“En el capítulo anterior…”. Los que ya tenemos una edad recordamos esa frase con una cierta nostalgia (la nostalgia, ha escrito en alguna parte García Márquez, borra los malos recuerdos y magnifica los buenos). Me vengo a referir a aquellos relatos, de otro tiempo, que nos dejaban a dos velas, con la boca abierta y con todo aún por resolver, a la espera de una nueva entrega, en una época en la que la verdad, la diversión y la vida nos eran legadas con cuentagotas.
La inmortalidad —que no da para un libro, sino para una biblioteca, como afirma Arsuaga— ocupaba las últimas páginas del primer libro. Y, como era de esperar, tiene un más amplio desarrollo en La muerte contada por un sapiens a un neandertal. Pero en estas deliciosas páginas, que se beben más que se leen, hay otros muchos asuntos por dilucidar.
Muy pronto —no espera a calentar motores, sino que entra a saco, directo al grano— Millás, que ya está en los setenta y cinco años, le expresa al antropólogo —mucho más optimista y templado que su interlocutor— su seria preocupación por el hecho de que un día cualquiera, dada su edad, “no se le levante”. Arsuaga, después de tirar de nociones científicas, relacionadas con la ansiedad y la libido, recurre, sin embargo —un estoico no lo hubiera hecho mejor—, a unas palabras de Buñuel, que aseguraba que una de las mejores cosas de la vejez era, precisamente, la caída de ese apetito. En cualquier caso, a coro, recitan ambos, para expandirse un poco, que follando se conoce a gente, y masturbándose se conoce uno a sí mismo.
La eternidad o la inmortalidad, como el título de aquella genial novela de Milan Kundera, ocupan el pensamiento de ambos personajes durante una buena parte de la obra. Millás, que no puede ni quiere evitar su reconocida vena creativa, así como su imaginación portentosa, que, para diversión del lector, exhibe flamantemente a lo largo de estas páginas, le deja claro a su compañero de fatigas que, por muchas vueltas que se le pueda dar al asunto, él identifica la eternidad “con una tarde de domingo que no se terminara nunca”.
A lo largo y ancho de esta obra, se observa, aquí y allí, una resignación casi senequista, un dolorido sentir garcilasiano —con sus pastorcicos detrás de las esquivas ninfas—, con el que, sin alarmarnos en exceso, se nos invita a estar preparados para la llegada de lo mejor y de lo peor; dejando claro, no obstante, que, a día de hoy, visto lo visto, si uno se asoma a la calle o enchufa la televisión, apenas queda resquicio para la esperanza: “Hemos surgido —se aplica Arsuaga— por azar en un universo indiferente, un universo que ni siquiera es cruel u hostil”.
El libro, que a veces se puede leer como una auténtica novela, con sus diálogos ágiles, ricos y frescos, con su lenguaje bien elaborado, con unos personajes que sufren y gozan, tiene, además, el incentivo de estar salpicado de pequeñas historias que se integran, sin dificultad alguna, en el conjunto. Como la historia, por recordar alguna de las más llamativas y memorables, de Darwin y su hija Annie, la niña de sus ojos, la alegría del padre, que cayó mortalmente enferma cuando tenía diez años.
Arsuaga obliga, una y otra vez, al aprendiz de antropólogo, a Millás, a que tome notas y no pierda el hilo, a que preste mayor atención a la terminología científica que ha de reflejar en su texto. Millás, por su parte, aplaude a su maestro cuando despliega sus saberes, y queda prendado de las virtudes líricas del discurso científico.
Se insiste, a lo largo de este volumen, en que, a pesar de todo el caudal científico que, inevitablemente, se despliega en él, el principal objetivo es escribir un libro que se entienda, sin notas a pie de página. Y, ya de paso, que se venda: “Si le empezamos a meter ecuaciones, la jodemos”, apostilla Millás. Se recurre a ciertos ejemplos extraídos de la propia literatura; a ejemplos literarios, como el de la espléndida novela de Dino Buzzati El desierto de los tártaros, para explicar esa eterna e infructuosa espera a ser atacados por la enfermedad, por el enemigo. Y no faltan, asimismo, hermosas parrafadas, marca de la casa, cuando a Millás se le calienta la boca, se siente relajado y tira de oficio: “La luminosidad espléndida del día se refleja como en un espejo en la vegetación, inyectando en nuestros espíritus un optimismo que evocaba el que producen algunos fármacos estimulantes, aunque sin sus efectos secundarios”.
Y como hay cosas que, después de muchas vueltas, se quedan sin ser resueltas del todo, como el misterio de los testículos internos de los elefantes, maestro y discípulo dejan claro que, si dios no lo remedia, habrá nueva entrega. Un libro sobre la inteligencia artificial, augura el uno; sobre la consciencia, la inteligencia y la cooperación, vaticina el otro. Un par de locos.
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Autores: Juan José Millás y Juan Luis Arsuaga. Título: La muerte contada por un sapiens a un neandertal. Editorial: Alfaguara. Venta: Todostuslibros
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