La escritora colombiana Laura Restrepo regresó a Colombia tras más de dos años de pandemia para presentar su nueva novela, Canción de antiguos amantes, y a tres semanas de las elecciones presidenciales se ha encontrado «un país muy vivo», con «ganas de dar un vuelco», y «una profunda convicción por encontrar los caminos de la paz».
Restrepo, testigo, narradora y negociadora en las conversaciones de paz de los años 80 en el país, está segura de que «pese a todas sus tragedias», Colombia tiene futuro. «Hay una juventud muy rebelde, que no come cuento acá. Hay un sentimiento ecológico de preservación del Amazonas, del planeta. Una convicción de que las clases políticas, no solo la colombiana, están para recoger, porque vamos camino al desastre ecológico, al desastre nuclear», apunta. Pero en medio de todas las tragedias que ha vivido Colombia en sus distintos intentos por lograr la paz, y pese a la polarización que cada vez se siente más en las calles, la escritora y periodista está convencida de que Colombia «es un pueblo que ha aprendido a negociar, que te sientas con tu peor enemigo y hablas con él. El Gobierno siempre ha buscado la negociación de paz como una búsqueda de medalla de premio Nobel, pero nunca asumiéndolo de verdad como «rompamos este abismo infame que hay aquí de las diferencias entre ricos y pobres», que es una cosa insondable, un mar de aguas muertas. Eso es lo que tiene que romper la negociación —considera—. Y vi a la gente mirando la posibilidad de dar un vuelco, de cambiar», afirma.
Hay muchas personas se ponen a hablar de política, siempre hablan del planeta y de la desigualdad entre ricos y pobres. En el gremio de los escritores, hay que hacerlo para ser aceptado. Pero luego cogen aviones y no barcos de vela, y siendo más ricos que pobres, defraudan a Hacienda o se las ingenian para pagar menos. Muchos de quienes hemos sido pobres, pero pobres de verdad, sentimos un profundo asco por estos charlatanes. Lo peor de ser pobre no es comer lentejas cuatro días a la semana, pasar frío y no tener más para más que subsistir. Lo peor para mí es el desprecio cuando te ven con ropa vieja o con muchos hijos no vestidos a la última, y uno de los desprecios más refinados es que los hipócritas te usen para sus fines inconfesables y se erijan en tu portavoz. ¡Cuánta vanidad, cuánta miseria moral!