Laura Riñón Sirera (Zaragoza, 1975) es un ser de luz. Regenta la librería Amapolas en octubre, un pulmón cultural y humanista que brinda oxígeno, tanto presencial como virtual —son legión sus seguidores en Instagram—, a quienes acuden en busca de un libro que acompañe, abrigue, espabile, consuele y/o entretenga. La matriarca bibliófila de la calle Pelayo no vende literatura, sino que la receta… y con acierto: sus remedios se caracterizan por su efectividad y por su capacidad adictiva.
Conversamos en su hermoso y acogedor sanctasanctórum:
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—Antes de abordar el qué nos congrega, hablemos del dónde: menudo milagro se ha marcado con esta librería.
—Sí. Es magia, ¿eh? ¿Te gusta?
—¡Sí, evidentemente! Pero le recuerdo que el entrevistador soy yo.
—Me va a costar mucho, eh. De hecho, tengo por ahí un verso tuyo… A ver si me haces una buena pregunta para contestarte con ese verso tuyo (risas).
—¡Menuda responsabilidad!
—Sí. Hay un poema tuyo que es muy mío.
—Sigamos. Más que vender libros, usted los receta.
—El concepto mío de librería no es el ir a comprar libros, sino ir a ver con qué me voy de aquí. Cada persona viene con una idea y, muchas veces, alguien ha dicho: “Vengo a por este libro”, y se ha ido con otro porque le he dicho: “Este libro, ahora, no es para ti. Mejor te llevas este”. A veces leemos por obligación; otras, por placer. La literatura ocupa ese ratito que tenemos que necesitamos llenar con algo que nos haga sentir bien, o evadirnos, o reencontrarnos.
—También se puede leer por obligación y con placer.
—Cuando se da en esa diana, es una maravilla.
—Si Todo lo que fuimos fuera un medicamento…
—No sé por qué, pero en lo primero que he pensado es en una droga, más que en un medicamento. Creo que sería un placebo. Realmente, Todo lo que fuimos es una historia que está dentro de nosotros. No hay nada que pueda sacarla de nosotros: somos nosotros los que podemos hacer que esa historia salga. Todo lo que fuimos habla del amor, de la soledad, de lo que tenemos dentro y, por una razón u otra, tenemos escondido o sacamos. Y muchas veces tomamos un placebo. “Quiero una pastilla para combatir la soledad. O para el duelo”. No existe eso. Es el tiempo. Al final, somos nosotros los que conseguimos poner remedio a ese dolor o a esa ausencia que tenemos. Todo lo que fuimos es un placebo que todos deberíamos tomar. Es abrir una ventana a ese yo interior que tanto miedo nos da abrir.
—La novela arranca así: “Esta historia me la contaron hace mucho tiempo en un aeropuerto”. Usted, antes que librera, fue azafata. De lo vivido y aprendido durante esos años, ¿qué asoma, qué se palpa en sus libros?
—Somos nuestra memoria y nuestros recuerdos. Mis tres novelas las he escrito en muchos países del mundo. Tú también escribes: quieras que no, cuando estás en un lugar y te asomas por la ventana, al final, escribes buscando dentro de ti, pero alimentándote de lo que hay fuera. Son novelas que se han escrito en muchos lugares y que han escuchado muchas voces distintas. Por eso, quizás, lo que tienen las novelas en común con mi vida de auxiliar de vuelo es que son corales, siempre hay otros personajes. Al final, la historia no es de una persona, sino de una persona y de las personas que la complementan.
—También escribe que “observar es un arte, como lo es escuchar”. Sé que a usted se le dan muy bien ambas cosas.
—Tengo los ojos muy grandes y no puedo disimular. Me gusta mucho observar. Luego, como tengo estos brazos tan largos y me muevo tanto, cuando hablo, parece que hablo mucho. Y, ciertamente, hablo mucho, pero me gusta muchísimo escuchar y observar. Al final, cada persona, cada instante, cada esquina, cada momento, cada lugar tiene una historia que contar, y me gusta mucho imaginar la historia que se esconde detrás de las personas que se han cruzado por mi vida. A veces me gusta más la ficción que la realidad, la verdad. Me gusta mucho más creer que la historia… Es como cuando viene alguien y me dice: “Me llamo Jesús”. Y digo: “No, te llamas Miguel”. Y dice: “No, que me llamo Jesús”. “No, es que no todos tenemos el nombre que nos corresponde”. Pues creo que no todas las personas tienen la historia que les corresponde tener, y me gustan más las que yo invento para ellos.
—Mientras leía Todo lo que fuimos, me acordé dos veces de Ortega. En primer lugar, por su “yo soy yo y mis circunstancias”.
—Realmente, la médula espinal, el Sol sobre el que todo gira, es Carolina…
—¿Carolina? Será Claudia.
—¡Me estaba confundiendo con Amapolas en octubre! Claudia, Clementina y Carolina. ¿Por qué mis protagonistas empiezan por C? No lo sé.
Jeosm: El entrevistador ha demostrado que se ha leído el libro, ¡y corrige al autor!
—Sí, me encanta. Gracias (risas). Es que como estamos en Amapolas… Claudia es la médula espinal, pero cada personaje tiene su historia. Y es lo que pasa con estos cinco personajes y medio. Ese medio es un regalito que me hice. Pero hay cinco personajes y cada uno tiene su vida, sus dramas, sus miedos, su soledad, sus preocupaciones y sus circunstancias, que hacen que vayan por un lugar o por otro. Y Claudia es la que en ese momento se cruza y pum, y se encuentra. Yo creo que la vida es timing: no solamente quiénes somos, sino el momento en el que nos conocemos.
—Segunda aparición orteguiana que tuve mientras leía Todo lo que fuimos: cuando el filósofo define al enamoramiento como “un estado inferior de espíritu, una especie de imbecilidad transitoria”. Imagino que usted no lo suscribe.
—No.
—¿Se atreve a rebatirlo?
—No, no podría rebatir al maestro. Yo creo que lo más importante es estar enamorado. No hay nada más importante. Lo demás, son preocupaciones casi siempre. Incluso estar enamorado es una preocupación muchas veces. Lo más importante es estar enamorado. Al final, estamos aquí para eso, para dar lo que tenemos. Creo que el amor lo mueve todo. Después de todo, lo que más importa es el amor: lo que dejamos aquí, a quién hemos querido en nuestra vida. Si se pudiera entrar durante una décima de segundo, o, bueno, dame un minuto, en la cabeza de esas personas que están a punto de despedirse de la vida, y nadie sabe lo que pasa, estoy segura de que cada uno de ellos piensa en ese amor, quizá el reciente, quizá el de juventud, quizá en ese beso que nunca dieron. Al final, el amor es lo más importante, lo que nos hace más humanos y más terrenales.
—¿Por qué “las novelas de amor fueron defenestradas y castigadas”?
—Porque las novelas de amor no son historias de almizcle y de azúcar. Al final, en todas las novelas se ve una historia de amor. Debe haber una historia de amor. De alguna manera, es lo que más toca la emoción del lector. Aunque hables de una guerra o de un viaje, esa historia de amor debe existir. Creo que, de un tiempo a esta parte, esa novela rosa está poniendo al final de la lista a la buena literatura. Hay literatura extraordinaria sobre el amor. Javier Marías habla del amor muy bien y no hace novela rosa.
—La sombra de El amor en los tiempos del cólera es, si me permite, una constante intermitente.
—Sí. De hecho, el epígrafe inicial sale de ahí, y hay una Fermina en la novela. Creo que El amor en los tiempos del cólera es la historia de amor más bonita que se ha escrito, y no habla solamente del amor: habla de aquella época, del cólera…
—Cuando Daniela presenta su Todo lo que fuimos, la describe como “una historia de amor, sí, pero no creo que sea solo una historia de amor… Al menos no lo ha sido para mí porque, mientras la escribía, tuve la sensación de aprender cada día algo nuevo”. ¿Qué aprendió usted escribiendo Todo lo que fuimos?
—Te voy a contar un secreto: Todo lo que fuimos es una novela que escribí en 2009. En 2013, publiqué un libro de relatos porque quise regalármelo para hacer una fiesta, realmente. A veces creo que escribo para luego hacer una fiesta por el libro. Me dieron un premio por ese libro y me dijo el editor: “¿Tienes algo escrito?”. “Tengo aquí una cosa, pero la escribí tal cual, la metí en un cajón y ahí se quedó”. En lugar de leerlo, dijo: “Lo publicamos”. Lo quería publicar ya, por la Feria del Libro. Lo mejor de aquello fue que vino Manolo Tena a darme el premio, estuvimos una hora hablando. Esta novela se quedó donde se quedó, y la editora de Tres Hermanas la ha querido rescatar porque había oído hablar de ella a algunos lectores y dijo: “Yo quiero sacar esta novela”. Entonces, al releerla he descubierto todo lo que aprendí desde el momento en que la escribí hasta ahora. Si hay una cosa que he aprendido, por encima de todo, es a llevarme bien con la soledad. Creo que la soledad tiene una connotación negativa, y la gente no tiene ni idea de la cantidad de cosas positivas que tiene la soledad. Estar solo no es estar triste, deprimido, en un agujero negro. Una persona decide estar sola no por haber tenido experiencias malas, sino porque en ese lugar es feliz. Es lo que me pasa con la soledad: es el lugar que yo elijo. Y al inventar estos personajes, descubrí que muchos de ellos eran felices en los lugares en los que habían elegido vivir.
—Ha dicho que Fermina viene por El amor en los tiempos del cólera. Blanca y Claudia no se apellidan Lorca porque sí, ¿verdad?
—Siempre me gusta hacer guiños a la literatura, a aquellos de los que hemos bebido. Aunque a mí la poesía no se me da del todo bien, ni leerla ni escribirla, creo que todo bebemos de ella. La poesía, al final, es la música. Si yo escribiera poesía, tendría un pentagrama dibujado en mi oído. Me gusta mucho, de hecho, que haya música en mis novelas.
—Aparecen Tom Waits, Sabina…
—Y Van Morrison.
—Por cierto, de haber villanos en la novela, serían los padres de sus personajes. Ninguno es trigo limpio.
—Sí. No había caído… Es enfrentar las clases sociales y los momentos. Al final, el padre de Alfonso no es maldad lo que tiene: es una educación. Ese señor recto, ese juez, y él debe ser así… No es maldad: es enfrentar las generaciones. Es como Daniela. Cuando habla con su tía y le dice “quiero hacer esto”, Claudia le anima y le dice “vete, hazlo, vive”. ¿Por qué se lo dice su tía y no su madre? Aparte de por el vínculo que existe entre ellas, es porque su madre tiene otra educación distinta, otra manera de ver la vida distinta. Yo creo que los padres, más que villanos, me parecen unos pobres ignorantes.
—¿Con qué personaje se identifica más?
—Te cuento: soy Claudia porque he querido como ha querido Claudia y he sufrido el amor como lo ha sufrido ella; soy Alfonso porque tengo ese amor incondicional por mis amigos, y los cuido y respeto; soy Daniela porque he vivido durante 46 años con esa inquietud de ser diferente, de vivirlo todo y saltar al vacío…
—Ya sé cuál es el poema mío del que querías hablar.
—¿Cuál?
—“Desertor”: “No soy de la tribu, / no tengo carné…”
—¡Cómo lo sabes! ¡Me encanta! Le había hecho la foto, y venía repasando la estrofa entera…
—Volvamos a sus personajes.
—Soy Blanca porque me gusta recibir y cuidar a mis personas, ser anfitriona. Siempre tengo la tendencia a preocuparme por la gente que quiero y solucionarles la vida. Es una tara que tengo. Y soy Pablo porque descubrí un día que estar solo es un lugar en el que uno está muy a gustito.
—¿Y cuál es la faceta de sus personajes que más detesta?
—La cobardía. No se puede querer y ser un cobarde. Hay que saltar. Cuando la vida la sientes así, la puedes contar. Como decía García Márquez en Vivir para contarlo, no sé si vivo la vida porque quiero vivirla o porque estoy deseando que llegue la cena del viernes para contar lo vivido. Por eso siempre lo he querido vivir todo: soy siempre la que cuenta las anécdotas en las cenas. Hay que ser valiente en la vida para todo lo que hagas. Mira: he montado una librería, tío. Me bajé de un avión y abrí las puertas de una librería sin saber absolutamente nada. ¿Por qué? Porque sentía que era lo que tenía que hacer.
—Usted, como su Daniela, ¿sólo es feliz escribiendo, “aunque me desespere y deseche lo escrito”?
—Sí. Si me dieras a elegir una cosa para hacer en mi vida… bueno, dos: serían beber vino y escribir. Antes que leer. Y eso está mal: ya decía Borges que es mucho más difícil encontrar un buen lector que un buen escritor. He leído y quiero leer muchísimo más y me queda mucho por leer, pero no podría sentir la vida como la siento cuando escribo, porque entiendo las cosas cuando escribo.
—Vamos terminando, señora Riñón Sirera. Escribe: “Claudia pasaba las horas releyendo libros de otro tiempo, decía no concentrarse en nuevas lecturas y que prefería volver a los libros en los que fue feliz”. ¿A qué libro ha regresado recientemente?
—A El amor en los tiempos del cólera. Está muy presente en esta novela y, claro, he regresado a Todo lo que fuimos. He tenido que volver a entrar en él y he conseguido no rendirme, cosa que es muy difícil. Tú haz eso: vuelve a un libro tuyo que has escrito hace 14 años. No se puede. No eres tú. Y luego, Matar a un ruiseñor es un libro al que vuelvo mucho. Me da paz.
—¿Se equivoca Sabina cuando canta que “al lugar que has sido feliz / no debieras tratar de volver”?
—Es que cuando regresas allí no eres la misma persona. Las cosas que nos hicieron felices hay que dejarlas en el pasado, lo que pasa es que, por más que nos empeñemos, siempre terminamos volviendo a la infancia, al pasado. Es lo que nos va haciendo personas. A mí me pasó una cosa en el pasado muy bonita. ¿Te la cuento?
—Por favor.
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Autora: Laura Riñón Sirera. Título: Todo lo que fuimos. Editorial: Tres Hermanas. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
Y me quedo con las ganas de saber lo que le sucedió en el pasado. Gracias por esta entrevista mágica en un lugar más mágico aún,en un hogar.