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Latín o barbarie

La fíbula prenestina. Museo Prehistórico Etnográfico Luigi Pigorini, en Roma. Fuente: Wikipedia.

A fines del siglo XIX, el arqueólogo Wolfgang Helbig acudió puntual a su cita con uno de esos canallas que merodean por el mundo del arte: Francesco Martinetti. El traficante sacó de su bolsillo un pañuelo. Al apartarlo, el ratero dejó al descubierto un pequeño broche, una pieza de oro en cuyo revestimiento podía leerse una inscripción en latín arcaico: Manios med fhefhaked Numasioi («Manio me hizo para Numerio»). El arqueólogo alemán pagó lo que hizo falta por adquirir aquella pieza, y tras confirmar sus sospechas con meses de arduas investigaciones, presentó al mundo su hallazgo: el texto más antiguo conservado en latín. Desde esa pequeña inscripción hasta que a principios del milenio fueron abriéndose paso las lenguas romances, innumerables testimonios dan buena cuenta de la excelsitud que alcanzó la lengua del imperio, desde Catón a la Vulgata, pasando por Cicerón, Virgilio, las Sulpicias, Séneca o San Agustín. Hablamos del germen de las lenguas modernas, influyente no sólo como madre de las lenguas romances, sino también como caudal léxico de las lenguas circundantes.

"El lenguaje ordena, condiciona y determina el pensamiento, amplía la visión del mundo según amplía sus matices, y posibilita la construcción de imágenes mentales que, obviamente, potencian nuestra capacidad intelectual"

Siglo y medio después de aquel descubrimiento, gracias a la nueva ley de educación, el Latín dejará de ser una asignatura troncal, por lo que su presencia en el programa es ya completamente opcional. La firma de este programa es la firma de una sentencia de muerte. Y a fe mía que es un error. Conocer el idioma latino y las cimas de su expresión anteriormente reseñadas no es, como se dice de la lengua, una actividad muerta. Quizá sea todo lo contrario: el estudio más vivo que uno pueda afrontar, pues sólo en él podremos encontrar nuestro verdadero origen, las raíces de nuestro pensamiento, y aplicar ese conocimiento a la contemporaneidad, reflejo de lo que fuimos. Del mismo modo que un experto en leyes necesita conocer el derecho romano para asentar su base, del mismo modo que un arquitecto estudia las construcciones grecolatinas como sustrato de su conocimiento, todo aquel que desee blandir una lengua romance debe conocer el motor de las estructuras lingüísticas que utiliza.

"La decadencia de las humanidades, señores políticos, es la decadencia del, utilizo la raíz latina, humanitas-humanitatis. Es la decadencia del ser humano, en definitiva"

El lenguaje ordena, condiciona y determina el pensamiento, amplía la visión del mundo según amplía sus matices, y posibilita la construcción de imágenes mentales que, obviamente, potencian nuestra capacidad intelectual. El lenguaje acelera además nuestras funciones psíquicas superiores —percepción, memoria, pensamiento, etc.—, por lo que ahondar en el latín es ahondar en el fundamento de nuestra mente. Conocer el idioma latino es encontrar la explicación a gran parte de los dilemas que se dan en nuestra lengua actual, lo cual, ligándolo al inicio de este párrafo, es lo mismo que explicar gran parte de ese pensamiento determinado. Del mismo modo, conocer la estructura latina supone ampliar el abanico de imágenes mentales que condicionan nuestra capacidad intelectual. ¿Y qué decir de la estética? El latín nos enseñó retórica, marcó parte de la métrica moderna, definió nuestro modelo filosófico, impuso el sistema rítmico… La decadencia de las humanidades, señores políticos, es la decadencia del, utilizo la raíz latina, humanitas-humanitatis. Es la decadencia del ser humano, en definitiva. Renunciar al latín, perdonen el romanísimo chiste para cerrar esta columna, es abrazarse al barbarismo sin condición.

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