Portada: Leigh Bardugo, una de las autoras de fantasía más aclamada, cuyas sagas del Grishaverso ha adaptado Netflix en una larga serie. Foto: Taili Song Roth.
En una desapacible mañana primaveral de Madrid, una larguísima fila de personas —todas con libros en la mano— se extiende por la Gran Vía ante el Palacio de la Prensa, donde tendrá lugar el encuentro con la novelista Leigh Bardugo, que ha viajado desde Los Ángeles a Madrid para la presentación de El familiar, su última novela, que sucede en la España de Felipe II. El acto, organizado por Hidra Editorial, levantó tanto interés que las más de 500 invitaciones se agotaron al poco de salir al público. Tal es la expectación que levanta esta autora entre sus devotos lectores. Pero ¿quién es esta escritora, nacida en Jerusalén en 1975, que desde muy niña vive en Los Ángeles?
Sus tres últimas novelas, sin embargo, se sitúan fuera de ese universo ficticio y están dirigidas a un público netamente adulto. El cambio de registro comenzó con La novena casa, y su continuación, La huella del infierno, que transcurren en la Universidad de Yale, lugar que Leigh conoce bien ya que fue allí donde cursó sus estudios. Una historia oscura en que asesinatos y misterios se entrelazan con las sociedades secretas de esa Universidad.
Ahora acaba de publicar El familiar, una novela que se desarrolla en pleno Siglo de Oro español, donde seguiremos a Luzia, una ayudante de cocina que utiliza destellos de magia para hacer un poco más llevadera su miserable vida en Madrid, la nueva capital del Reino.
Cuando su señora, perteneciente a la nobleza menor, descubre los talentos de Luzia, la obliga a utilizarlos para tratar de mejorar el estatus social de la familia. Al poco tiempo, Luzia atrae la atención de hombres poderosos, entre ellos Antonio Pérez, el deshonrado secretario del rey de España, en un tiempo en que Felipe II está desesperado por afianzarse contra la reina hereje de Inglaterra. Luzia se ve arrastrada a un mundo de videntes y alquimistas, hombres santos y farsantes, donde las líneas entre la magia, los milagros, la ciencia y el fraude a menudo se confunden. Cuanto más crece su fama, también es mayor el riesgo de que su sangre judía atraiga la atención de la Inquisición.
Leigh Bardugo nos recibe en el Wellington, lujoso hotel donde se aloja, tras su agotadora sesión matinal de firmas en Madrid, una de las tres ciudades elegidas en su gira europea, junto a Londres y Milán. La autora entiende algo de español, pero la entrevista se hace inglés porque se siente más cómoda.
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—Entiendo que la motivación por conocer la historia de España le llega por su ascendencia sefardí. ¿Recuerda cuándo le surgió ese interés?
—El primer momento en que fui consciente de que tenía esa conexión con España fue a mis 10 u 11 años. Entonces me encontraba en clase de español y mi profesora me preguntó si sabía lo que significaba mi apellido. Yo no tenía ni idea, y me explicó que Bardugo es una derivación de la palabra verdugo, ejecutor en castellano. Fue un momento que me emocioné y que abrió una puerta hacía esta cultura con la que sentí una conexión inmediata. De repente, había todo un nuevo mundo que quería descubrir.
—Dado su pasado sefardí y el descubrimiento tan temprano de su vinculación con España, imagino que esta historia, o alguna parecida, habrá estado rondando en su cabeza durante tiempo. ¿Qué le hizo decidirse, al fin, a escribirla?
—El familiar nunca hubiera podido ser mi primera novela. Necesitaba escribir muchos libros y aprender sobre el oficio antes de sentirme capaz de abordar una historia tan compleja. Mis novelas para jóvenes estaban ambientadas en mundos completamente fantásticos que yo creé; después escribí La novena casa en la que me ambientaba en una pequeña parte del mundo real, ya que transcurre en la Universidad de Yale, lo que significaba que tenía nuevas limitaciones, pero también una nueva inspiración. Creo que esa fue la clave para sentirme con la confianza de poder regresar en el tiempo al siglo XVI y contar la historia de El familiar, ya que es una novela que requiere de una larga y compleja investigación y documentación.
—Una investigación sobre algo lejano en el tiempo y en el espacio, pero que le afectaba muy íntimamente.
—Es cierto, por eso la historia tiene un cierto carácter de duelo. Mis antepasados, como eran judíos, fueron expulsados de España en 1492, pero no todos. Sabemos que algunos se quedaron en la península y se hicieron conversos, y eso fue como si quedase podada una rama del árbol familiar. Una parte de mi familia está perdida, debido a la Inquisición. Así que escribir esta novela fue una forma de utilizar la ficción para sacar a la luz esa parte olvidada de mi familia española, recuperar una parte de mi remoto pasado.
—¿No hubiera podido empezar su trayectoria literaria con esta obra que llevaba tan adentro?
—No, era muy complejo, como le dije, y además estaba la realidad editorial. Ahora, y debido a los éxitos de mis libros anteriores, me encuentro en un punto en que tengo la oportunidad de poder elegir qué historia quiero escribir, algo que cuando empiezas no es posible. Al principio lo que tienes en la cabeza es que te vayan a publicar, y te sientes afortunado si lo consigues y logras mantenerte.
—En alguna ocasión ha dicho que El familiar era una especie de cuento de hadas, y creo que podría ser una buena forma de describirla: un cuento de hadas oscuro. ¿La definirías de este modo o considera que es el aspecto histórico el que más marca la novela?
—Bueno, los cuentos de hadas son geniales por todo lo que sugieren y llevan dentro. Tienen aventuras, romance, magia, pero siempre hay un precio a pagar. Inspirarme en los cuentos de hadas fue el primer paso para esta novela y puede ser una buena forma de describirla, como un cuento de hadas oscuro. Sin embargo, es muy importante conocer y entender el contexto histórico en el que se mueven los personajes. No sólo hay que ser consciente de los rasgos más característicos, como qué vestían, qué comían y cuál era la política de la época, sino también en la forma en que la gente pensaba, en cómo lloraban, cómo amaban, qué era aceptado socialmente. La mentalidad española del Siglo de Oro era muy diferente a la actual y entenderla fue el gran desafío, porque el contexto histórico cambia a los personajes y sus relaciones entre ellos.
—Y además, está la magia.
—Sí, ese fue otro asunto importante y delicado, ya que la diferencia entre lo que se consideraba un milagro o era considerado magia, algo fruto del diablo, era una línea poco definida que se moldeaba en función de la opinión de la Iglesia y dependiendo de un momento concreto en un lugar determinado.
—En su novela, Luzia emplea los refranes, que ha aprendido de su familia, como una forma de acceder a la magia. ¿Por qué decidió utilizar este recurso?
—Mi familia es sefardí, por lo que desde niña he tenido relación directa con el ladino (el castellano del siglo XV, que hablaron los judíos tras ser expulsados de la península), una lengua que está casi muerta, pero los sefardíes se han esforzado por conservar, porque forma parte de su pasado, de ellos mismos. Y uno de los mecanismos para enseñársela a sus descendientes ha sido mediante los refranes. Ese ha sido también mi caso: yo crecí oyendo refranes españoles, incluso antes de entender lo que significaban. Estos refranes son, por lo tanto, una conexión con el pasado, una conexión con esta cultura, y quería que fueran también la fuente del poder de Luzia. Para mí, escribir El familiar ha supuesto comunicarme con mis antepasados perdidos, conectar con mi propia historia fracturada.
—Tras su largo proceso de investigación, ¿qué es lo que más le sorprendió del Siglo de Oro español?
—Uno de los primeros aspectos que encontré y me llamó la atención era lo limitada que podía ser la vida para la mayoría de las mujeres. Si realmente estabas en la cima, en una posición importante en la Corte, podías leer y escribir sobre política y tener una mayor participación en la realidad. Pero fuera de esa clase alta, si tenías algún título nobiliario menor y estabas alejado de la realeza, la vida para las mujeres era muy estrecha. Existen historias verídicas de estás mujeres que se dedicaban a ver la vida pasar desde la ventana mientras rezaban sin poder hacer nada más, llegando en ocasiones a asomarse y caerse de sus balcones. Todo por poder echar un vistazo a lo que estaba sucediendo en el mundo exterior, más allá de su ventana.
—Es lo que le sucede a Valentina, la señora para la que trabaja Luzia.
—Sí, y descubrir lo que acabo de contar fue un punto de partida para crear ese personaje de Valentina, quien pertenece a esta nobleza menor, y sufría de tan gran soledad que podía llegar a envidiar la posibilidad de su sirvienta de moverse por la ciudad para ir al mercado o hacer otros recados. En este aspecto, aunque la vida de Luzia era dura y extenuante, tenía cierta libertad y podía salir, aunque fuese siempre por trabajo
—¿Cómo avanzó en la investigación?
—Es interesante que lo pregunte porque realmente me lo planteé en un doble plano; por un lado, necesitaba conocer cosas muy concretas de la época, por ejemplo, qué tipo de ropa interior usaba la gente entonces. Pero hay otro aspecto, que considero más divertido, y es cuando lanzas una red muy amplia, sin saber muy bien lo que buscas, y a medida que vas investigando puedes descubrir algunas cosas que te resultan apasionantes, y son las que te guían por el camino que debe seguir la historia. Eso mismo me ayudó a encontrar un escándalo político en la corte del rey Felipe II, que involucró a su secretario Antonio Pérez, quien fue un personaje histórico realmente interesante. Era muy arrogante y atrevido, pero acabó cayendo en desgracia. Cuando descubrí el escándalo de las profecías de Lucrecia de León, supe que ese era uno de los ejes alrededor del cual quería construir mi historia.
(Lucrecia de León, hija de un plebeyo, entró a formar parte del servicio de una dama de la Corte de Felipe II, rey al que conoció, lo mimo que a su hijo, Felipe III. Se hizo famosa por sus sueños proféticos, entre ellos la destrucción de la Armada Invencible, y otros en los que era muy crítica con el monarca y el gobierno de los Austrias, lo que la puso en mitad de las intrigas palaciegas, se le acusó de servir los intereses de Antonio Pérez y fue juzgada por la Inquisición por delitos contra la fe y el rey).
—Hasta ahora los libros que ha escrito, tanto los juveniles como los adultos, pertenecían a sagas. El familiar, sin embargo, parece una historia cerrada.
—Con El familiar he contado toda la historia que quería contar. Como sucede en los cuentos de hadas, que no suelen tener continuación, del mismo modo quería tener la sensación de que he terminado con este mundo y dejar a los lectores la tarea de que imaginen cómo podría avanzar la historia. Aunque ahora no sienta la necesidad de ampliarla, no puedo decir con completa seguridad que nunca lo haré. Hay una rendija abierta en esa puerta, pero no estoy segura de si alguna vez me animaré a cruzarla. No voy a ser tajante y no quiero arriesgarme a que dentro de cinco años escriba una continuación y alguien pueda venir a reclamarme que había dicho que nunca habría una segunda parte. (Se ríe).
—Tras el enorme éxito de sus sagas para jóvenes, decidió pasarse al público adulto y ha ya ha publicado tres novelas. ¿Por qué decidió cambiar de registro?
—No lo tenía planificado. Fue algo que surgió espontánea y necesariamente a la hora de enfrentarme a La novena casa. Sabía a dónde quería llegar con esa historia, y debía incluir escenas más complejas y grotescas, algo que no podía hacer con los libros para jóvenes. Además, hay otra razón importante. Ahora también estoy interesada en las preocupaciones que tenemos como adultos. Generalmente las historias de young-adult suelen acabar en un gran momento, ya sea un baile de fin de curso, o tal vez con una revolución, pero hay un sentimiento de conclusión. En cambio, en las novelas más adultas pensamos en lo que viene después de ese momento final, en cómo construyes una vida, de qué manera vas a cuidar a tus seres queridos. Es el siguiente paso natural y esas son las preocupaciones sobre las que quiero enfrentarme como novelista.
—¿Ha variado el proceso, a la hora de escribir estas novelas y las anteriores, dirigidas a un público joven?
—Sí, creo que todas mis novelas juveniles están escritas en el mismo universo, y estoy completamente familiarizada con ese entorno. Eso me permite que cuando escribo el borrador de una de esas novelas me lanzo a ello sin mirar atrás. Me siento como la esposa de Lot, si miró atrás me convierto en una estatua de sal y no me permite avanzar. Necesito hacer este primer “borrador cero” de esta forma, un borrador que no voy a mostrar a nadie. Solamente soy yo entiendo la historia y veo el inicio, el desarrollo y su conclusión.
—Lo entiendo. Y con sus nuevas novelas, por lo tanto, se vio empujada a dar un salto hacia lo desconocido.
—Algo así. Mis tres novelas para adultos las he tenido que enfocar de una forma muy distinta. Comienzo escribiendo el primer arco de la historia, me detengo, vuelvo al inicio y lo reviso. Luego continúo hasta la mitad, y vuelvo a revisarlo. Tengo que hacerlo así porque en estas novelas el lenguaje es más denso, la historias también son más densas, las tramas tienden a ser complejas, y resulta difícil tenerlo todo en mi cabeza y lograr esa sensación de conexión con los personajes. Escribir de este modo es más estresante y, en ocasiones, te sientes como si te lanzaras por un precipicio con la esperanza de que brote por sí misma la historia. Pero al mismo tiempo, como escritor es importante detenerse a escuchar las voces de la novela. Es la propia historia la que te va a ir diciendo como quiere ser contada; puedes luchar contra ello, pero sabes que la historia va a ganar y debes hacerle caso, seguir por el cauce al que te está dirigiendo.
—Y ya para ir terminando, porque sé que está muy solicitada, ¿cuáles son sus próximos proyectos?
—En primer lugar, tengo la intención de acabar la trilogía de Alex Stern, esa historia que empezó con La novena casa y continuó en La huella del infierno. Se tratará del tercer libro y estoy bastante nerviosa. Siempre da cierto respeto cerrar una serie porque quieres asegurarte de que todo queda concluido de forma satisfactoria. También estoy trabajando en un libro ilustrado por un amigo mío, un artista que conocí a través de Juego de Tronos…
—¿Tras la experiencia de El familiar no va a regresar, en algún momento, a la novela histórica?
—Oh, sí, tengo ideas para una novela histórica sobre Los Ángeles, lo que implicaría mucha documentación y mucho tiempo de investigación, pero me apetece. Yo crecí en Los Ángeles, una ciudad que adoro, y hay un momento muy particular en esta ciudad al final del siglo XIX que me fascina. Por ahora, disfruto viendo fotos antiguas de esa época, y espero que cuando llegue el momento de escribir esta novela siga teniendo esa misma pasión. Algo parecido me sucedió con El familiar: quería aprender sobre España y sobre la Inquisición, y aunque fue duro, disfruté mucho con todo el proceso de investigación. Y así he podido visitar España en varias ocasiones, he conocido Madrid, Granada, Toledo y otros lugares.
—¿Qué es lo que más le atrae de España?
—Me resulta difícil contestar. No es tan sencillo como decir la comida, que desde luego me encanta, sino que es toda la experiencia que supone visitar y conocer España. El modo en que la gente habla, cómo la gente se mueve, el paisaje de sus calles y sentir esa mezcla entre historia y modernidad. Recuerdo estar caminando por una calle y encontrarme con un grabado de una menorá (el candelabro judío) e inmediatamente después descubrir un lugar de flamenco. Me resulta apasionante la fusión de cultura y de pasado que se da en las calles españolas, donde vas caminando sobre capas de la historia y de todos los acontecimientos que ha sucedido entre esas piedras.
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