Una de las numerosas anécdotas que Heródoto introduce a lo largo de su Historia nos lleva a la corte del rey Creso de Lidia, célebre monarca de Asia Menor. Solón, el sabio ateniense al que su pueblo encomendó la ardua tarea de legislar para conseguir la ansiada paz social, se había exiliado a la residencia del mandatario lidio al otro lado del Egeo. Una vez en Sardes, los sirvientes reales mostraron al visitante los fabulosos tesoros del palacio para después conducirle hacia su orgulloso propietario. «Ya que en tu amor a la sabiduría has visitado muchos países para conocerlos, ahora a mí me ha entrado el deseo de preguntarte si has visto a algún hombre que sea el más feliz de todos», interrogó Creso a su huésped. «A Telo de Atenas», avanzó el sabio, para acto seguido dar cuenta de su sorprendente respuesta al vanidoso monarca: «En primer lugar, en unos tiempos en que las cosas de la ciudad marchaban a las mil maravillas, él tuvo hijos guapos y valientes, y los vio a todos tener hijos, de los cuales ninguno murió […]. Los atenienses libraron una batalla contra sus vecinos en Eleusis; él tomó parte en el ataque y tras poner en fuga al enemigo murió heroicamente. Los atenienses le rindieron honras fúnebres públicamente en el mismo lugar en el que cayó muerto» (I, 30). Creso insistió, pero su soberbia no se vio alimentada. Los siguientes hombres más felices eran Cleobis y Bitón, dos argivos que no necesitaban más que lo justo para vivir.
El episodio, seguramente ficticio, confronta dos modelos culturales diferentes en una lectura ética y, también, política. El ansia de felicidad individual que representa Creso se opone al interés público del estado, por cuyo bien velaba el bueno de Telo. En su respuesta, Solón esboza el deber del ciudadano ideal, representante de lo que Pedro Barceló llama el patriotismo constitucional, un concepto que fundamenta, mediante el recurso a los valores democráticos, la esencia y las metas del estado moderno en pleno siglo XXI. El proceso de integración política que vivimos en Europa choca con el patriotismo de corte nacional para ofrecernos una nueva versión de ese eterno conflicto sobre las formas de gobierno (p. 311). Este es solo un ejemplo del amplio abanico de lecciones que nos ofrece El mundo antiguo, la última obra de Pedro Barceló, editada por Alianza Editorial, una reflexión que también nos lleva a preguntarnos, como hace el autor, hasta qué punto el concepto de ciudadanía que se desarrolló en la Atenas democrática tiene que ver con la realidad de nuestros días (p. 511-524).
Solo una persona de la trayectoria profesional de Barceló es capaz de sintetizar la historia de la Antigüedad de una manera tan magistral. Estamos ante una monumental publicación de 811 páginas en la que el autor hace gala de un enorme bagaje de conocimiento, madurado y lúcido, para presentarnos los hitos más importantes de nuestro pasado más remoto. No se trata de un manual. El enfoque del libro es diacrónico. A lo largo de sus páginas asistimos a una profunda reflexión sobre cuestiones que el autor considera fundamentales, bien por su carácter decisivo en el transcurso de los acontecimientos históricos, bien por su lectura en clave actual. La historia, al fin y al cabo, es el relato de nuestra memoria colectiva, un referente necesario e inexcusable para desenvolvernos en el presente y encarar el incierto futuro con la mayor solidez intelectual posible, una utilidad que ya buscaba Tucídides en su Historia de la guerra del Peloponeso cuando afirmaba que «bastará si lo consideran útil los que quieren enterarse de lo que realmente sucedió y de lo que puede suceder de acuerdo con la naturaleza humana en casos como éste y similares» (I, 22).
Esta vocación de utilidad es la que se desprende de El mundo antiguo. Algunos podrán criticar la obra por centrarse, sobre todo, en Grecia y Roma, pero el mismo autor advierte de ello en la introducción: «Es obvio reconocer que el listado de temas que aparecen en este libro es impensable sin tener en cuenta las inclinaciones y los puntos de vista propios del autor» (p. 26). Un gesto de honradez intelectual. Sin embargo, al sumergirnos en sus páginas, pronto nos damos cuenta de que Barceló ha tejido una tupida red que nos atrapa desde principio a fin, con un despliegue de temas tan variado e interesante que van desde el control y explotación del territorio (bloque Tierra y mar, pp. 33-110) hasta el arte (bloque Iconografía del poder, pp. 653-738), pasando por el mito (pp. 111-188), la religión (pp. 199-284), la política (pp. 291-402), la guerra y la violencia (pp. 407-475), las formas de gobierno (pp. 483-569) y el monoteísmo como problema político (pp. 581-638). El autor no solo se centra en los procesos, también selecciona algunos personajes que considera clave, personas que ejercen una cierta influencia por sus éxitos (Pericles, Pompeyo, Cicerón, Fulvia, Pablo o Juliano) o sus fracasos (Temístocles, Aníbal o Catón).
Lejos de presentarnos la Antigüedad como una Arcadia feliz, como un mundo idealizado, práctica habitual en ciertos autores, Barceló no rehúye hablar abiertamente de los excesos y la violencia de las sociedades antiguas, donde «no se consideraba ultima ratio, sino que a menudo aparecía como un efecto secundario inevitable y habitual de la vida política» (p. 408). Un mundo en el que «la desigualdad entre los seres humanos, o incluso la completa falta de derechos de ciertos grupos de personas, no eran considerados como un problema sustancial para la convivencia» (p. 293). Un período al que mirar desde la distancia, con la perspectiva adecuada, para analizar, interpretar y comprender. La historia no es interesante en cuanto que transmite una sucesión de acontecimientos, sino en la medida en la que la interpretación de sus desencadenantes nos permite comprender mejor el presente.
El mundo antiguo es una novedad necesaria en el panorama actual. Su potencial divulgativo es extraordinario. No solo por la cantidad de temas que aborda, sino también por el perfil de su autor. Divulgar no es leer para contar, sino acumular saber para transmitir. Este es un matiz que parece difuminarse ante la abrumadora oferta de contenidos que observamos en un mercado saturado de productos de dudosa calidad, tanto en el ámbito editorial tradicional como en redes sociales, plegados a las modas del momento, carentes de fondo y recorrido. Barceló nos propone una obra de gran potencialidad para quien sepa aprovecharla, en la que abundan los puertos desde los que partir hacia inabarcables mares de conocimiento. Sus páginas y su extensa bibliografía (pp. 745-769) son las herramientas que el autor nos proporciona para este viaje. En nuestra mano está elegir la ruta.
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Autor: Pedro Barceló. Título: El mundo antiguo. Editorial: Alianza Editorial. Venta: Todostuslibros y Amazon.
Viajero es el que narra lo vivido en su viaje; si no, es un mero viajante.
Este libro promete y prometo leerlo. Dejémonos de calificaciones de absurdo eurocentrismo. Estas son nuestras raíces; estos somos nosotros; para mal y para bien.