Fotografía de portada: Ana Portnoy.
Dicen que detrás de todo gran hombre hay una gran mujer. En el caso de Alejandro Magno —el jovenzuelo que se convirtió en el mayor conquistador de la antigüedad— estaba su madre, Olimpia. Una señora que tenía muy claro que su vástago estaba destinado a triunfar, y que no escatimó en medios para lograrlo. Cuando una madre —y también un padre— se obsesiona con el futuro de sus hijos no hay fuerza en la naturaleza ni ser humano que pueda frenar su ambición. Olimpia no aplicó el método Williams —el que el progenitor de las tenistas usó para que sus chicas, Venus y Serena, se convirtiesen en campeonísimas— pero se valió de todas sus armas, magnetismo y un buen puñado de serpientes amaestradas para lograr que Alejandro fuese Magno. Laura Mas regresa al mundo clásico después de su primera novela, cuya protagonista fue Diotima de Mantinea, la mujer que libró a Atenas de la peste y fue —redoble de tambores— la maestra de Sócrates. Para su segundo libro, la autora ha vuelto a elegir a una mujer poderosa y fuerte que nos seduce desde la primera página y nos deja con ganas de más, de mucho más, en la última.
Hablamos con Laura Más de la protagonista de su última obra, Olimpia (Espasa, 2022), de Zeus y Dionysos, serpientes «muy sexys», profecías oníricas y de rescatar a mujeres olvidadas por la historia.
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—Desde el momento en que Olimpia se convierte en la quinta esposa de Filipo, tiene claro que va a ser su favorita y que le dará un varón que será el rey de Macedonia.
—Ella tiene un rango monárquico. Hay que decir que, antes de ser esposa de Filipo, Rey de Macedonia, era hija de Neoptólemo I, rey de Epiro, una región cercana a la vecina Macedonia. El matrimonio fue concertado porque había ventajas para ambos territorios. Filipo tenía ya cuatro esposas, pero ninguna del nivel de importancia de Olimpia. De ahí viene su confianza. Y luego está esa parte onírica, en la que ella interpreta sus sueños como profecías divinas que le dicen que va a ser la madre no solo de un futuro rey, sino de un rey muy poderoso.
—Mujeres poderosas como Olimpia, y otras muchas —me viene a la cabeza la Julia Domna de los libros de Santiago Posteguillo—, han permanecido demasiado tiempo en la sombra por la gran presencia de las figuras masculinas en el relato histórico.
—En efecto. La historia hasta hace poco la escribieron los hombres. Muchas mujeres, por desgracia, como en el caso de Olimpia, estuvieron silenciadas, no solo en su época. Hay que recordar que, en esa Antigua Grecia, a pesar de ser esposa de un monarca, tampoco tenía demasiado derechos debido a su condición de mujer. Los privilegios de Olimpia estaban, por un lado, en el ámbito religioso, que ahí sí es cierto que tenía mucho margen de maniobra y mucho poder; y luego, por otro lado, en la coordinación de las tareas domésticas del Palacio de Pela, donde residía en Macedonia. Pero sus decisiones no eran tenidas en cuenta, sus opiniones no eran escuchadas en el ámbito político en el que ella siempre quiso entrar. De algún modo, me gusta pensar que aporto mi granito de arena rescatando a mujeres como Olimpia, que era nada más y menos que la madre de Alejandro Magno. Y quien no lo sepa, a través de la lectura de mi novela, podrá hacerse una idea de lo clave que fue esta figura para su hijo. No solo como madre, sino a la hora de allanar el camino a su hijo para que reinase en Macedonia. Sin ese punto de partida, Alejandro nunca hubiese sido el gran conquistador que hemos conocido en nuestros días.
—Cuando una mujer queda en ese segundo plano, en lugar de reivindicar su legado se la suele acusar de manipuladora.
—Tenemos que entender la mentalidad de la época. En aquel entonces cualquier mujer que pensase más de la cuenta, que fuese demasiado ambiciosa y quisiese entrar en terrenos que le estaban vetados, se la tachaba de bruja, manipuladora… En la historia de Olimpia hay un elemento añadido: tenía serpientes domesticadas. Y aunque la serpiente como animal representaba a Zeus, Dios de Dioses, mucha gente eso no lo veía con buenos ojos e hizo que la relacionaran con las artes oscuras y peligrosas.
—Lo de Olimpia con las serpientes tiene hasta una faceta sexual…
—Sí… he jugado con esa ambigüedad porque era un elemento muy novelesco. Tenían mucho peso las serpientes en la vida de Olimpia. Había un componente sexual, al representar a Zeus y creer Olimpia que Alejandro era también un Dios. Se dice que ella dormía plácidamente con las serpientes en su habitación.
—Sobrevivir a las intrigas palaciegas era muy complicado en esa época. Matar a un posible rival en la sucesión dinástica estaba bien visto. Filipo y su madre lo consiguieron a duras penas, y a Olimpia le costó lo suyo.
—Sí. De todos modos, lo que ahora nos hace llevarnos las manos en la cabeza antes estaba a la orden del día. En aquellos tiempos remotos la gente convivía con ese temor —aunque nos parezca surrealista— de poder ser asesinado en cualquier momento, y más aún cuando formabas parte de una dinastía poderosa o pertenecías a la monarquía. Olimpia tuvo que convivir con ese temor, que como te digo, estaba integrado en su rutina. Al final, por supervivencia te habitúas a algo tan extraordinario como eso. Olimpia fue una mujer que demostró tener muchas agallas, mucha convicción y determinación para eliminar cualquier límite moral que impidiese perpetuar su dinastía y colocar a su hijo Alejandro en el trono.
—Tampoco debía ser sencillo no capitular en esos harenes donde vivían las esposas con sus hijos, los posibles herederos del Imperio.
—Cuando Olimpia llega al Palacio de Pela ella es muy jovencita: es virgen en todos los aspectos. Mucho más ingenua que la Olimpia que vemos después, sobre todo a partir de que Filipo la repudia, que es cuando se produce un antes y un después en su personaje. Cuando llega al palacio esta Olimpia adolescente contempla a las otras esposas como rivales, pero todavía no tiene esa fortaleza, que muestra luego, para eliminar si hace falta a cualquier oponente que pueda suponer un peligro. Todas las mujeres de Filipo querían tener varones con él y que su hijo fuese el elegido para reinar.
—No hay muchos testimonios de Olimpia de Epiro, y los que han llegado hasta nuestros días no son demasiado benignos con ella. ¿Cómo ha sido el proceso de documentación para su novela?
—Hay algún testimonio antiguo, pero sobre todo me han ayudado mucho varios textos contemporáneos. Por ejemplo, te puedo citar un ensayo maravilloso titulado La reina de los cuatro nombres de Juan Carlos Chirinos; un autor que me ayudó mucho con mi novela —tuve incluso la suerte de que la leyese antes de mandarla a imprenta— y está el primero en la lista de agradecimientos. También quiero citar a una profesora maravillosa, experta no solo en Olimpia sino también en Macedonia y en la Antigua Grecia, María Dolores Mirón Pérez. Estos ensayos nos allanan mucho el camino a los novelistas históricos.
—La relación de Olimpia con su hijo es singular. Ella lo utiliza desde que es pequeño para llenar el hueco emocional que provoca la ausencia de su esposo Filipo.
—Ese es un buen punto de vista interesante. Visto así, tiene mucho sentido cómo era su relación. A pesar de su ambición, de su aspiración a que su dinastía alcanzase la gloria, la eternidad es Olimpo, porque cree que su hijo es un semidiós, ella tiene un gran afán por ser madre. Esa es su verdadera razón de vivir. A partir de entonces, ella se volcó para que su hijo consiguiese lo máximo posible. Cuando él vive en Macedonia ella estará pendiente de él y le aconseja en todo. Al marcharse fuera, la relación se convierte en epistolar —aparece en la segunda parte de la novela—. Desde que Alejandro partió a la conquista de Persia —algo que estaba dentro de los planes de su padre—, nunca más volvió a ver a su madre. Se escribieron cartas con mucha frecuencia, pero podían pasar meses sin leerse. Quise mostrar también esa vulnerabilidad de Olimpia como madre, afectada por la ausencia de su hijo.
—Y por las decisiones de su hijo.
—Y también por sus decisiones; algunas erróneas. Porque no olvidemos que por un lado, Alejandro es el conquistador del momento; pero por el otro, está descuidando por completo su reino.
—Los mitos y los dioses están muy presentes en su libro. ¿Por qué decidió utilizar ese plano paralelo de ficción en lugar de apostar por un relato más fiel a la historia?
—En aquel momento, todo el mundo era muy muy devoto, muy religioso. Era habitual acudir a los oráculos para consultar el futuro. Se creía completamente en las profecías. Olimpia no era una excepción; al contrario, ella era absolutamente devota. Los dioses estaban presentes en su día a día. Ella rezaba a diario a muchísimos dioses: adoraba a Dionysos. Los mitos y los dioses también están muy presentes en mi primera novela. Tengo tendencia a ese punto místico de mencionar a los dioses. Que es algo que está relacionado con lo onírico, algo que está está planeando siempre por el libro; y que a mí me gusta porque crea un ambiente poético.
—¿Qué opinión le merecen los estudios históricos con perspectiva de género? ¿Cuál debe de ser la posición de la novela histórica respecto a estos nuevos enfoques?
—Me parece muy útil que salgan libros reivindicando el papel de la mujer, rescatando a mujeres olvidadas de la historia en sus respectivos campos. No solo estamos hablando de filosofía y de las letras, también del campo de las ciencias y de cualquier otro en el que ha habido mujeres muy destacables, pero que por desgracia han quedado eclipsadas por los hombres. Hacer justicia en ese aspecto me parece muy necesario todavía y queda todavía mucho trabajo por delante. La segunda pregunta es más compleja porque cada autor tiene su propia perspectiva y aunque esté escribiendo novela histórica, de manera inevitable, a su vez plasma parte de él. Por mi parte, yo intento tratar la historia con el máximo respeto posible, dejar atrás todo tipo de prejuicios por el contexto histórico que a nosotros nos conforma y envuelve. Yo intento ser justa con las acciones tanto de hombres como de mujeres, a las que por serlo no quiero edulcorar. Y si ellas tenían partes oscuras, también las quiero mostrar.
—¿Qué le pareció la Olimpia que interpretó Angelina Jolie en el cine?
—Ella está magistral. Angelina Jolie está bellísima, con mucho porte de reina. Pero dicho esto, sí que es cierto que Oliver Stone se basó demasiado en en los documentos antiguos de Olimpia, que la dejan como una arpía, una mujer hechicera, peligrosa y demasiado sombría, demasiado desquiciada. La relación con su hijo Alejandro Magno sí que es verdad que llegó a rozar la obsesión, que fue un poco enfermiza, pero en la película se les trata casi como si fuesen amantes. Hay momentos de la película que tú ves a Angelina Jolie con su hijo y te da la sensación de que saltan chispas, pero chispas de pasión… Esta Olimpia dista mucho de mi Olimpia, pero, aún así, es muy interesante ver el enfoque que le da a cada artista a los personajes. Eso me parece muy interesante y enriquecedor.
— En La maestra de Sócrates usted recupera a otro gran personaje femenino, Diotima de Mantinea.
—Diotima aparece en El banquete de Platón, y el propio Sócrates, en esta reunión en la que todos los comensales son hombres, alza la voz y revela que todo lo que aprendió del amor fue gracias a ella. Diotima era una sacerdotisa que servía al dios Apolo. Y que llegó a Atenas, por orden de Pericles, en el año 440 a.C. para salvar a la ciudad de la peste. Sócrates acabó siendo su alumno, al que transmitió todos sus conocimientos sobre héroes y sobre el amor. En ese caso fue todavía más ardua la documentación y tuve que ficcionar muchísimo porque incluso se cuestiona si realmente existió. Hay quien afirma que Diotima pudo haber sido Aspasia, que era la compañera de Pericles.
—¿No le da miedo ficcionar la vida de personajes históricos tan relevantes y populares como Sócrates o Alejandro Magno?
—Hay mucho respeto cuando tienes que enfrentarte a unos personajes históricos, y abordar diálogos y darles voz propia, intentar meterte en su cabeza y pensar constantemente cómo actuaría esa persona — algo que es agotador—, pero me acojo a la licencia del escritor, de la escritora de ficción con libertad para enfocar la historia como que vaya surgiendo en mi cabeza. Siempre intento encontrar un equilibrio entre la ficción y la realidad.
—Última pregunta. ¿Qué nueva mujer rescatará del olvido de la historia en su próxima novela?
—Le estoy dando vueltas a una tercera novela. Tengo algunas ideas. Incluso te diré que el final de esta Olimpia es abierto, con lo cual daría para una segunda parte si tuviese buena acogida. Mi novela concluye con la muerte de Alejandro Magno en el 323 a.C., pero luego se produjeron nuevas disputas. Por otra parte, romper con esta dinámica de hacer libros centrados en mujeres me parece también muy interesante. Estoy dándole vueltas a varias ideas en mi cabeza, pero seguramente seguiré por la Antigua Grecia, porque es una época que me tiene fascinada, y cuanto más indago y más leo sobre ese periodo más me gusta.
Habra que leer este libro que parece muy interesante, con un personaje muy atractivo psicológicamente. Me causa curiosidad su reconstrucción históricamente novelada.
Creo que Diotima tiene todas las características de haber sido Aspasia, otra mujer detrás, o delante, de otro personaje griego famoso.
Todo el artículo está impregnado de una teoría, no explicitada conscientemente, de que las hacedoras, desde niños, de las personalidades masculinas son las madres, independientemente o no de posibles complejos edípicos. Por lo tanto, mi conclusión, siento decirlo, aunque puedo estar equivocado, es que las responsables del existente machismo militante son las madres. Piénsenlo, aunque suene un poco rotundo.
Lo leeré. Saludos.