Lola López Mondéjar (Molina de Segura, 1958), psicoanalista y escritora, continúa en este flamante ensayo la reflexión a la que nos invitaba en su anterior obra, Invulnerables e invertebrados (2022), igualmente imprescindible, me parece, para comprender la situación social y cultural, antropológica y existencial en que nos encontramos en Occidente. Une su voz a la de muchos otros autores, a quienes ha leído atenta y cita con profusión en su trabajo, que nos advierten de unas transformaciones de gran calado que se están produciendo, de manera particularmente intensa, en las generaciones más jóvenes. Cambios que, si en el anterior libro se caracterizaban como «mutaciones antropológicas», aquí se recogen como «crisis de la subjetividad».
Podemos detectar estas mutaciones en individuos que buscan la satisfacción inmediata de sus deseos; no soportan la espera, el aburrimiento, los tiempos vacíos aparentemente muertos que, en realidad les permitirían imaginar e idear posibilidades y alternativas creativas para su vida. Vemos cada vez más actitudes individualistas y narcisistas; a la gente le resulta difícil dialogar, razonar, confrontarse con quien puede entrar en conflicto, de manera que tendemos a aislarnos y entablar únicamente relaciones que no impliquen la menor fricción; por ello mismo, a un individuo así le cuesta comprender a los demás y empatizar con ellos, con lo que se vuelve más incapaz de hacerse solidario o colaborar en proyectos comunes. Cuando acude a las redes sociales solo pretende recibir refuerzos positivos y confirmar las posiciones que ya ha adoptado pero rehúye conocer otras formas de pensar y se muestra más intolerante.
Esta clase de personas no suele reflexionar sobre el propio pasado ni sobre el futuro; vive el presente casi como un valor absoluto. La ausencia o progresivamente mayor dificultad para recapacitar sobre lo vivido hace que no pueda integrar lo que le pasa como verdadera experiencia. Se mueve entre fragmentos de una existencia que no es capaz de hilar mediante una narración consistente que construya su identidad. Esta pérdida le hace sentirse vacío, no sabe qué decir de sí mismo, no sabe quién es, tampoco le importa; lo que le preocupa es saber si encaja en algún sitio, y para ello recurre a modelos de ser estereotipados. A raíz de su trato clínico y su observación, sentencia: «Los adolescentes ya no saben contarse, se fotografían», y recoge la reflexión de Christian Salmon sobre la sustitución de una narración de la propia vida por una mera colección de anécdotas.
El ser humano, nos dice López Mondéjar, nace como una tabula rasa; no existe para cada uno un yo predeterminado, sino que este se va configurando mediante la imitación de determinados modelos sociales (por un deseo mimético, como lo ha denominado René Girard) que se irían después cuestionando en un proceso nunca acabado de construcción de una identidad propia y única. Sin embargo, como hemos visto en los rasgos anteriormente enumerados y que la autora impugna, se está constituyendo hoy mismo una nueva forma de ser persona que sustituye el modelo anterior. Pero ¿de qué modelo se trata? La autora recoge el planteamiento de Michel Foucault para quien la subjetividad, entendida como la posibilidad de un individuo de constituirse en sujeto autónomo, habría sido una novedad antropológica que surgiría con la modernidad; hecho que habría supuesto el nacimiento de sociedades cuyos individuos ahora detentarían una conciencia inédita de libertad, sobrepuesta a los dominios de la religión y un orden rígidamente jerarquizado. Es ese el modelo que está periclitando.
La influencia de las máquinas, en su versión tecnológica digital, es ya incontrovertible; y López Mondéjar nos llama la atención sobre el hecho de que constituyen una extensión más del sistema capitalista que, como un poder invasor, se ha inmiscuido en las mismas mentes de los ciudadanos, configurándolas de tal manera que se conviertan en consumidores y proveedores de información para las empresas, que así logran un incremento de dicho consumo. Su estrategia de dominación no consiste, como en la época moderna, en el ejercicio directo de la represión violenta, sino en la creación de modelos de comportamiento masivos que los individuos abrazan con la falsa sensación de libertad y autonomía; pero que, en verdad, son estereotipos, y no formas de vida personales adquiridas mediante el pensamiento crítico.
Nos hallamos entonces bajo el control de una fase nueva del capitalismo al que se ha venido a denominar «de la vigilancia» o «cognitivo». Este «se basa en la producción de una ignorancia estratégica y de una desinformación sistemática»; produce una «anestesia de la sensibilidad hacia la verdad y a una hiperestesia de las emociones y de los instintos básicos»; provoca estultofilia: «el síndrome del pensamiento cero, una búsqueda del entretenimiento y la superficialidad». Asimismo, impone intencionadamente la precariedad laboral y dificulta las relaciones sociales y afectivas, lo que induce a la convicción de que nadie es insustituible e impiden la constitución de identidades distintas. López Mondéjar analiza cómo esa clase de control social y anulación de la personalidad se encuentran ejemplarmente en grupos sectarios religiosos fundamentalistas o de carácter sociopolítico como el nazismo, donde la presión del grupo se impone sobre el ciudadano corriente y de la que apenas unas pocas personas saben sustraerse. En nuestra condición actual, la fuerza que se ejerce sobre el individuo no ha cesado. Los jóvenes que requieren psicoterapia son incapaces de narrar sus vidas, de identificar sus deseos, de localizar sus diversos malestares. Sienten que están viviendo las vidas que otros han diseñado para ellos. Así, una joven declaraba haber «vivido una vida donde ella no ha sido la protagonista, sino una imitadora, una marioneta movida por hilos que ni siquiera puede identificar». Contra esa deriva, la autora aboga por lo que denomina la «Función-Autor» para referirse a la recuperación de la propia autonomía por la que uno mismo decide su destino y escribe su vida, comprendiéndola como el argumento de una historia.
López Mondéjar no cree en la posibilidad de determinar una «naturaleza humana» en razón de que ni la condición genética que define lo corporal, como la socio-histórico-cultural, que determina las formas de vida de las personas, están fijadas de una vez para siempre, sino se dan en continuo e imparable cambio. Aboga, por el contrario, a términos como «las bases de nuestra condición humana» o «la idea de lo humano que nos definía hasta ahora». Y afirma: «En síntesis, no poseemos una naturaleza humana estrictamente hablando… sí podemos describir las condiciones que nos hacen ser los humanos que hoy somos; condiciones cuya privación nos pondría en riesgo de disminuir nuestra humanidad tal y como la conocemos». Con todo, la autora recoge otras tantas aportaciones teóricas a la explicitación de lo que consideramos humano, y ella misma sugiere una suerte de «definición antropológica»: la socialización en un entorno humano presencial (no maquinizado), que nos transmite el lenguaje y la capacidad de narrarnos personal y colectivamente; el desarrollo de nuestra imaginación creativa; la facultad de representarse el tiempo y proyectar el futuro y en él, la empatía y la compasión hacia los otros y la capacidad de actuar individual y colectivamente (pág. 299).
La cuestión sobre «naturaleza» o «condición actual» de lo humano, aunque ardua, no es baladí. La autora entiende que el concepto de naturaleza, por imposible de determinar, no sirve para contrarrestar la deriva hacia una humanidad sometida; y fía la resistencia a la defensa de lo ya adquirido frente a la degradación que está produciendo la actual tecnología digital. Sin embargo, opino que si la indeterminación lo es todo, no se ve por qué deban salvaguardarse las características que llamamos propias de un ser humano; los que ahora se consideran síntomas de esa degeneración pasarían a ser los rasgos de una nueva normalidad. El individualismo, el consumo continuo, la pérdida de la reflexión, la falta de empatía o la renuncia a una identidad narrativa constituirían un nuevo modo de ser: ¿Por qué no aceptar esos cambios como fruto de la indefinida adaptabilidad de lo humano? (Así lo sugeriría una autora como Adriana Valdés).
En todo caso, y esta es, en mi opinión, el gran acierto de López Mondéjar, cabe fundar la crítica a los cambios que procura la tecnología digital desde la ética. Para ello, acude al término kantiano de «dignidad». El ser humano se declara a sí mismo digno, lo que significa que ninguna persona puede ser tratada como un medio sino como un fin en sí misma (es decir, respetando su libertad). Y del mismo modo, pueden defenderse esos rasgos que nos han definido en tanto los afirmamos como valiosos. Se da entonces una apuesta por lo que algunos han llamado «conservadurismo antropológico»: resistirse a los cambios que nos menoscaban para mantener la riqueza y complejidad de la vida humana, sus capacidades para la empatía, la comunicación, la superación del conflicto, la compasión, la solidaridad, la posibilidad de pensar un futuro personal y común, etc. El excelente estudio de nuestra autora —que aquí solo se presenta en sus trazos esenciales— reúne decenas de datos de un malestar difuso y los presenta en una explicación completa que actúa como un diagnóstico de una enfermedad que, acaso, se halla solo en su comienzo; con ello, quiere alertarnos sobre lo que estamos perdiendo sin apenas darnos cuenta; constituye en sí mismo una forma de impugnación de lo dado/impuesto por un sistema que nos deshumaniza y un anuncio del frente de batalla en que debemos posicionarnos con urgencia.
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Autora: Lola López Mondéjar. Título: Sin relato. Atrofia de la capacidad narrativa y crisis de la subjetividad. Editorial: Anagrama. Venta: Todostuslibros.
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