Si bien cualquier sitio es bueno para abrir un libro, hay ciertos lugares en donde la lectura se convierte en una particular liturgia que revaloriza el texto impreso. Son auténticos templos cuya arquitectura da forma al silencio y predispone a la concentración. Son salas de lectura que suelen atraer a estudiantes en busca de un silencioso oasis, pero no hace falta matricularse en una carrera para acercarse a la más célebre biblioteca de París, que ha reabierto sus puertas a cualquier visitante.
En 2007 empezó una ambiciosa renovación, a cargo de los arquitectos Bruno Gaudin y Virginie Brégal, que da sentido a los cuatro siglos de historia del edificio gracias a un proyecto global. La transformación ha durado nada menos que quince años, en los que se ha logrado abrir el llamado “cuadrilátero Richelieu”, por su planta rectangular, creando un nuevo acceso desde el jardín, al que se llega por la rue Vivienne. El principal objetivo era abrir el lugar al público, para que dejara de ser propiedad exclusiva de investigadores, lo que ha obligado a reorganizar todo el espacio.
Nada más abrir las puertas, sentimos que la operación ha sido un éxito. El espacioso hall da acceso directo a la impresionante sala oval, en donde nos dejamos llevar por el vértigo de sentirnos rodeados por veinte mil libros. Hasta los vemos flotar, pues las nuevas lámparas colgantes, revestidas con acero inoxidable, reflejan los volúmenes que reposan en los cuatro pisos de estanterías que visten los muros curvos. En el centro de la sala se conservan las mesas originales, que, junto a sus clásicas lámparas, han sido restauradas y completadas con enchufes, para poder instalarnos cómodamente con nuestro ordenador. También hay confortables sillones y sofás en donde recostarse y admirar el enorme lucernario oval del techo, que filtra eficazmente la luz cenital. Para elegir libro, podemos pasar por el deambulatorio que rodea la sala, dotado con bancos y auriculares con que escuchar los archivos sonoros. No tardamos en entender que este espacio es el verdadero protagonista de la renovación. Aunque la sala se construyó en 1897 con la intención de abrirla al público, al final el acceso se autorizó sólo a investigadores. Ha tenido que esperar hasta septiembre de 2022 para recuperar su función inicial: aportar un lugar al que cualquiera pueda venir para, de forma gratuita, escoger un libro y abandonarse al placer de la lectura. Hasta parece deslucir la célebre sala Labrouste, de 1868, que no es de libre acceso y nos obliga a admirar desde la puerta sus dieciséis finas columnas de hierro forjado, que sostienen nueve cúpulas, a diez metros de altura, cuyos óculos bañan el espacio con luz natural.
Una gran escalera metálica, con forma de hélice, nos lleva al primer piso, en donde se encuentra el museo, otra gran novedad de la renovación. Allí se expone una pequeña parte de la colección de la BNF, que además de 40 millones de libros, reúne cientos de curiosidades, como el tablero de ajedrez de Carlomagno, el manuscrito de Los Miserables, estampas de Rembrandt y Picasso o fotografías de Capa.
Y antes de volver a la cruda realidad, vale la pena pasar una última vez por la sala oval, para retener en la memoria ese espacio mágico y recordar la importancia de la lectura como actividad transformadora, capaz de reconstruirnos con cada libro leído.
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