Un buen profesor es aquel que ama tanto su materia que pone todo su empeño en ayudar a sus alumnos a amarla. Es muy posible que se sintiera un poco culpable por aceptar un sueldo por hacer algo que disfrutaba tanto.
Porque este reportero, novelista, crítico literario y ensayista creía que el contacto con sus alumnos le ayudaba en su variada e intensa carrera de escritor. Pálido Fuego, exquisita editorial malagueña dirigida por José Luis Amores, es 100% Wallace. Profesor es el cuarto volumen que publican del autor de Una broma infinita. Los anteriores fueron La escoba del sistema, Conversaciones con David Foster Wallace y Aunque por supuesto terminas siendo tú mismo.
En el volumen —una edición no venal y tirada limitada de 91 páginas — hay claves de su proceso de escritura, gustos personales, libros “que tenéis que comprar” y normas para el seguimiento de sus clases. Nada de lecciones magistrales, sino un uso continuo del debate. “Lo que se aprenda dependerá principalmente de las cuestiones, comentarios, ideas y energías que pongáis en nuestras discusiones”.
Se trata de cultivarse con los textos por delante, sin abundar en las teorías literarias. Foster Wallace (1962-2008) profundiza en el making of, en la cocina creativa, un menú nutritivo como los que sirve en estas páginas Álvaro Colomer con su imperdible serie «Aprende a escribir con…«.
El estadounidense es exigente con los alumnos. Y se confirma como implacable con la puntuación, la sintaxis, las faltas de ortografía y las erratas. Subraya que no hay verdades absolutas sobre la forma, el contenido, la estructura, el simbolismo, el tema o la totalidad de las cualidades artísticas de una obra de ficción.
Alejado de sectarismos y de imposiciones, normalmente daba las calificaciones más altas a alumnos cuyas lecturas y opiniones sobre literatura distaban de las suyas. La única condición es que pudieran argumentar de manera “interesante y aceptable” sus exposiciones.
Resultan muy sugerentes las 16 preguntas que plantea Foster Wallace para analizar mejor un texto, en este caso centrado en el género del relato. ¿Son convincentes los diálogos? ¿Hablan los personajes como personas reales? ¿El narrador de la historia se comporta de un modo humano, o las frases están infladas y resultan formales en exceso, hasta el punto de que la prosa parece demasiado «escrita»?
Una antigua estudiante del “tío Dave” (así se hacía llamar) lo recuerda como alguien con una “rara mezcla de inteligencia inaccesible y genuina calidez interpersonal. Se interesaba por las cosas cotidianas de los alumnos, nuestros puntos de vista sobre esto y aquello, como casi ningún otro docente”.
Para aprender y tomar nota, profesor. O mejor dicho, docente o instructor… como él mismo se autodenominaba.
Buenos días, muy interesante el artículo. Un saludo desde twitter.
Vivimos junto al Mediterráneo, viene gente de ultramar, nos dicen que han descubierto el Mediterráneo y aplaudimos como focas. Todo por no leer. En la Edad Media, se estudiaba a los autores leyendo sus obras. El establecimiento de ‘corrientes’ e interpretaciones se hacía en los debates y relecciones. Por supuesto, aún no existían los manuales que nos evitaban leer durante años. Hoy encontramos profesores que ni siquiera leen. Y le llaman progreso.