Esta novela tiene estrella. Laura Carneros irrumpe en la narrativa española contemporánea con una voz que es la de toda una generación. Proletaria consentida, de la factoría Caballo de Troya, está escrita con pulso, ganas y talento. Con una atractiva estructura de capítulos cortos, en primera persona, seguro que atrae (ya lo está haciendo) a muchos lectores jóvenes que buscan reafirmarse y encontrar su brújula en medio de la zozobra.
Carneros, malagueña de la añada del 88, llega a la cita con un jersey fino de rayas horizontales de inspiración picassiana. Habla de su novela y sonríe. Antes, mira de nuevo la portada de la colección que edita este año Jonás Trueba. Y justo ya, sin prisa, deteniéndose en las palabras e ideas, en una tarde preotoñal, conversa con Zenda en la cafetería de un hotel de su ciudad.
***
—Proletaria consentida no solo es el título de un libro. También se define así.
—Pensaba que me iban a dejar de hablar, pero están muy orgullosos de mí y mi madre es mi publicista número uno. Cada vez que sale algo publicado lo envía a la familia. Me apoyaron para que estudiara Periodismo aunque todo el mundo sabe que no tiene mucha salida. Han confiado siempre en lo que quería hacer y nunca me han cuestionado. No me lo han reprochado y de ahí ha nacido esa culpabilidad.
—¿Siempre ha tenido conciencia de clase? El personaje de su madre dice que no es de clase baja “sino pobre”.
—Cuando era pequeña no pensaba que era de clase baja o pobre, nunca. Quizá alguien puede pensar que tuve una infancia triste o dura, pero no fue así. De adulta, ya te das cuenta de las carencias y la conciencia de clase. Mis padres, a pesar de ser de una familia de izquierdas, nunca me han querido adoctrinar. Quería cambiar cosas desde la escritura.
—¿Cuándo arranca su vocación literaria?
—A los 15 años empecé a escribir poemas. Supongo que inspirada en mi abuelo materno (se llamaba Alonso). En los bautizos y comuniones nos leía a los nietos los poemas que escribía. Eran poemas tipo satíricos, siempre buscaba la chispa, la gracia, provocando la risa en los presentes. Mi abuelo se inspiraba no solo en la vida de sus nietas, sino en lo que veía en las noticias de televisión y leía en muchos periódicos. No seguía una métrica específica. Mi abuelo fue maestro en el campo, el rey tuerto en el reino de los ciegos, porque no había otra cosa.
—¿Cómo eran esos poemas?
—Eran textos de mucha rabia. Todo me afectaba mucho. No sé si los conservo. Estaban escritos en ordenador. Conservo también algunos a mano. Hace poco hice limpieza y apareció algo. Eran cosas de mis relaciones con chicos y la amistad. También de decepciones. En la Universidad ya empecé con un blog. Escribía ciertas cosas partiendo de una anécdota. Escribía con regularidad e intentaba mezclar la actualidad con los temas sociales que me causaban un gran impacto como el Protocolo de Kioto, por ejemplo.
—Su libro es el vívido retrato de una generación perdida, la que salió al mercado laboral en el año 2010, al final de la etapa de Rodríguez Zapatero. ¿Su generación ha tenido menos oportunidades que las anteriores?
—Tuvimos mala suerte. Nos pillaron todos los terremotos. Fue un periodo muy turbulento. Y todo sigue hoy en día en permanente cambio.
—¿Cuál es el germen de la novela?
—En unos diarios que empecé a escribir en 2013. Sabía que era el comienzo y tenía mucho interés en narrar cómo era mi vida en ese momento. Tenía amigos que se dedicaban a las artes plásticas, gente que intentaba buscar su lugar. Estaba muy frustrada con mis circunstancias de que no conseguía avanzar en la vida. Recuerdo esa idea de estar un día pensando que estaba muy mal conmigo misma y sentirme muy culpable, de que era una mimada y de que no tenía dinero para que me cuidaran tanto.
—¿Sabía que iba a utilizar ese título desde el principio?
—Sí, desde el principio. Me gustaba mucho y pensé alguna vez que fuese un poemario o una viñeta para Twitter. Un amigo hizo la caricatura y el vestidito [el que figura en la portada de la novela] ya era de color amarillo. Esa idea finalmente murió, pero no el interés en escribir mis historias, que siempre ha estado ahí. Sentía muy fuerte que mi experiencia solo la podía escribir yo.
Vivimos seis en casa: mis abuelos paternos, mi abuela, en situación de invalidez, mis padres y yo. Me preguntaba: ¿quién de este barrio puede contar esto? Cuando he tenido bajones en mi estado de ánimo, he decidido rescatar esta historia sintiendo al mismo tiempo una responsabilidad en que tenía que contarlo, aunque fuera sacrificando de algún modo mi intimidad. Como la vida tiene ciclos siempre he vuelto a retomarla. Cuando no lo hacía me daba pena que no lo pudiera contar porque ya me sentía así, pero por desgracia la vida te vuelve a poner en el hoy, y ese sentimiento siempre es rescatable.
—Y llegó Caballo de Troya.
—Conocía a Jonás Trueba gracias a Catherine, una amiga en común que vive en Praga. Le dije que le había regalado a ella Todo sigue tranquilo, de Chusé Izuel, el primer libro como editor de Jonás en Caballo de Troya, porque era su cumpleaños y porque estaba relacionada con su libro Las ilusiones. Jonás sí conocía mis críticas cinematográficas y me planteó si en algún momento tenía algún libro para publicar. A mí me pilló de sorpresa, porque las personas que ha elegido para esta colección tenían ya algo publicado. Cuando me enteré que iba a dirigir la colección, no me sentí con fuerza para decirle que había escrito algo. Nunca pensé que mis textos se pudieran convertir en un libro. ¿Qué es lo que pasaba? Que en ese momento estaba intentando transformar Proletaria consentida en otra cosa. Necesitaba escribir ya algo que pudiera enseñar a editoriales y resultara atractivo.
Me sentía fracasada del todo. Sentía que no acababa el libro porque no me daba la gana. Había pasado el confinamiento y todo el mundo me decía que si no había hecho lo que tuviera que hacer encerrada ya no lo iba a hacer nunca. Además, en mi entorno varias amigas se habían quedado embarazadas. Y aunque no tenía instinto maternal, de alguna manera mi hijo era la novela.
Estaba empezando a plantearme escribir una novela con una estructura diferente, que encajara en algo más convencional. Tenía un título distinto. Era una novela menos fragmentaria, con más argumento, y con otra temática en la que la precariedad también figuraba, pero de manera más anecdótica. Jonás me dijo que iría adelante con estos pequeños textos así, tal y como yo lo había planteado en su momento. Y en cierto modo eso me liberó de transformar la novela en otra cosa que no lo era y encorsetarla en un formato que no le iba a lo que ya había escrito. Estoy contenta de cómo ha quedado.
—¿Cómo acabó la novela?
—Le enseñé a Jonás el 50% de lo que llevaba escrito y, a partir de ahí, por las tardes, apuntaba ideas para la novela. Estaba siempre dándole vueltas, con anotaciones, esqueletos, bocetillos, con muy poca disciplina, la verdad. No soy una persona segura de sí misma y no terminaba de sentir que los textos tuvieran valor. Es importante que una persona te diga que tires para adelante. Tenía también muy claro que no quería contar una novela circular que fuera de fracaso en fracaso. También le tengo mucha tirria a las historias de iniciación, las típicas de adolescente. Quería dar la idea de que la vida no es la oscuridad, ni el éxito rotundo, sino un equilibrio.
—¿Tuvo algún libro que le inspirara de modo especial durante el proceso creativo?
—Sin duda la novela Para acabar con Eddy Bellegueule, de Éduard Louis (Salamandra) pensé que su forma era la que más encajaba con mi estilo. Por eso empecé a escribir así los textitos. Escribiendo, soy una persona que tiende a ser más concisa antes que extenderme mucho. He tenido una suerte inmensa, aparte de que el libro haya sido posible, de encontrarme con una persona que me dijera que no transformara mi novela en otra porque así funcionaba. Esto creo que también le pasa no solo a los que escriben o hacen cine, sino a los que buscan un lugar en el mundo artístico, intentar entrar en ese mundo adaptándote a unas convenciones. “Primero hazme una peli comercial y luego, si tiene éxito, rueda tu paranoia indie o de autor”. Parece que en las artes primero tienes que demostrar que dominas algo mucho y luego ya escribes de tu vida. No me sentía con el privilegio de contar lo que me pasaba porque no era nadie. Y luego me decía: “¿Quién lo va a contar mejor que tú?” Tenía esos vaivenes en el camino.
—El ego entonces es positivo.
—Sí, sí, claro. Puede sonar pretencioso decir que nadie lo va a contar mejor que yo. Soy una persona muy insegura y tengo dudas con todo lo que hago, pero como sé que lo único que puedo hacer medio bien es escribir y además me gusta… Como esta vida me ha dado tantos sinsabores y hay tanta gente que lo ha sentido así, pensé que por qué no la escribía. Parezco una usurera aprovechándome de las emociones y de mi entorno. La vida adquiere su sentido cuando la transformarnos y la compartimos con los demás haciendo lo que mejor se nos da. Creo que estoy haciendo un servicio.
—¿En qué sentido?
—Creo que la vida es un continuo bucle. Pienso que mejoramos y volvemos atrás. Lo digo en el sentido de alguien que ha pasado por eso o que se puede sentir mal pensando de sí misma. También me ha pasado algo que también suena a pretencioso. Es eso que se dice de “he hecho el disco que quería escuchar” o “he escrito el libro que quería leer”. Pues yo sí que he sentido que he escrito el libro que quería leer cuando estaba en los momentos de crisis. Pienso que lo escribo para esas personas que se pudieran sentir como yo en esos momentos más que alentar que las cosas pueden ser mejores. Las cosas pueden ser mejores respecto a perdonarte o a fustigarte menos porque el entorno siempre va a ser duro, estés en la situación en la que estés.
—¿Había un riesgo de escribir para una determinada franja de edad, digamos entre 30 a 35 años?
—No me lo he planteado como riesgo. Creo que por desgracia las crisis son cíclicas y quizá una persona de más edad lo podría entender igual con la gente de menos edad que quizá se encuentra con el libro dentro de un tiempo. Nunca he tenido miedo de que el libro pudiera ser demasiado perecedero, aparte de que tampoco quería centrarme en circunstancias o contextos mundiales o económicos. Quería que el texto fuera algo más temporal. Aparece Merkel, pero podría ser extrapolable a otra época. También hay una banda sonora sentimental que a mí me servía para entrar en contexto para escribir y también me sirve para buscar más una atmósfera que una época concreta.
—En un momento de la novela resalta que escucha la voz de los fallecidos, “esa banda sonora que se deshace”. ¿Sigue escuchando esa voz, esas voces?
—Uf, sí… en ese capítulo escribo que soñamos mucho con los fallecidos. Justo anoche soñé con mi abuelo materno y es curioso cómo la presencia de la gente cercana que ya ha muerto nos visita de vez en cuando en los sueños. Es algo que me parece muy curioso. Responde a que los echamos de menos. Y cuando se te aparece puede haber algo recíproco, de que tanto tú como esa persona os encontráis en un espacio compartido.
—“Hay inviernos que se aburren de sí mismos”, detalla en la novela. ¿Su vida es un invierno?
—Cuando es invierno en mi vida pienso que todo es invierno. Cuando estoy en una época de tranquilidad, como ahora puede ser, en la que no estoy en una mala racha, sí soy consciente de que la vida tiene sus etapas y sus momentos. Cuando estoy bien sé que va a venir el invierno. Y cuando estoy en invierno pienso que la primavera y el verano jamás van a llegar. Sé que todos tiene sus matices, de ahí la riqueza de la vida a la que admiro en todas sus formas. Incluso cuando he estado muy mal me sigue gustando la vida, pero estoy muy frustrada y muy desanimada. Y creo que me siento más tranquila cuando estoy mal porque pienso que más abajo no puedo caer. A veces el estar feliz y estar bien conlleva miedos. Al final no se está bien del todo.
—¿Tenía una cierta inquietud o respeto en no incurrir en la novela en una pornografía emocional o excesivo pudor en no contar cosas muy íntimas?
—La principal herramienta a la que me ha aferrado ha sido la caricatura, que el texto se viera mi vida como una sátira y ponerme yo por delante como objeto de burla o de exageración. Partiendo de que todo era exagerado, eso me permitía jugar con el material autobiográfico que siempre ha estado muy presente. Me da mucho pudor pensar que la gente crea que todo era 100% así, o que personas de mi entorno digan: “esto te lo has inventado”. Y claro que es verdad. Aunque no hubiera pretendido transformarlo, los recuerdos en sí transforman una realidad. Ha habido cosas que he escrito que yo he dicho: “Esto no me hacía tanta falta para llegar donde quería”. En determinadas circunstancias o diálogos, se trataba más bien de sugerir situaciones.
—¿Eso le ha pasado ya con la obra publicada?
—Me iba autocensurando porque era consciente de que ese material era muy personal. Soy de escribir y reescribir mucho y no salir de ahí. Hasta que no veo que no tengo el tono o la idea que yo persigo no voy a por otra cosa. Además, creo que por eso me salen tan cortos los textos. Voy depurando mucho y meto mucha tijera.
Otra inspiración muy fuerte ha sido Estupor y temblores de Amélie Nothomb. Fue un gran estímulo para seguir escribiendo la novela. Ella habla de que es muy joven. Hablar de la jerarquía empresarial y el humor que tiene. Siempre tuve muy claro que quería buscar la ironía y la sátira. Y en este tipo de novelas está muy tratada esta situación dura y complicada. Y lo hace con una finura y un humor que te preguntas cómo lo ha hecho. Quería intentar adoptar un tono parecido.
—La depresión que sufrió, supongo.
—Sí, sí, claro. He llegado a estar muy hundida. A veces pensamos que la depresión es estar metida en la cama y no. Me decían que tenía rasgos depresivos e intentaba salir adelante y, cuando más salía, más me hundía. Era como estar en una arena movediza. Me agarraba a este tipo de novelas, como la de Nothomb, por su capacidad de transformar una experiencia dura en algo de lo que parece que te estás riendo o te importa realmente poco. También me pasó también con la novela gráfica Persépolis. Para mí la risa es también la primera arma que tenemos para hacer más llevadera nuestra circunstancia. Y no quiero que se piense que tenemos que ser felices a toda costa. Tenemos que reírnos y a la vez ser conscientes de su gravedad.
—Volviendo al tema del pudor. Hay mucho sexo, pero no parece que sea divertido, ni siquiera fácil.
—Los capítulos de los que estoy más orgullosa y más me hacen reír son los relacionados con el sexo. Me daba mucha vergüenza, pero en cierta manera lo veía necesario porque reflejaba un modo de vivir la sexualidad hoy en día. La vergüenza sí la tenía en primer lugar por mis padres… pero tampoco quería contar todo de un modo más descriptivo, aunque sí narrar estas circunstancias porque aparte de divertido lo veía necesario. Este tipo de sexo también lo he visto en las novelas de Julia Sabina (Vidas samuráis) o Elena Medel (Las maravillas). Siempre he intentado fijarme en las historias de mujeres en precariedad. Me interesaban mucho sus novelas para ver cómo lo habían tratado. Quería saber cómo lo hacían.
—¿Se aprende del deseo no correspondido?
—No sé. Si tú no me muestras nada no te lo voy a reprochar. Creo que lo normal es el rechazo y entender que formas parte de unas normas no escritas. Si te importa aquella persona no es reprochar, sino intentar profundizar más allá y saber que no te lleva a nada. El no ser correspondida me lleva al sinsabor, a la trigonometría del deseo. No solo es el deseo sexual, sino la vocación, el deseo de querer estar aquí. Me obsesiona que en el deseo está absolutamente todo y que en el momento que desaparece está muy mal. Las personas con depresión sienten que nada vale la pena. Para mí la ausencia de deseo es nefasta. Venimos de ahí y toda la vida estamos intentando materializar el deseo o alcanzar cosas.
—¿Mantiene este discurso del deseo alguna conexión con las casualidades?
—Sí, totalmente. Este tema lo hablo mucho con una amiga que también cree mucho en eso. Parece que en la vida estamos soltados al libre albedrío, que nada tiene sentido. Para mí, por desgracia, no sé si es que me viene por vocación de que me gusta mucho analizar las cosas y buscar conexiones. Por ejemplo, en las críticas de cine, intento sentirme tranquila que por encima de todo hay determinadas cosas que parece que están escritas y que el mejor escritor o guionista podría llegar a eso. A veces te pasan cosas que si las vieras en una película pensarías que no serían verosímiles.
—¿Y cómo transforma esas verdades en mentiras o viceversa?
—En ese aspecto creo que soy muy dura. Siento que soy capaz de poner filtros a lo que me parece que no es verosímil. Aparte, confío en que si hay un editor o alguien que te lee, que te diga que algo es de otra manera. A veces ves películas y te preguntas cómo ha llegado a la pantalla algo que es tan inverosímil y que ha perdido incluso la esencia de la vida.
—Suele pasar con autores más consagrados.
—No importa que se note la mano del autor, pero no me gusta cuando ves el golpe de efecto, el truco… cuando ves al mago se rompe la magia. Me obsesiona mucho que no se noten las costuras, no solo en lo que escribo, sino en lo que leo y veo de los demás. Que no sea el estilo o esa vuelta de tuerca te saque de la historia. Cuando se nota un estilo demasiado pretendido y está por encima de lo que quieres contar… a veces el autor se pone por encima.
—Podrían argumentarle que su obra es muy autobiográfica. Y como autora está muy presente.
—Creo que por delante de todo está la honestidad. Cuando un autor le da más importancia al estilo pierde de vista la honestidad con lo que está contando, y en mi caso no me veía poniendo para nada escribiendo la novela en tercera persona. Esta reflexión también la he tenido con el periodismo. En la Facultad nos decían que los textos informativos no pueden ir en primera persona. Creo que sería más honesto explicarlo en primera persona. Es diferente la voz del estilo. Puedes encontrar algo en primera persona, pero que tu estilo no ahogue tu voz.
—¿Ha intentado una visión feminista en la forma de contar la novela?
—Parece que la novela tiene intenciones feministas, como el capítulo de ‘Vello plebeyo’, de la depilación. Es verdad que la mayoría de protagonistas son mujeres. No buscaba que ese tema estuviera, pero al final ha salido. Al final me daba también por pensar que la novela pudiera encasillarse. A las mujeres se nos encasilla si escribimos de temas más íntimos. Eran vivencias que necesitaba reflexionar, pero no por nada, sino porque estaban en mi vida, como mi madre toda la vida al cuidado de mi abuela.
—La relación entre madre e hija también es muy especial.
—Me interesa cómo se puede tener una pasión visceral con las personas que más quieres. Parece que por tener la relación más intensa tenemos el derecho a hablarles mal y a que si les respondemos no supone ninguna amenaza. ¿Cómo podemos ser más crueles con los que más nos quieren y con las amistades más íntimas?
—Explique la importancia del taller sobre autobiografía al que asistió en La Térmica y que dirigió Marta Sanz en abril de 2017.
—Fue muy importante para mí. Estaba obsesionada en que quería contar una historia autobiográfica y no sabía cómo hacerlo. En ese taller una mujer preguntó cómo se podía evitar que alguien te demandara. Y cuando explicó que si no aparece con su nombre real no te puede poner una denuncia me quedé tranquila. Y otra cosa que me grabé a fuego es que le preguntaron qué le parecía a su madre la forma en la que aparecía en sus novelas. En un acto público estaba la madre de Marta Sanz y dijo: “Yo sé que esa no soy yo, es la imagen que tiene de mí”. Recuerdo que al final de clase le di el relato de ‘Almejas’, con el que se abre el libro.
—¿Cuál es su relación con Málaga? ¿Mantiene un cierto amor/odio?
—Es interesante. Cuando eres más joven te crees que tu ciudad es la peor del mundo. La odiaba a toda costa, y luego te das cuenta de que todas las ciudades tienen sus partes buenas y malas. Quien más la odia al final es quien más la quiere. Llegamos a odiar porque somos los que más los conocemos. También es verdad que Málaga se ha vuelto muy cara y la vivienda está pensada para los inversores. El alquiler está carísimo. Lo que pasaba antes en las grandes ciudades turísticas está ya ocurriendo aquí. Se dice que hay más trabajo en el sector tecnológico, pero en muchas de esas empresas se habla alemán. ¿Para quién es ese trabajo? Para quien venga de fuera.
—Tras su vuelta de Eslovaquia, donde estuvo en un voluntariado europeo, y tras su experiencia profesional como periodista (se licenció en 2010 en la UMA) y crítica cinematográfica, que sigue haciendo, ha sido comercial y ahora es teleoperadora. Ha vuelto a casa de sus padres después de vivir de alquiler. ¿Cómo ve su futuro como novelista?
—No voy a ser una Elísabet Benavent, ni voy a vender muchísimos libros. Siento que me han dado la oportunidad de saber que puedo escribir un libro. Cuando era más joven mi sueño máximo era ser escritora antes que periodista: pensaba que era lo más. Era un sueño inocente e iluso. Ahora estoy en un momento de madurez en el que estoy muy contenta de haber escrito la novela. El libro me ha dado fuerzas para intentarlo con otro. Hay que estar con una obsesión, ser constante escribiendo todos los días.
—¿Daría algún consejo a algún escritor que empiece ahora?
—He sufrido baches porque escuchaba que solo escribíamos cosas autobiográficas por vanidad y por ego; y eso no es verdad. Hay gente con unas circunstancias específicas con algo muy interesante, como le pasó a Carmen Laforet, que escribió Nada, su primera novela, con 23 años, un libro sobrenatural, donde todo es absolutamente necesario. Que no piensen que lo suyo no tiene valor por ser muy jóvenes, que no tienen nada que contar, que no desaprovechen esa fuerza, porque luego va menguando.
***
Esta noche se refugiará un rato largo en su diario. “Cuando estoy mal es cuando escribo todos los días. Lo considero imprescindible para recordarme cosas”. A veces se relee y parece como si una persona de su futuro le recordara cosas del pasado, dándole consejos, como si fuera alguien más sabio. “Hay que recordar cosas que se nos olvidan tanto…”.
—————————————
Autora: Laura Carneros. Título: Proletaria consentida. Editorial: Caballo de Troya. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
Parece, por la entrevista, que esta autora se expresa con una sinceridad apabullante. Cae bien. Dan ganas de leer este libro aunque parezca recomendado para jóvenes y no para lobos viejos, solitarios y cansados. Y chapeau a sus padres. Nunca se debería adoctrinar a los niños. Respecto a la mala suerte de su generación, decirle que todas las generaciones de este país, por unos motivos o por otros, han tenido problemas y mala suerte. Y todas nos hemos quejado en su momento con cierto sentimiento victimista. Todos hemos tenido que luchar y salir a delante intentando darle sentido al sinsentido de la vida y quizás para eso escribimos, los unos, y leemos los otros, para tratar de encontar algo de sentido…