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En las tripas de la empresa moderna

En las tripas de la empresa moderna

La superproducción editorial y los mecanismos comerciales que imponen una renovación constante de la literatura concebida como producto de consumo tienen el perverso resultado de arrinconar en muy poco tiempo un libro publicado poco antes. Casi resulta más fácil —y a veces a menor precio— encontrar una primera edición de Galdós que muchas novelas con solo medio año de vida. La crítica periodística también es víctima de este espejismo. La obra que no se ha comentado al poco de aparecer pasa a mejor vida, desplazada por la urgencia del día a día, y, como dicen los expertos bursátiles, el valor pierde momento. Algo así ha ocurrido con La gran ola, una fábula de actualidad muy digna de tenerse en cuenta y que ha pasado en exceso desapercibida. Zendalibros le dedicó a su autor, Daniel Ruiz García, una enjundiosa entrevista de Gonzalo Gragera, pero no había pasado por el rincón de las reseñas. La rescato hoy porque lo merecen el par de novedades que aporta a un campo temático de plena vigencia y que, por desgracia para nuestra sociedad, no tiene pinta de perderla. Me refiero a la novela de la Crisis.

"El motivo central de La gran ola, el trabajo, no es en sí mismo novedoso ni insólito. Daniel Ruiz se fija en el mundillo acotado de la empresa, cuyas tripas desmenuza en la ficción."

La gran ola se suma a la ya bien nutrida nómina de narraciones que vienen dando cuenta de la precariedad laboral y la miseria económica en que nos ha sumido el capitalismo financiero rampante. Al igual que en sus congéneres, aparecen en ella el espectro del paro, el apuradísimo buscarse la vida, la cesta de la compra casi vacía, los problemas habitacionales, que dijo aquella ocurrente ministra de infeliz recuerdo… En estas situaciones comunes actúa Daniel Ruiz como un testigo imaginativo. Inventa, por ejemplo, un caso de ocurrente neopicaresca. Uno de sus personajes secuestra perros domésticos en espera de que sus sentimentales dueños ofrezcan una recompensa por la recuperación del animal, que él facilita. Pero los motivos anecdóticos esperables se enriquecen en la novela con una doble perspectiva original.

El primer rasgo singular tiene que ver con el asunto específico que aborda el autor. El motivo central de La gran ola, el trabajo, no es en sí mismo novedoso ni insólito. Ya centró en él Isaac Rosa, el más notable de la nueva oleada de narradores sociales, La mano invisible con magistral acierto especulativo y formal. Y muchos trabajadores despedidos y explotados se encuentran en novelas recientes. Daniel Ruiz se fija en el mundillo acotado de la empresa, cuyas tripas desmenuza en la ficción. Monsalves, un tradicional negocio familiar reconvertido a las exigencias productivas de última hora, alcanza la categoría de protagonista colectivo del libro. Tiene dimensión de símbolo. Como lo tienen, en su medida, las novelas de la ciudad o de la fábrica.

"La gran ola recrea algo ausente en nuestra narrativa, a pesar de su peso en el mundo productivo reciente, la mentalidad de la nueva empresa, bien diferente a la tradicional."

El símbolo se alcanza con la materia humana de los empleados. Inevitablemente los personajes tienden al estereotipo. Los jefes despóticos que amilanan a los subordinados en quienes siembran el terror. La galería de empleados con sus miserias particulares. La directiva que venga sus frustraciones eróticas en los compañeros. La ayudante silenciosa que trama una homicida venganza. El jefe comercial que empareja el peligro de una degradación con su calamitosa vida familiar. El arribista delator. En suma, una pequeña colmena humana que representa nuestra condición y que refleja las circunstancias laborales del presente. Pero los tipos se salvan de su simple función representativa porque tienen suficiente carga individual, conflictiva; bastantes rasgos psicológicos definidores, sin tratarse, en puridad de una novela psicologista. Y porque entre todos aportan las piezas de un mosaico de desaliento y desilusión. A nivel simbólico, Daniel Ruiz ilustra con una calculada mezcla de emotividad y disparate el esfuerzo para la supervivencia material en un mundo hostil.

Este fresco empresarial sería, sin embargo, una estampa bastante común si Daniel Ruiz no hubiera incorporado un elemento básico, un coach, un tal Estabile, un desvergonzado representante de ese reciente pensamiento norteamericano que propugna la búsqueda emocional de la motivación y que fía en ella el éxito personal y profesional. Con este personaje, con su sarcástica defensa del pensamiento positivo, La gran ola recrea algo ausente en nuestra narrativa, a pesar de su peso en el mundo productivo reciente, la mentalidad de la nueva empresa, bien diferente a la tradicional. La mística del engaño —subrayada por el hecho de que el coach sea un delincuente falsario— descubre una arista más a las tradicionales de la explotación laboral hasta dejar al trabajador en una indefensión mayor que la de los obreros que reivindicaban elementales derechos salariales y de horarios en los albores de la revolución industrial. El autor alcanza a levantar un vigoroso testimonio del efecto moralmente destructivo de este fraude que el capitalismo ha añadido a las sumisiones tradicionales.

El otro rasgo sustancial con que Daniel Ruiz desarrolla su relato testimonial reside en el tono. En general, las narraciones que documentan la injusticia económica o laboral, ayer y hoy, tienden a un enfoque muy severo, a una seriedad expositiva acorde con la naturaleza de los desaguisados que se denuncian. La gran ola rehúye tal tratamiento y opta por una visión humorística de corte satírico. Lo hace en las anécdotas. Las relaciones entre los personajes tienen su punto de melodrama televisivo. Los sucesos alcanzan la hipérbole y en ocasiones lo grotesco. La convención anual de la empresa, siendo realista es a la vez bufa. Lo hace también con el lenguaje, sobre todo con la manera de incorporar términos de la novedosa jerga empresarial al discurso de los personajes. El autor acierta, por otra parte, en ponerle un límite al punto de distorsión de la realidad. Si por momentos sentimos que la materia novelesca tendría que dar un paso adelante y alcanzar el esperpento pleno, y que el autor se ha comedido en exceso en el grado de la distorsión, también se comprende que no haya querido hacerlo (facultades no parecen faltarle para el empeño) porque el límite de un realismo irónico sirve a los efectos que se buscan. Que es mirar desde arriba una realidad deteriorada.

Daniel Ruiz viene, así, a adoptar una técnica de distanciamiento brechtiano. Con la broma o la exageración impide que el lector se identifique con los hechos y logra el enjuiciamiento crítico efectivo. De este modo las relaciones dentro de la empresa y la vida de la propia empresa se trasforman en una novela de denuncia. La denuncia afecta a las condiciones concretas señaladas y, además, a algo de mayor alcance. La gran ola muestra una carencia de principios morales y una desorientación colectiva. Refleja un tiempo desnortado en el que solo cabe la soledad e impotencia de la gente que se ve sojuzgada por estas novísimas formas de las relaciones laborales. Daniel Ruiz hace un relato jocoso y divertido bajo cuya entretenida peripecia late una crítica muy ácida de las formas modernas que adquiere el castigo bíblico de ganarse la vida con el sudor de la frente. El malestar de fondo en la empresa se ahoga en el pensamiento positivo que prevalece en la esperpéntica convención anual. Solo queda miedo, resignación y dolor. Una novela amena cobija una dura lección de desesperanza.

Autor: Daniel Ruiz García. Título: La gran ola. Editorial: Tusquets. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro

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