Oppenheimer es una estrella oscura, como aquellas que intuyó junto con Hartland Snyder en su artículo Sobre la contracción gravitacional continua, publicado en 1939 en la American Physical Society.
Hasta la película de Christopher Nolan, Oppenheimer era una estrella carente de brillo. Ahora sabemos que su oscuridad perdurará indefinidamente.
Salvo la cita que abre el Tao de la Física, de Fritjof Capra, poco más puede encontrarse suyo en la biblioteca de un lector aficionado a los libros de divulgación científica. Más populares son los escritos cuánticos de Heisenberg, los místicos de Schrödinger, incluso los de Einstein. Casi con total probabilidad encontraremos libros de Stephan Hawking y Roger Penrose, que popularizaron sus estrellas oscuras llamándolas agujeros negros dos décadas más tarde, pero no encontraremos nada de Oppenheimer.
A pesar de no haber escrito apenas nada, se conserva un poema de juventud publicado a los 24 años en la revista Hound & Horn que se cierra con un último verso que acabará premonitoriamente definiendo su vida. Dice así:
EL VADO
“Era de noche cuando llegamos al río
con una luna rasante sobre el desierto que habíamos dejado olvidada en las montañas, entre el frío y el sudor y las cumbres que cubrían el cielo.Y cuando la encontramos de nuevo, en las áridas colinas medio marchitas que descienden hasta el río, los cálidos vientos soplaban en contra.
En el embarcadero había dos palmeras; las yucas estaban floreciendo; en la orilla opuesta había una luz y tamariscos.
Esperamos mucho tiempo, en silencio.
Hasta que escuchamos el crujir de los remos y después, recuerdo, el barquero nos llamó.
No volvimos la vista atrás a las montañas.”1
La atmósfera del poema se evoca recurrentemente en las escenas nocturnas de Nuevo Méjico que salen en la película, pero son las lecturas las que forjan nuestra personalidad, no nuestros escritos. Nolan lo sabe bien, y sabe por tanto que estamos en una época aciaga sin definición de caracteres por la escasez de lecturas. Pareciera como si el héroe del siglo XXI o viste licras o no lo fuera. Nolan sabe también que no hace falta hacer hablar mucho al protagonista, basta con que nos muestre sus lecturas para que el espectador lo conozca, y nos las sugiere apenas.
En los primeros fotogramas, en su época de formación en Cambridge, aparece un instante leyendo La Tierra Baldía, de T. S. Eliot. El poema narra un Londres apocalíptico. Sus personajes están muertos, aunque ellos ni tan siquiera lo sospechan.
Como tal vez está la humanidad entera desde aquella primera explosión atómica en Alamogordo, porque sí se desencadenó una reacción en cadena.
“Después de que la luz de la antorcha enrojeciera las caras sudorosas
Después del silencio congelado en los jardines
Después de la agonía en pedregales
El grito y el llanto
Se apoderaron del lugar y resonó un
Trueno de primavera sobre lejanas montañas
El que vivía está ahora muerto
Aquellos que vivíamos ahora morimos” 1
Nolan representa a Oppenheimer como a un joven de su tiempo, abierto a las vanguardias artísticas y literarias y sensible al despertar de una nueva era, y confundido también por la realidad cambiante. Conoce a Freud y estudia a Jung en busca de respuestas y autoconocimiento.
Más tarde, ya de vuelta a Estados Unidos y en una fiesta comunista, Oppenheimer utiliza el término “posesión” en lugar de “propiedad privada” y llama la atención de una invitada, que posteriormente se convertiría en su amante, que le advierte del error pensando que es un falso comunista. Oppenheimer le confiesa que había leído el Kapital de Marx en alemán y había cosas que no las habría interpretado correctamente. Su anfitrión sonríe y le reconoce que la mayoría de los invitados ni siquiera habían intentado leerlo en su propia lengua.
La lectura del original sin dominar el idioma es un acto romántico y de audaces. Un ejercicio de la imaginación sólo al alcance de mentes abiertas y sin complejos, capaces de disfrutar jugando a la Rayuela de Cortázar. Porque, a fin de cuentas, no es lo que lees, sino lo que piensas cuando lees, y si lo haces en un idioma ajeno al materno se puede llegar a enriquecer el resultado.
Las décadas de los 30 y los 40 del siglo pasado fueron tiempos frenéticos. La comunidad científica no publicaba para engordar sus CVs sino para compartir su conocimiento. Los artículos de investigación, las revistas y los libros se leían en sus idiomas originales porque si esperabas a su traducción, tal vez llegaras ya tarde. Incluso los clásicos se leían en sus idiomas originales en busca de su esencia. Y así se nos presenta Oppenheimer, que tras ser capaz aprender en 15 días el holandés suficiente como para dar una conferencia, se atreve en sus ratos libres con los Upanisad en sánscrito.
En el museo de Los Álamos se conserva un ejemplar del Bhagavad Gita de Oppenheimer, traducido por Arthur W. Ryder, de quien se sabe estuvo recibiendo clases de sánscrito en su estancia en Berkeley. En la película se cita repetidamente, pero hasta donde veo, la cita se ha malinterpretado. Cuando dice:
“Ahora me he convertido en la Muerte, la destructora de mundos.”
…parece como si fuera Oppenheimer el que se convierte en muerte, cuando en realidad Oppenheimer se identificaba con Arjuna, el joven príncipe guerrero que siente miedo y no quiere luchar contra sus familiares y amigos, pero su auriga Krishna, que no es otro que la manifestación del dios Vishnu, le interpela con estas palabras y le convence para luchar a su lado. Repito:
“Ahora me he convertido en la Muerte, la destructora de mundos.”
Esa frase es como si se la susurrase también Krishna a Oppenheimer para infundirle valor ante ese reto que le atemoriza.
Cuenta Luis Racionero en Filosofías del Underground que lo primero que le vino a la mente a Oppenheimer fueron los versos 22 y 13 del libro XI del Bhagavad Gita
“Si la luz de mil soles se atara súbitamente en el cielo,
ese resplandor sería comparable al esplendor del Espíritu Supremo.
Y Arjuna vio en aquella luz el universo todo, en su variedad,
formando una vasta unidad en el cuerpo del dios de dioses”
A esa explosión de luz la bautizó Trinity, en honor al decimocuarto de los sonetos sacros de John Donne:
“Agítame el corazón, Santa Trinidad, porque tú
sólo me avisas, me animas, me muestras el camino y tratas de ayudarme;
para que me pueda levantar, y mantenerme en pie, derríbame y doblégame
tu fuerza; me rompe, me vuelve loco, me quema y me renueva.
Como una ciudad tomada, que debiera rendirse,
pugno por aceptarte, pero no lo consigo;
tu virrey, la razón, debiera defenderme, pero está prisionera y es desleal o débil.
Sin embargo, te amo tiernamente y quisiera ser correspondido, pero con tu enemigo me he comprometido. Divorciarme; desátame o rompe este nudo;
llévame ante ti y llévame preso, pues solo si tú me sometes lograré liberarme,
Y nunca seré casto, si no me fuerzas” 1
Por último, no puedo dejar de reseñar la lista publicada en 1963 por la Christian Century Magazine y confeccionada por Oppenheimer en contestación a la pregunta de cuáles habían sido los libros que habían forjado su carácter y filosofía de vida. La lista es la que sigue:
– Las flores del mal, de Charles Baudelaire
– La Tierra Baldía, de T. S. Eliot
– La Divina Comedia, de Dante Alighieri
– Bhagavad Gita
– Śatakatraya: Los tres siglos, del poeta hindú del siglo V Bhartrihari
– Hamlet, de William Shakespeare
– La educación sentimental, de Gustave Flaubert
– Las obras completas del matemático Bernhard Riemann
– El Teeteto, de Platón
– Los cuadernos del científico Michael Faraday
Qué tiempos aquellos en que los hombres de ciencia leían poesía…
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1 Traducción: Aresio de Roda
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