole a los ojos, a la soledad de las últimas noches o a la sencilla esperanza que le hizo ser feliz en algunos momentos mientras imaginaba que era un mal sueño.

"Federico había crecido levantándose por encima de las ideologías y de casi todos los credos hasta convertirse en un poeta sencillamente en estado puro y definitivamente vivo"

Lo demás vino casi solo: muchos hombres y algunas mujeres habían querido acordarse de Federico. Son las que llamo las «voces amigas», los escritores que escribieron acordándose de él y para mantenerlo vivo. Vivo para siempre, sin que le hiciera falta resucitar, vivo como el poeta no ya de Granada sino de la España que al final ganó la guerra, la España que triunfó cuando ya no era delito ser homosexual y en la que decir su nombre ya no estaba perseguido, aquella España en la que de alguna forma el poeta había creído antes de que se cruzaran en medio de sus sueños las balas. Hubieron de pasar más de cuarenta años, pero en todo ese tiempo Federico había crecido, levantándose por encima de las ideologías y de casi todos los credos hasta convertirse en un poeta sencillamente en estado puro y definitivamente vivo. Los otros, los que no lo quisieron, sí que estaban muertos.

Por todo lo anterior, Las muertes de Federico tiene dos caras, una cara poliédrica y diversa que pone en pie y narra sus muertes sin perder el norte de los datos y las personas que pudieron saber qué pasó. Y otra que, como un mosaico, se hace eco de los amigos y amigas que no quisieron ni olvidarlo ni que lo olvidásemos: desde Alberti a Zambrano, alfabéticamente ordenados.

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Autor: Manuel Bernal Romero. Título: Las muertes de Federico. Editorial: Renacimiento. Venta: Todos tus libros.

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