Hace varias semanas tuve el placer de contactar con la japonóloga Elena Gallego Andrada, residente en Tokio desde hace tres décadas y lectora de mis artículos de Zenda. Uno de los milagros de las redes sociales, que hoy tomamos como lo más normal, es la posibilidad de descubrir y de conversar con personas tan interesantes como Elena: escritora, traductora e investigadora de la cultura nipona.
Le conté que apenas conocía la literatura japonesa, que tan solo había leído el clásico Historia de Genji, de la dama Murasaki Shikibu, y varias novelas del siglo XX de Kawabata y Tanizaki, así como algunos cuentos de Murakami. A continuación, le desvelaba mi deseo de leer más…
—¿Qué clásico de la literatura japonesa me recomendarías? —le pregunté.
—Depende de lo que busques. Depende de lo que esperes que Japón te pueda ofrecer… —contestó ella, sin agregar recomendación alguna.
Leí su respuesta y, de buenas a primeras, me chocó. Comprendí de inmediato que mi pregunta resultaba absurda. Era como si un japonés viniera a mí para contarme que había leído el Quijote y alguna novela de García Márquez y, a continuación, me pidiera que le recomendara un clásico de la narrativa española. ¿Qué podría contestarle yo a ese nipón hipotético? Me quedaría tan indeciso como mi amiga japonóloga.
—Buena respuesta a tan amplia pregunta… —respondí a Elena.
Advertí que toda mi biblioteca la constituyen libros españoles, ingleses, franceses, latinoamericanos, estadounidenses y rusos. También tengo una minoría de libros alemanes, portugueses e italianos; pero ¿qué hay de las otras literaturas? ¿Qué sé yo de las narrativas africanas, asiáticas, australiana? La respuesta es: nada. Cada una de las numerosas literaturas que no figuran en mi biblioteca constituye un abismo de mi ignorancia; una fosa abisal rellena de un océano de conocimientos posibles en el cual no me he sumergido aún.
—Intuyo que podría gustarte la novela titulada La escopeta de caza, de Yasushi Inoué, publicada por Anagrama hace casi veinte años.
Con la impulsividad que me caracteriza, sin leer nada sobre Inoué, me dejé llevar por la recomendación de Elena. Concibo mi vida creativa como un azar que me conduce a donde deseo llegar, aun cuando yerro, pues nada de lo que me sucede es gratuito, todo me lleva hasta algún punto… De modo que escribí de inmediato a Anagrama para pedir un ejemplar del libro… si es que no estaba agotado después de dos décadas.
A los pocos días, me llegó el ejemplar en la colección Compactos, con su bella portada de un color amarillo cálido, y comencé a leer un relato que me interpelaba…
Yasushi Inoué nació en la isla de Hokkaido, al norte de Japón, en 1907. Tan solo se llevaba ocho años con Kawabata, a quien sustituyó en la vicepresidencia del Pen Club Internacional. Licenciado en Estética por la Universidad Imperial de Kioto, se dedicó al periodismo cultural y a la escritura. En 1949 publica La escopeta de caza, al igual que otra novela llamada Corrida de toros. Pese al título, esta última, que fue galardonada con el prestigioso premio Akutagawa, no ha sido traducida al español.
Corrida de toros relata la organización de un espectáculo taurino en el Japón de posguerra por parte de un importante editor de periódicos. Emplea la violencia contra los animales como metáfora del comportamiento humano, al igual que La escopeta de caza, novela que utiliza con brillantez el punto de vista y el azar.
El narrador de La escopeta de caza es un escritor anónimo que envía un poema a una modesta revista llamada El compañero del cazador, que edita la Sociedad Japonesa de Cazadores. El poema se lo ha pedido un viejo amigo de la infancia de quien el narrador se ha distanciado sin solución. Ese amigo de la infancia es el editor de El compañero del cazador y cree ayudar al escritor ofreciéndole la publicación del poema; pero a éste no solo no le ayuda sino que le causa un contratiempo, puesto que a él no le gusta la caza, el tema del cual debe escribir. La paradoja es que, cuando al fin llega el poema a la revista, el poeta pone a su amigo en un aprieto, pues los versos que éste recibe no exaltan los valores de la caza como deporte saludable, sino que critican veladamente su crueldad. El poema constituye, por tanto, un acto fallido por parte de ambos hombres que parece no conducirles a ninguna parte.
Durante varias semanas, el poeta piensa que será amonestado por los suscriptores de la revista, pero nada sucede: sus versos parecen haber causado en los cazadores la más absoluta indiferencia. Hasta que, de pronto, interviene el azar: el escritor recibe una carta…
Su poema se titula como la novela y versa sobre un cazador que el poeta vio por casualidad en el monte Amagi, sito en la península de Izu. Lo extracto a continuación:
“¿De dónde le venía esa indiferencia (…) ante el hecho de arrebatar la vida a las criaturas? (…) Me gustaría vivir su vida… Apacible, serena, indiferente. (…) Un seco lecho de torrente, pálido y desvaído. La refulgente escopeta de caza, descansando grávida sobre el cuerpo solitario, sobre el alma solitaria de un hombre de mediana edad, irradia una extraña y adusta belleza, que jamás mostró. Cuando apuntaba a una criatura”.
Pero… ¿de quién es la carta que recibe el poeta? Es precisamente del cazador que él observó en el monte Amagi y le sirvió de inspiración para escribir su poema. Contrariamente a lo que el poeta suponía, no se trata de una carta insultante contra sus versos, sino todo lo contrario. La misiva, con una tinta y una caligrafía de extrema elegancia, la firma un tal Josuke Misugi y dice así:
“He tenido recientemente ocasión de leer su poema. Soy hombre carente de gusto (…) pero he sufrido una conmoción como no la había experimentado hasta ahora. ¿Qué diría usted si le confesase que el hombre de quien habla en su poema no es otro que yo? (…) Tengo aquí tres cartas que me fueron dirigidas. Tenía intención de quemarlas, pero tras leer su excelente poema, me he creído en la obligación de dárselas a conocer (…). Me gustaría que las leyese usted con entera tranquilidad (…). Es cuanto deseo. Quisiera que supiese que “el seco lecho de pálido torrente” es el que yo contemplé”.
El narrador recibirá, en efecto, las tres cartas prometidas de Josuke Misugi, escritas por tres mujeres: la hija de la amante de Misugi, su esposa y su amante, las cuales irán desgranando la vida solitaria, sin amor, del marido y amante, quien apenas se expresa en primera persona durante dos páginas de la novela.
Es maravilloso, como escribía más arriba, ese ejercicio del punto de vista por parte de Yasushi Inoué: el de un narrador personaje, que no conoce al protagonista, salvo por la breve estampa de verlo caminar por los bosques de Izu vestido de cazador; y el paso de éste punto de vista al relato descarnado, en segunda persona, de las tres mujeres que vivieron con el cazador y nos van desvelando el verdadero yo de Josuke Misugi: su profunda soledad que dimana de su egoísmo, de su incapacidad de salir de sí, de su narcisismo extremo.
Dentro de los textos que he extractado hay un punto y seguido que, en mi opinión, encierra todo el sentido de la novela. Se encuentra entre los versos del poema inicial:
“Y la refulgente escopeta de caza (…) irradia una extraña y adusta belleza, que jamás mostró. Cuando apuntaba a una criatura”.
Observará el lector que ese simple punto y seguido parte, escinde, resquebraja artificialmente la oración en dos partes, porque esas dos partes son dos núcleos antagónicos de significado: por un lado “la refulgente escopeta” encarna al ser solitario, al ser perfecto que se adora a sí mismo y a su propia soledad y no necesita a nadie; por otro lado, ese cazador “apuntaba a una criatura”, a unos seres humanos a los que fingió amar y acabó destruyendo con su egoísmo y su indiferencia profunda hacia ellos, bajo la máscara de las convenciones sociales.
El poeta, adivinando que Josuke Misugi es el seudónimo de un miembro de la alta sociedad nipona, lo buscará sin éxito en la revista Who’s Who, de suerte que Misugi se convertirá en parábola, en terror íntimo de quieres lean la novela y padezcan el vicio-placer de la soledad.
Me ha gustado mucho la obra y agradezco a Elena Gallego su recomendación. Mientras concluyo la escritura de este artículo pienso que la próxima vez le pediré que me recomiende otra novela más enraizada en la cultura japonesa. Tanto Inoué como Kawabata o Tanizaki decidieron acercarse a nuestra cultura occidental. ¿Qué ocurriría si yo tratara de leer algo que no tuviera ese nexo de unión con lo occidental? Me adentraría sin duda en ese abismo, en esa fosa abisal que constituyen las otras literaturas: las narrativas desconocidas, donde el océano es una masa de agua oscura que el buen buceador debe iluminar con un potente foco para descubrir sus maravillas.
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