Estamos ante una novela excepcional escrita por un novelista y ensayista excepcional. Con 59 años y diez libros en su haber, al uruguayo-asturiano Manuel García Rubio la sociedad lectora, cada vez más adelgazada intelectualmente, aún no le conoce lo suficiente. “El mirofajo”, ha dicho el autor, “es una novela, pero también camina por los senderos del ensayo, y del relato breve, y hasta del cuento infantil. Se trata de un artefacto híbrido, lleno de referencias a muchos autores que me han influido y con los que dialogo permanentemente”
Imagino que a muchos lectores les habrá pasado lo que a mí, que este título ayuda poco a la novela en su tránsito entre la librería y el hipotético comprador. ¡Qué diablos será eso de un mirofajo!, y la única respuesta posible es esta: “Hay que leer la novela para saberlo”. Sin embargo el subtítulo, Las reglas del juego no solo me parece más “redondo”, sino que nos explica mejor el meollo en el que se mete Manuel García Rubio, que no es otro que el de explicarnos los mecanismos del Poder. El autor elige una estructura que funciona a las mil maravillas, la de la novela epistolar. Las cartas que durante unos meses de 1834, le escribe un padre atribulado desde la cárcel a su hijo adolescente, encerrado en un reformatorio. Ambos sufren las arbitrariedades de un rey que no puede soportar ser el hazmerreír de la Corte cuando el hijo del protagonista descubre que lleva un monigote colgado en su espalda y lo grita ante el estupor del monarca. Es decir, que Manuel García Rubio parte del cuento de Andersen “El traje nuevo del emperador” para contarle a su hijo en cada carta su pensamiento sobre el funcionamiento del mundo y los descubrimientos que irá haciendo, gracias a su compañero de celda, un tal Karl, a quien el lector jugará a poner enseguida un apellido, y con el que mantendrá unas jugosas charlas sobre las diferencias sociales, sobre el dinero, sobre el Poder; y un carcelero llamado Friedrich, que servirá para hacerles a ambos la vida más agradable aportándoles comida y bebida y haciendo de mensajero entre padre e hijo. Un padre que no desfallece nunca y que pretende en todo momento ser un espejo para su hijo, a través de las misivas con las que, a distancia, intenta educarlo en todo lo que para él son modelos de conducta. Con estos mimbres Manuel García Rubio ha construido una novela en toda regla que es al mismo tiempo todo un tratado filosófico y moral del sistema social y económico implantado por el capitalismo.
El autor pone enseguida al lector en situación mediante un prólogo en el que está todo perfectamente planteado. Unas páginas iniciales llenas de inteligentísimo humor, en el que no falta el detalle de traer a colación Los eruditos de la violeta (1772), irónica obra con vocación instructiva contra los pesudoeruditos, de José Cadalso (1741-1782). Un prólogo a semejanza de los grandes relatos clásicos en los que se hallan documentos, cartas o libros que sirven después para enhebrar la historia, tipo Manuscrito encontrado en Zaragoza (versión de 1810), de Jan Potocki (Acantilado, 2009). En alguna ocasión el autor mencionó otros libros que pudieron estar presente en este Mirofajo, como Ética para Amador, de Savater, o El inmoralista, de Gide. El primero se lo regalé a una de mis hijas al cumplir 16 años y el segundo fue uno de los textos que en mi segunda juventud más me impactaron. En la mezcla de ambos libros puede rastrearse mucho de lo que está en el fondo del relato de esta obra de Rubio: la educación en los principios y la necesidad de formular la verdad -la verdad de quien la está contando-; el acercamiento y el ofrecimiento al otro autoinmolándose intelectualmente, es decir, sirviéndose de su ética personal como ejemplo, en este caso ante su hijo bienamado y falto de otros recursos para crecer interiormente.
He invitado hoy a dos escritores a compartir este libro de Manuel García Rubio. Ellos son Javier Lasheras e Ignacio del Valle, dos magníficos novelistas, quienes, con su visión personal de El mirofajo o las reglas del juego, ayudarán a mejorar mis palabras añadiendo más valor a esta novela que bien merecería ocupar un lugar de discusión para los nuevos bachilleres. Luis Pérez Ortiz (www.luisperezortiz.com), ilustrador que firma como LPO, es una pieza importante en este libro. Él representa al Karl dibujante, al que el protagonista le pide de vez en cuando que ilustre alguna de sus cartas. Artista infinito, LPO es una feliz recuperación, 20 años después de haber trabajado juntos en «La Esfera» de El Mundo.
¿De qué juego habla? Por Javier Lasheras
Pero, ¿qué es el mirofajo, cúales son las reglas del juego y, sobre todo, de qué juego habla Manuel García Rubio? El hispano-uruguayo (Montevideo, 1956), derrama a lo largo de las doscientas páginas que componen El mirofajo o las reglas del juego, un universo de preocupación social que en varias ocasiones ha emergido a lo largo de su carrera, sin que ello vaya en detrimento de la narración, de los personajes y sus peripecias. Véanse y, en su caso, léanse La garrapata, La edad de las bacterias, España, España o la muy alabada Sal, entre otras. Y lo hace desde una experiencia literaria en la que pareciera decir basta al siniestro social que advierte en la actualidad, a un status quo sospechoso, enrevesado e inextricable, que desarma a los individuos o a un sistema al que interpone una enmienda a la totalidad.
El corte epistolar de esta novela, tachonada de exempla, aligera su lectura, pero además aporta una versatilidad que procura un placer inmediato, pues una carta suele conllevar esa irresistible carga de profundidad íntima que nos apela y compromete, tanto en su secreto como en su consecuencia. Y una vez fuera de ellas, tal vez a más de uno le dé por tomar partido aunque no sé si, como dijo el poeta, partido hasta mancharse.
Su lectura, según algunos lectores, recuerda a La ética para Amador de Fernando Savater, pero, salvando las distancias, a mí me ha recordado en algunos pasajes al Juan de Mairena de Antonio Machado, pues, al decir del autor, las cartas del libro constituyen «en sí mismo todo un tratado de filosofía económica, política y moral… defendida en determinados círculos de la época.». Y a ello añadiría la frescura en el uso atinado de la ironía y la broma como pomada para abordar la posible complejidad de algunos temas y términos que se plantean. Pero, como diría Mairena, sutilicemos:
⁃ Se trata de una obra en la que se cuenta la aparición de unas cartas que narran las entretenidas conversaciones que el cautivo Kosyk, súbdito de Antonio I de Sajonia, mantiene en la cárcel junto a otro prisionero, el dibujante Karl. Su carcelero, el generoso Friedrich, además de terciar en las conversaciones, les provee de viandas y bebidas y también del material y los medios necesarios para que Kosyk escriba las cartas y luego Friedrich se las haga llegar a su hijo, ingresado en un hospicio correccional por un motivo que el lector conocerá ya en las primeras páginas. El lector enseguida sucumbirá a la tentación de poner apellidos a Karl y a Friedrich, por lo menos.
⁃ En un prólogo desopilante y para ayudar al lector a suspender su incredulidad, el autor nos informa de que, en 2004 y de forma accidental, fueron halladas 30 cartas por el aparejador de una empresa dedicada a la rehabilitación de edificios. Estas cartas, escritas en 1834 por el ciudadano Kosyk desde la cárcel de Selbstbetrug, se nos muestran traducidas del sorabo al español por el Profesor Dr. D. Honorius Llinguus, de la Universidad de La Laguna.
⁃ En las conversaciones y diálogos entre Kosyk y Karl no falta la fábula como herramienta didáctica (en algún momento se dice «a estas alturas del curso») que tiene por finalidad ayudar al hijo del condenado Kosyk en el aprendizaje emocional y socio-político de la vida, hijo que mutatis mutandis, no es otro que el propio lector, siempre y cuando éste conceda su venia para serlo. La presencia de un hijo, más cercano a la pubertad que a la infancia a pesar de que en algún momento lo defina como un niño (página 65), parece sugerir que los destinatarios naturales serían los lectores adolescentes, aunque dado el nivel que muestran éstos en nuestro país, dudo mucho que sin la presencia de un profesor, instruido, puedan llegar a entender el calado de esta obra.
⁃ En la página 33 ya aparece una pregunta que nos concierne: «¿Por qué no organizar las cosas de otra manera, ahora, ya mismo?» A partir de aquí, todos los lectores quedan avisados de la magnitud de la empresa a la que se enfrentan.
⁃ Se habla de educación, de pantomimas públicas del orden político, de la Esfera de la Experiencia (pragmatismo e inteligencia) y de la Esfera de lo Nombrado (ilusión y fe); del valor de las palabras como frontera entre las dos esferas; de la aplicación del pragmatismo egoísta derivado de la mentira; de la consecución de la felicidad; de la libertad responsable o de la bondad; de La maravillosa máquina de fabricar tortillas de setas o, lo que es igual, del trabajo, del dinero, del reparto de la riqueza y de la necesidad de imponer límites porque de lo contrario «nadie dará marcha atrás, nadie va a desmontar este fabuloso tinglado en que consiste nuestra manera de producir y de organizarnos, y esta nave de locos en la que la Humanidad entera navega jamás será capaz de enderezar el rumbo».
⁃ Pero también se habla de otras cuestiones a las que los lectores menos ingenuos o afines opondrán serias y oportunas divergencias. Por ejemplo cuando se habla de las patrañas superpuestas o de que el único interés es que el mundo siga como ahora, «embarullado, complejo, inaccesible para el ciudadano medio» (p.61), de la libertad responsable, de «doña Propiedad Privada», de la plusvalía, etcétera. Y a estos desacuerdos no bastará con apelar a la dictadura de unas reglas del juego inveteradas o a argumentos cuyos resultados son ya de sobra conocidos.
La honradez intelectual que Manuel García Rubio demuestra en esta obra es prudente, generosa y cabal, pero sobre todo valiente, ambiciosa y necesaria. Entretiene sin pretensiones, da golpes de léxico cuando se necesitan, cuadra la estructura de la obra con un cierre inesperado, cuestiona el sistema desde sus orígenes y no comete la bisoña temeridad de aportar soluciones. Porque de lo que se trata es de leer para poder conversar y llegar a comprender. Conversar con otros libros, otros autores, otros tiempos y también con el que nos ha tocado vivir, comprendiendo la diversidad de opciones, de intereses y de objetivos que cada sociedad y sus individuos alberga. Nos equivocaríamos si sacáramos conclusiones ligeras o cerradas tras la lectura de este libro. Su propuesta, contra lo que pueda pensarse, está felizmente abierta al pensamiento, a la crítica y a la construcción de un sistema mejor para todos. El problema, casi el único problema, sería pensar que no hemos estado haciendo nada bien, que se siga negando el progreso en la Historia. Está bien pensar que la democracia representativa debe dar pasos de calidad, pero debemos preguntarnos cómo se hace y quiénes serán los responsables iniciales. Porque antes de llegar a una democracia de más altos vuelos, a un sistema en el que todos juguemos a lo mismo (a vivir libres, iguales y solidarios) y con unas reglas conocidas, habrá que llegar, pasar y seguir pasando por una democracia formativa. Que la lectura de este libro de Manuel García Rubio contribuye a ello y resulta un estímulo intelectual y anímico, es indudable. Ahora bien, si tras el placer de su lectura conversamos sobre todo lo que comporta y logramos responder a sus interrogantes, el esfuerzo habrá merecido aún más la pena. Nuestros hijos nos lo agradecerán.
¿Quién manda aquí? Por Ignacio del Valle
El mirofajo o las reglas del juego, de Manuel García Rubio, con las ilustraciones de Luis Pérez Ortiz, es una novela epistolar que podría ser interpretada en clave teutona, texto con dos santos a los que rezar, Karl y Friedrich, con todas las connotaciones que les quieran deducir, y una base literaria tan sabrosa como el cuento del emperador desnudo de Andersen. No obstante, yo creo que más bien se halla entroncado con la tradición didáctica y alegórica de Baltasar Gracián, con unos toquecitos de pimienta de un señor llamado Nicolo -Maquiavelo- y con otro llamado Baltasar -Castiglione-. Al igual que el jesuita, Manuel concentra el conocimiento en sentencias y nos habla del hombre como un ser débil, interesado y malicioso, que ha de aprender una serie de trucos y habilidades para desenvolverse entre los cepos que la vida nos coloca a diario. No obstante, Manuel es más malicioso que Gracián, porque al final no existe una virtud, sino que al igual que en el cuento de Alicia, lo que se busca en este libro es que las palabras signifiquen lo que yo quiero que signifiquen, porque no se trata de saber la verdad, sino de saber quién manda aquí. El mismo término Mirojafo es un flagrante ejemplo de travestismo etimológico. Volviendo a Gracián, él mismo denominó a su Criticón “agudeza compuesta fingida“, es decir, alegoría novelada, que recorre todo el ciclo de vida de un hombre y habla de la lucha por la vida al margen del auxilio cristiano, y por ello fue finalmente confinado a una celda y castigado con ayuno riguroso, por señalar, también él, que el rey va desnudo al margen de las peripecias y circunstancias del Sistema. Como bien dice Manuel, al final el hecho de que aceptes algunos disparates como ciertos no ofende a la inteligencia si gratifica el estómago. Al final, yo creo que la clave de este libro reside en intentar prenderle fuego al velo Isis, o bien tramar una desconexión de Matrix, resumido en su frase: Lo mejor es no cambiar los sueños propios por los espejismos ajenos. O sea, que si gana el Real Madrid, puede que a ti eso te deba de dar igual, porque los Maseratis y las rubias solo se las lleva Cristiano…
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Título: El mirofajo o las reglas del juego. Autor: Manuel García Rubio. Epílogo de Julio Anguita. Editorial: Los libros del lince. Páginas: 210.
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