«Seguro que vuelve el verano. Todas las estaciones se repiten», se dice a sí misma la protagonista de El bello verano, una de las novelas más conocidas de Cesare Pavese. En efecto, el recorrido del mundo es cíclico y todas las estaciones terminan por regresar, aunque nosotros nunca seamos en cada regreso los mismos que éramos en su visita anterior. De todos modos, si por algo se caracteriza el verano es por la recurrencia con que se aprovecha su llegada para hacer acopio de lecturas con las que entretener las horas de ocio, transcurran éstas entre la playa y el campo —si allá donde pasamos esta época tenemos la suerte de encontrar buen tiempo— o en la misma ciudad donde dejamos transcurrir el resto del año. De ahí que las revistas y los suplementos culturales aprovechen para poblar sus páginas de recomendaciones, bien de libros que ya han sido oportunamente reseñados y en los que se hace hincapié en estas fechas para evitar que sean pasto prematuro del olvido, bien de novedades que pasaron inadvertidas en el momento de su publicación y que merecen encontrar su espacio. Todo con tal de dar ideas para pertrecharse y llevar con dignidad los sopores estivales. Si los libros pueden salvar la vida, no digamos ya unas vacaciones.
En esta época del año, por razones obvias, a mí me gusta recomendar Verano (Alianza), una novela en la que Manuel Rico retrata a su generación en un fresco que oscila entre lo costumbrista y lo social y que no excluye la intriga. Un grupo de amigos, que fueron militantes en el activismo antifranquista durante la década de los setenta, pasa las vacaciones en una urbanización de la sierra madrileña. El suicidio de un lugareño, la llegada de unas extrañas cartas que parecen provenir de un rincón oscuro del pasado y la acuciante necesidad de hacer balance y presentar las cuentas que cada uno de ellos tiene pendiente con su propia biografía se conjugan para perfilar una narración adictiva en la que el desencanto termina haciéndose valer por encima de cualquier tentación autocomplaciente.
También en verano transcurre la acción de Resort (Salto de Página), la última novela de Juan Carlos Márquez. En este caso, la trama se desarrolla en un hotel para turistas de una localidad costera innominada, suponemos que mediterránea. Un matrimonio español se hospeda allí con su hijo el mismo día en que desaparece un niño alemán, lo que provoca un estado de sitio en el complejo hotelero, con policías infiltrados que deben hallar alguna respuesta en un plazo de 48 horas, antes de que la noticia salte a los medios. En cualquier caso, las intenciones de Márquez no pasan por hilvanar un relato meramente policial. Más bien al contrario, la novela se ocupa de explorar las tensiones que puede provocar el encierro de un grupo de individuos en los que unos, en aras de su procedencia o su estatus socioeconómico, se encuentran en una posición de cierto privilegio. Ahí radica su mayor virtud: en la exploración de las miserias inherentes a la condición humana, con un estilo punzante y exacto que ya es marca de la casa del escritor vasco, un narrador tan solvente como irónico al que siempre está bien seguir de cerca.
Pero tampoco es cuestión de establecer entre el verano y los libros una retroalimentación constante, porque estas latitudes del calendario también son buenas para los descubrimientos. Yo no sabía nada de Claire Nicolas White cuando leí Mosaico de una vida (Sabina) y el libro me dejó con ganas de saber más acerca de esta mujer criada entre artistas que tuvo que exiliarse en el Nueva York de los años cuarenta y conoció allí a personalidades como Greta Garbo, Aldous Huxley o Igor Stravinsky. El volumen —que parte de la convicción de que es imposible escribir una autobiografía total— compendia una serie de memorias sólo aparentemente deslavazadas en las que su autora hace recuento sentimental e histórico de su andadura para hablar, en el fondo, de los encuentros y desencuentros entre los dos mundos, espaciales y temporales, en los que transcurrieron sus días. El de White es uno de esos hallazgos felices que de vez en cuando deparan los anaqueles de las librerías. Otro hallazgo destacable es el de Line Papin, cuya primera novela, El despertar (Alianza), narra el despertar al sexo, al amor y a la vida adulta de tres jóvenes en las tórridas calles de Hanoi, con un lenguaje contundente y poético que hace que sus páginas desplieguen un inusitado poder hipnótico.
También se puede encontrar en estos días una cuidada edición de El banquero anarquista (Eneida), el conocido relato en el que Fernando Pessoa exprime lo que él mismo llamó sátira dialéctica para confrontar la teoría política con la áspera realidad del mundo, en un diálogo vibrante y genial que pone del revés las convenciones de su tiempo. Y, sin abandonar al poeta portugués, cabe prestar atención al rescate que de su poesía completa está haciendo la editorial Abada, en una serie de tomos donde sus heterónimos adquieren vida y empaque propios para configurar la que quizá sea una de las recopilaciones más completas y contundentes de su ingente corpus.
El verano, por lo demás, es una de las patrias indiscutibles de la infancia, y la infancia y esa etapa muchas veces imprecisa que va de la adolescencia a la primera madurez son las protagonistas indiscutibles de El libro de Jonás (Espasa), la última novela de Ramón Pernas. En ella, el autor convierte su Viveiro natal en Vilaponte para desgranar una trama en la que se funden el pasado y el presente, hermanando los apuntes meramente biográficos de sus personajes con fantasiosas evocaciones que son hijas del realismo mágico —que tuvo en Galicia abundantes valedores antes de que lo descubriera Gabriel García Márquez— y desembocan en un giro inesperado para convertir lo que por momentos parece una novela de formación en otra cosa bien distinta. Ese mismo noroeste ibérico es el escenario por el que se desenvuelven los distintos personajes que pueblan Cadenas (Hoja de Lata), un hipnótico libro de Xabier López en el que se entrecruzan historias a lo largo y ancho de un microcosmos que se extiende de Cornualles a Finisterre, dejando tras de sí personajes memorables y hazañas de innegable regusto cunqueiriano.
Y ahora que las series han saltado a la palestra de la nueva narrativa audiovisual y los herederos de Laura Palmer han regresado a la parrilla para reverdecer la gloria de uno de los más portentosos fenómenos televisivos que se recuerdan, cabe recomendar vivamente la lectura de La historia secreta de Twin Peaks (Planeta), un poderoso artefacto donde Mark Frost, creador de la criatura junto a David Lynch, despliega a modo de sumario un inventario de recovecos ocultos de ese lugar perdido entre montañas que forma parte del imaginario de toda una generación.
No quiero finalizar este artículo sin incurrir en una recomendación que es, también, una debilidad. Creo que está justificada, porque todos los que la han leído opinan que es una de las mejores novelas que han tenido ocasión de echarse a los ojos. Pese a ello, no se puede decir que sea un título que ande de boca en boca. Me refiero a Helena o el mar del verano (Acantilado), una soberbia narración corta de Julián Ayesta donde los estíos norteños proponen una invitación a la nostalgia y la prosa constituye una de las destilaciones más acabadas de la felicidad. No es casualidad que sea este libro el último que sale a colación en este artículo. Sus páginas propenden a la melancolía, y acaso lo mejor sea enfrascarse en su lectura allá por las jornadas postreras de agosto, cuando los días empiezan a acortarse y el verano abandona poco a poco las latitudes de la realidad para consolarnos con su promesa de regreso. No hay que entristecerse mucho, porque es seguro que volveremos a verlo. Al fin y al cabo, todas las estaciones se repiten.
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Autor: Juan Carlos Márquez. Título: Resort. Editorial: Salto de página. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro
Autor: Claire Nicholas White. Título: Mosaico de una vida. Editorial: Sabina. Venta: Amazon y Casa del libro
Autor: Juián Ayesta. Título: Helena o el mar del verano. Editorial: Acantilado. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro
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