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Las paredes son una forma de biografía

Las paredes son una forma de biografía

Hicimos las maletas pensando en una existencia nueva, más feliz. Viajamos 400 kilómetros —un coche detrás de otro; música y silencio—, brindamos, agotamos las primeras botellas de vino entre cajas y una ansiedad dichosa. Nos esperaba la vida mejor. Y fue la vida mejor.

Pero un día, entre cajas de libros, copas y recuerdos, las paredes. Esos muros blancos y vacíos de todo. Ni uno de nuestros cuadros, todavía a la espera en la habitación-trastero. Y entonces, la tristeza por ese CAMBIO DE PISO:

En todas las mudanzas se nace y resucita,

cuántos recuerdos van a la basura,

nos llevan de la mano a otros momentos,

pero un impulso misterioso logra

—en un alarde estoico

o simplemente por desidia—

borrar las huellas de unos pasos firmes

que creímos perpetuos, pero nada

permanece…

 

y es en esos instantes

de hipótesis de espacios, de cintas métricas,

de imaginar cocinas donde antes

solo había un salón

con sus estanterías de escayola,

cando emergen desnudos por la puerta

los nuevos inquilinos:

da igual si el hombre quiso demasiado

o si una vez el miedo inundó sus retinas,

o si ella recorrió medio mundo y ahora

quiere vivir en veintisiete metros cuadrados.

 

No importa —como digo—,

abunda en paradojas la mudanza,

porque mover un mueble —un simple acto— revela

un éxtasis doméstico:

en un segundo, estando de cuclillas,

levantando la cómoda en volandas,

puede ante ti pasar toda la vida,

y en ese grito interno que callamos con fuerza

hay dioses, sinestesias, melodías,

que transportan el cuerpo a otros lugares.

Imagina si ya, descalzo penitente,

evitas con tus pies mortificados

que un cajón sin soporte toque el suelo…

(No quiero ni pensar el alarido

pero yo así —recuerdo—

también creí en Dios y en Jesucristo).

 

No morirás, prometo, en tu mudanza,

aunque simule el ciclo de los días,

aunque una cicatriz dibuje por tus dedos

las horas que pasaste

arrastrando lo antiguo con lo nuevo,

bautizando un olor que era de nadie

para así darle un nombre,

para que exista un mundo,

que sea vuestro mundo y se haga carne.

 

Después vendrán amigos, no estáis solos.

No olvidéis adquirir aquel felpudo

que da la bienvenida —es importante—,

y que al entrar se quiten los zapatos.

Pese a la ironía final, pese a ese recurso hábil para quitarse gravedad a uno mismo, cuánta sincera oquedad en este poema que Diego Medina Poveda firma en Todo cuanto es verdad (Rialp, 2020). El libro, Accésit del Premio Adonáis en 2019, es una propuesta de búsqueda constante de la felicidad aun cuando todos los lazos (mudanza, amor, edad, trabajo) han sido cortados por el tiempo, un libro en el que la realidad se mira una y otra vez en una pared vacía. Porque los muros son otra forma de biografía y es fácil ver en ellos la figura triste de uno mismo cuando nada oculta los metros de pintura blanca.

"Todo cuanto es verdad es un libro de poemas, decididamente largos en su primera parte, pero todos presos de un ritmo cuidado, con la ausencia total de la autocomplacencia"

Cuando la casa está vacía, se diluye la certeza del espacio y se rompe el tiempo. Es un estar a solas con un eco que recuerda todas las veces que se ha tenido miedo, las plagas de epitelio y memoria, el aroma del tiempo y la plasticidad de aquel amor tan frágil que no se podía tocar por “riesgo de rotura inminente”.

El poemario de Medina Poveda parte de la intimidad de una casa a medias en la primera parte, Mudanza, para expandirse mucho más en Geografía del abandono, la segunda de las divisiones del poemario, integrado por apenas 15 textos que resultan suficientes para comprender la voz y el oficio de este joven malagueño con más de seis títulos y varios premios ya a sus espaldas.

Todo cuanto es verdad es un libro de poemas (decididamente largos en su primera parte, pero todos presos de un ritmo cuidado, con la ausencia total de la autocomplacencia y un gusto por la sonrisa socarrona que, de manera sutil, se ríe del yo poético como a ramalazos entre las páginas.

RECICLAJE

Nos hicieron creer que reciclaban la basura,

nos educaron para adorar

contenedores

hasta arriba de dioses muertos.

 

Los vimos aquel día

juntar nuestros despojos

en plena calle —un sol mugriento alumbra

las carcajadas—.

 

A nadie le importó si cuidadosamente

yo separé la muerte de mi herida

o el amor arranqué

de un tetrabrik de leche desnatada.

 

Así intuyo que debe ser la vida

y sin embargo

echaré este poema al azul

cuando termine.

—————————————

Autor: Diego Medina Poveda. Título: Todo cuanto es verdad. Editorial: Ediciones Rialp. Venta: Todostuslibros y Amazon

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