De vez en cuando, uno se encuentra con autores que no están en el candelero literario, que no tienen clubes de fans en redes, ni anuncian su próximo libro con meses de antelación. Autores que no viven en los grandes polos culturales del país, ni sus libros aparecen en las conversaciones de los connoisseurs literarios. Autores, en fin, de los que nadie te tiene que explicar que son buenos, porque se descubre en la primera página de sus libros.
El barrio onubense de Viaplanas late con un solo corazón. Como una Fuenteovejuna actual, lo que le sucede a un vecino afecta a todos. Zao Tianshou, también llamado Jesuclisto, es un artista plástico de origen chino que en una reyerta un poco ridícula termina en coma. El problema comienza cuando su mujer va a verle y no le reconoce: la persona que yace en el hospital no es su marido. No importa que la policía y el equipo médico le demuestren lo contrario. Ella sabe que ese hombre no es Jesuclisto, y el resto de los vecinos de Viaplanas la secunda.
Con esta premisa, Marín monta una narración intensa y vibrante donde el no Jesuclisto es un ser yacente en el hospital, alrededor del cual suceden todos los hechos. Todo está narrado por Manuel, amigo íntimo de Jesuclisto y también artista. Mientras nos describe el día a día de un Viaplanas que pivota alrededor de su vecino misteriosamente intercambiado, rememora la íntima amistad que mantuvo con Zao Tianshou: amigos de la infancia y juventud, compañeros de Bellas Artes en Sevilla y artistas ejercientes hasta el momento en que el destino los separó.
Esa voz narrativa, tal vez trasunto ficcional del propio autor, es fresca, popular, irónica e inteligente. Tiene la expresividad de la vida pura. Como decíamos, tiene algo de un deslenguado Hunter S. Thompson andaluz que, como el americano, disfruta alocadamente del alcohol y de las drogas pero con el jolgorio del que disfruta con los amigos y en un entorno festivo. Un tipo muy divertido con el que apetece salir a tomar algo. En unos momentos, Manuel escandaliza a los burgueses (a esos burgueses a los que les encanta escandalizarse); en otros, interpreta la realidad con sorprendente astucia; en muchos, se desvela el artista que lleva dentro y habla con gran belleza analítica de colores y formas, líneas y volúmenes de lo que tenemos enfrente. Ese narrador que suena tan coloquial y tan de barrio encierra un estilo depurado y brillante. En mi opinión, uno de los grandes logros de la novela.
Y es que Mario Marín es, además, artista plástico. Forma parte de un colectivo de naturaleza dadaísta cuya estética encaja perfectamente en el sinsentido en que se apoya la novela. La figura yacente del no Jesuclisto comienza siendo una anécdota o una tragedia urbana, pero según avanzan las páginas adquiere peso simbólico, y en ese contexto tan popular y comunitario el lector ve surgir una figura que tiene de cristológica algo más que el nombre y se nos muestra doble, como el de Nazaret, que se duplica en el Jesús vivo, con sus lecciones y sus milagros, y en el Cristo muerto, enterrado y resucitado. Aquí se describe con nostalgia la figura carismática de Zao Tianshou en vida, insondable en sus motivaciones, aparentemente irracional en sus actos y mantenedor de una lógica misteriosa; siempre amable, generoso y entregado a unos vecinos que no se dan cuenta de lo que tienen hasta que lo pierden, como el visitante de Teorema, de Pasolini. Pero luego tenemos al Jesuclisto desaparecido y sustituido, o no, por esa persona que yace en coma, que es como él pero no lo es y provoca la espera de su segunda venida como un Godot popular y poco solemne.
En definitiva, esta novela es una muy agradable sorpresa en un panorama narrativo donde a veces cuesta escuchar voces nuevas y originales. Insisto en que Mario Marín no es ni novel ni joven, pero su escritura es fresca y auténtica como si lo fuera. Quienes ya lo conozcan probablemente estarán de acuerdo conmigo. Quienes aún no, tienen una magnífica oportunidad de descubrirlo.
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Autor: Mario Marín. Título: Jesuclisto. Editorial: Ediciones del Viento. Venta: Todostuslibros.
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