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Laura Fernández: «Los escritores como yo queremos ser siempre nuestra propia novela en marcha»

Laura Fernández: «Los escritores como yo queremos ser siempre nuestra propia novela en marcha»

Fotos: Noemí Elías Bascuñana

Laura Fernández (Tarrasa, 1981) supo que se convertiría en escritora con cinco años, cuando fue a ver ¿Quién engañó a Roger Rabbit? y se dio cuenta “de que los personajes de ficción también tenían vidas horribles en el mundo real”. Desde entonces, la autora de Bienvenidos a WelcomeLa Chica Zombie o Connerland ha plasmado la fórmula de la película de Robert Zemeckis en sus libros, dándole, en general, a “lo que son dibujos animados una vida adulta de mierda”. La también periodista —ha ejercido la profesión en, entre otros medios, Súper Pop, Europa Press, El Mundo y, actualmente, en El País acaba de publicar La señora Potter no es exactamente Santa Claus (Literatura Random House, 2021), una novela vasta, de 600 páginas, centradas en un —literalmente— pueblo de postal llamado Kimberly Clark Weymouth y en una serie de personajes tiernos, desquiciantes y sorprendentes, con historias entremezcladas y, a la vez, independientes… excepto en el caso del protagonista, Billy Bane Peltzer, cuyo nombre está inspirado en Los Gremlins y es el único tipo que, ay, “no tiene mundo propio”. Utilizando como percha el lanzamiento de La señora Potter no es exactamente Santa Claus, obra ambiciosa, omnívora, matrioska de géneros, conversamos con Fernández vía Skype.

—Señora Fernández, ¿cuánto de Castle Rock tiene su Kimberly Clark Weymouth?

"Stephen King es el primer autor que me maravilla y el primer autor que me dice que tú puedes transformar el mundo real"

—Castle Rock está en la base de todo. De hecho, este libro no podría haberse escrito si yo no hubiera leído La tienda, de Stephen King. Tiene mucho de Castle Rock porque Stephen King está en mis inicios como autora. Es el primer autor que me maravilla y el primer autor que me dice que tú puedes transformar el mundo real, la ciudad en la que vives, en la que te enamoras, en algo que sólo existe para ti, y que se va a convertir en un personaje más.

—Porque Kimberly Clark Weymouth, amén de un escenario, es un personaje.

—Castle Rock y Derry han demostrado, con el paso del tiempo, que son el universo de Stephen King. Él mete ahí todas sus filias y sus fobias, y eso pasa con Kimberly Clark Weymouth, que también es un guiño a una parte de La broma infinita, de David Foster Wallace, que, a su vez, hace un guiño a un tipo de productos de higiene norteamericanos. También hay un guiño a la ciudad en la que transcurren Los Gremlins, que, antes de ser la famosa película, era un cuento de Roald Dahl. De hecho, los propios protagonistas, Billy y Randal Peltzer, son los nombres de los protagonistas de Los Gremlins. A la vez, está la ciudad real que me inspiró, que se llama Drøbak. Es una ciudad de Noruega, muy cercana a Oslo, donde se supone que veranea Santa Claus. Hay una casita de recuerdos navideños. Parece un pueblo maquetado, increíble. El acuario que tiene es lo mejor: tienen peces congelados. Efectivamente, allí hace mucho frío y los peces del acuario están congelados. Viven en aguas congeladas y apenas se mueven. Es una maravilla. Lo visité siempre sola porque, en realidad, nunca hay nadie viendo ese acuario (risas). En realidad, es una sala con cuatro acuarios y ya está. Es fascinante. Al final, las novelas son una acumulación de cosas y luego hay una chispa que las enciende. Y mi chispa fue esa visita a la tienda de souvenirs de Drøbak.

—El título original de La tienda, de Stephen King, es Needful things. ¿Cuáles han sido sus cosas más necesarias mientras escribía La señora Potter no es exactamente Santa Claus?

"Todo lo que ha venido desde ahí son mis cosas necesarias: Los Gremlins, David Foster Wallace…"

—Todas mis lecturas y las películas que he visto. Soy como una urraca: acumulo cosas que brillan, lo llevo haciendo desde que, siendo una niña, con cinco años, fui a ver ¿Quién engañó a Roger Rabbit? Fue el Big Bang de mi vida como escritora. Me di cuenta de que los personajes de ficción también tenían vidas horribles en el mundo real: Roger Rabbit era un personaje de dibujos animados que tenía que pagar el alquiler. Todo lo que ha venido desde ahí son mis cosas necesarias: Los Gremlins, David Foster Wallace… En el segundo capítulo de La señora Potter…, intento imitar, salvando las distancias, el inicio del Ulises de James Joyce. Es un libro que nunca acabo de leer pero que siempre empiezo a leer, y voy a veces por distintos lugares. Me rodeo mucho de libros, y de ahí saco todos esos nombres larguísimos que tienen mis personajes, mis ciudades… También consumo muchas series de televisión mientras estoy escribiendo. En este caso, Louise Cassidy Feldman, la autora, está muy inspirada en un personaje de Mosaic, una serie de Steven Soderbergh que estaba viendo en el momento en que empecé a escribir la novela. Va también sobre una escritora de libros infantiles en una estación de esquí. Hay un asesinato y una serie de cosas, muy de Soderbergh. Es muy extraña. Entonces, mis cosas necesarias son todo lo que estoy consumiendo a nivel cultural en ese momento, y todo lo que ha venido desde lejos, y luego, además, mi vida diaria: como escribo una página al día, todo se va colando de una forma u otra.

—Ha escrito una novela de 600 páginas durante cinco años, con muchos personajes, tramas y géneros entremezclados. ¿Cómo se ha organizado?

—Pues mira, yo no tengo ningún plan, aunque no lo parezca. Me escribo los esquemas después: cuando he escrito un capítulo, me explico a mí misma “en este capítulo ha pasado esto, esto y esto; en los siguientes tres, podría pasar esto”. Entrevisté a Sarah Waters, la autora de Falsa identidad…

—Novela recomendada por David Bowie. La incluyó en su lista de 100 lecturas recomendadas.

"Para mí, lo más complicado fue reescribir. La novela tenía 200 páginas más de las que tiene"

—Efectivamente. Sarah Waters me dijo que escribía un diario de todas sus novelas, y yo lo hice así esta vez. Digo que escribo una página al día, pero, a veces, pasan dos semanas y no he podido escribir una página al día porque se acumula el trabajo, por la familia, etcétera, y siempre la escribo con la misma música. Normalmente, bebiendo una cerveza o un vermú. Es un momento lúdico para mí. Entonces, tenía un diario y sé que la novela la empecé a escribir el 31 de octubre de 2016 porque lo escribí. Es muy curioso leer el diario. Hay momentos en los que me decía a mí misma: “Creo que esto no funciona, tengo que ir por aquí, tengo que retroceder a este momento, tal. Próximo día: considerarlo”. Entonces, al próximo día, sólo consideraba eso. El método permite que la novela sea algo orgánico, que crezca contigo. Huyes de la rigidez del esquema y del plan. Te permite incorporar lo que te va pasando cada día y, a la vez, anticipar las cosas. Fue muy útil el tema del diario. Para mí, lo más complicado fue reescribir. La novela tenía 200 páginas más de las que tiene. Cuando haces este tipo de novela, tan coral, tan grande, se sufre mucho con la reescritura. Hay personajes que se han ido completamente. Stumpy MacPhail tenía un amigo, que iba con él durante toda la novela, y ha desaparecido.

—¿Qué música, por curiosidad, escuchaba mientras se tomaba el vermú o la birra y escribía?

—Un disco de 2017, de Bonnie Prince Billy, que se llama Best Troubador. Es un disco de versiones de Merle Haggard. Bonnie Prince Billy siempre hace discos muy tristes y con muchísimos nombres distintos. Él se llama Will Oldham, en realidad. Sus canciones tienen un punto dramático e irónico muy gracioso. Luego, la señora Potter proviene de una canción de los Counting Crows, que está en su disco This Desert Life, y que se llama “Mrs. Potter’s Lullaby”. Es una canción larguísima, una canción relato. Es muy bonita.

—¿Cuál es la trama o personaje con el que más ha disfrutado?

"Entonces, cuando los Benson se quedan sin mayordomos, ¡Dios mío, tienen que ser seres humanos, arrastrar sus maletas! ¡Es la hecatombe, el apocalipsis del escritor!"

—Claramente, son los Benson. La novela, en un principio, se iba a llamar Los Benson. Son mis personajes favoritos, la pareja de escritores que están locos. Sobre todo, Becky Ann, que es una escritora muy cruel, que sólo quiere ser escritora, es muy impositiva con esto y lleva a su marido a latigazos para que escriban bien. No hace más que escribir. De hecho, el capítulo en el que llegan al pueblo con la diligencia justifica la novela entera. Escribir eso me hizo muy feliz. Siempre pensé que tendrían que convertirse en seres humanos, bajar del pedestal del mito del escritor y tener que comportarse como seres humanos que arrastran sus maletas por la nieve, que se caen… Es la caída del mito del escritor: el escritor no sólo tiene que escribir. Te pasa cuando eres padre o madre, o cuando tienes pareja, incluso: puedes escribir cuando tienes mucho espacio para ti, pero cuando el espacio se acorta, cada vez tienes menos tiempo para ti. Entonces, cuando los Benson se quedan sin mayordomos, ¡Dios mío, tienen que ser seres humanos, arrastrar sus maletas! ¡Es la hecatombe, el apocalipsis del escritor! Estos son los personajes con los que mejor lo he pasado pero, en realidad, a la que más quiero es a la madre de Billy, Madeline Frances, porque es un personaje sufridor que sólo quiere crear y que se aparta de la vida para crear, y que acepta el precio que hay que pagar por eso: el posible odio de su hijo y en no encajar en la sociedad que ha abandonado para crear sus cuadros. Y luego, Nathanael West, que fue un escritor posmoderno que me gusta mucho y que escribió muy poco porque tuvo un accidente de coche, en La señora Potter… es un camarero patinador que hace lo que le da la gana. Para mí representa la idea de la literatura posmoderna americana dentro de la novela.

—¿Y cuál ha sido el más difícil de abordar?

—Billy Peltzer. Me di cuenta después: es un personaje que no tiene mundo propio. Todos los personajes de la novela tienen un mundo en el que ellos son protagonistas, que los refugia, que los hace únicos, que les da un sentido a su vida, pero Bill no. Cuando su madre se va, se rompe su personaje y él busca su personaje durante toda la novela. A mí me costó entenderlo. De hecho, lo veía como una canción de The Cure que me gusta mucho, “How Beautiful You Are”. Lo entendía como esa canción: espinosa, preciosa, y, a la vez, muy tierna. Él, al revés que Pinocho, hubiera renunciado a su vida de niño por ser un objeto de madera para no separarse nunca de su madre. Asume que va a ser el hijo de Madeline Frances, que es una pintora, toda su vida, y que eso no está mal. Era un personaje al que me costó entender. Sabía que estaba muy enfadado, pero no sabía por qué, con quién ni qué iba a hacer para dejar de estar enfadado.

—Por cierto, ¿cuánto se parece la Eileen McKenney del Scottie Doom Post a la Laura Fernández que fue jefa de cultura en Europa Press… porque no había nadie más en la sección?

"A ningún escritor le parece suficiente la realidad. Hay escritores, como yo, que se inventan el mundo entero, y luego están los que lo deforman, reconstruyen o denuncian"

—Se parece mucho en lo de tener que estar en varios sitios a la vez. Es algo heredado de esta época. Cuando eres jefe de sección de una agencia de noticias y todo se tiene que cubrir, desde una exposición de un artista en un centro cívico a una entrevista con Ken Follett sin tener ni el libro… Tiene muchísimo de ese periodo, y también de mi época posterior como freelance, trabajando en mil sitios a la vez, siendo tu propia jefa y añorando la idea de la redacción y de tener a alguien con quien hablar de la locura en la que se está convirtiendo nuestra profesión. El barco se hunde, estás sola en el barco, pero rodeada de otros barcos que se están hundiendo con el tuyo, porque todos están en su propio barco. Molaría mucho que pudiéramos estar todos en uno alguna vez y formar un Scottie Doom Post, aunque cada uno escriba para donde escriba, pero tener una sensación de redacción. Creo que nos ayudaría mucho a sentirnos comprendidos y a percibir que lo que hacemos tiene sentido.

—Para finalizar, ¿por qué, como dice uno de sus personajes, a los “escritores peces gordos” no les gusta o, mejor dicho, “no les parece suficiente” la realidad?

—A ningún escritor le parece suficiente la realidad. Hay escritores, como yo, que se inventan el mundo entero, y luego están los que lo deforman, reconstruyen o denuncian porque no les parece suficiente o les parece injusto, y se vengan de él creando. Lo guay de los Benson o de Ken Follett, del que hemos hablado antes, que hasta podrías tener una isla, es que podrías vivir, realmente, sólo rodeado de la escritura. Los Benson son su novela en marcha. Lo que quieren es ser Los Benson. Eso es lo que queremos los escritores como yo: ser siempre nuestra propia novela en marcha. Stephen King, en la última, Billy Summers, lo hace un poco. Billy Summers es un asesino a sueldo pero va a un lugar y finge que es novelista. Todo el mundo empieza a saber que es escritor y él tiene ese papel. La realidad es el Joker, algo azaroso, algo incontrolable, injusto, que nos agrede de alguna forma, y el mundo que creamos es o el mundo perfecto o un mundo que podemos explorar sin miedo a que se nos desmonte, porque lo estamos creando nosotros. También puede ser algo que repare el mundo en el que vivimos cada día. Los escritores realistas, de alguna forma, lo reparan o lo ordenan. Y los peces gordos tienen la suerte de que lo pueden transformar de verdad. El dinero no da la felicidad, pero ayuda un poco, ¿no?

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