Cees Nooteboom nos ha regalado joyas de ficción como El día de todas las almas y otras de pensamiento y crónica como Noticias de Berlín; se ha comprometido con los valores que hoy se echan de menos en ensayos lúcidos como Cómo ser europeos y nos ha hecho vibrar con humor en viajes como El desvío a Santiago. Por donde pasa ha sembrado una riqueza llena de veracidad y también la honestidad del silencio cuando no ha tenido nada que decir.
Por ello, cualquier novedad de este autor holandés que perdió a su padre en la guerra, que se crió sin madre, que fallaba en las matemáticas y que aprendió lo que sabe recorriendo el mundo como pudo es bienvenida. Esta vez, el gran cronista de viajes que es se ha puesto al servicio de un destino que no está en ninguna guía facilona para turistas de playa y chiringuito.
Nooteboom ha viajado a Madrid, a Lisboa y a Holanda tras las huellas de El Bosco, el gran pintor con el que comparte patria y gusto y del que le separa todo lo demás. El hombre de las bellas palabras intenta poner las suyas a quien no puso ninguna, al artista que legó El jardín de las delicias sin explicarnos qué pretendía al dibujar hace 500 años artefactos que parecen fragmentos de naves espaciales de hoy o figuras surrealistas con siglos de antelación.
“No nos ha dejado palabras, solo imágenes”, dice Nooteboom en este El Bosco. Un oscuro presentimiento que Siruela acaba de publicar en un formato repleto de ilustraciones para disfrutar y con una traducción de Isabel-Clara Lorda Vidal atinada y soberbia, como siempre. “Pocas veces un hombre invisible ha dejado tantas cosas visibles”.
El autor holandés llegó al Museo del Prado para participar en El jardín de los sueños, un documental de José Luis López Linares que tiene la virtud de recorrer el cuadro de El Bosco sin lecciones ni academicismos, a través de la vivencia casi exclusivamente sensorial de artistas como Miquel Barceló, Orhan Pamuk, Silvia Pérez Cruz, Nélida Piñón o el propio Nooteboom. A partir de ahí, el escritor holandés investiga por su cuenta y nos recuerda que Heráclito sostuvo que es imposible parar dos veces ante el mismo río porque, aunque te detengas en el mismo sitio, el agua es nueva.
Nooteboom también se paró ante El jardín de las delicias con poco más de 20 años y se para ahora, con más de 80, y puede ser el mismo río, pero ha renovado el agua, el caudal y la vegetación. Él es otro. El mundo es otro. Ante esa belleza han pasado generaciones y guerras, ha pasado el nazismo, el arte ha conocido el naturalismo que convirtió a las ostras o pieles de limón en protagonistas; ha conocido representaciones bíblicas desde múltiples corrientes distintas; el surrealismo de Dalí; europeos con los que El Bosco no tendría de qué hablar y poetas que seguramente no entendería jamás. Todo ha cambiado pero su obra permanece, como permanecerá esta crónica sin exégesis, sin teorías, sin certezas, de Nooteboom sobre El Bosco. Porque el gran autor holandés escribe siempre desde la perplejidad, también esta vez, y desde la perplejidad proclama: “Me llevo más misterios de los que de noche puedo soportar en mis sueños”.
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Autor: Cees Nooteboom. Título: El Bosco. Un oscuro presentimiento. Editorial: Siruela. Edición: Papel
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