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Leonardo Sciascia, el hereje de Racalmuto

Leonardo Sciascia, el hereje de Racalmuto

Una mujer de una pequeña ciudad de provincias, que trabaja en un burdel, desaparece misteriosamente después de que se oiga un tiro en su habitación. Una compañera suya pone una denuncia contra un cabo de la Guardia Civil, cuya supuesta misión era protegerla, por haberla obligado pistola en mano a tener sexo con él. La jueza instructora, una forastera, se empeña en investigar a fondo el asunto e involucra a mandos policiales y conocidos empresarios. Poco más tarde es retirada del caso por las autoridades judiciales y destinada a otra localidad. La macrocausa se divide y el primer juicio se resuelve con un acuerdo entre el fiscal y los pocos que siguen estando acusados. Las familias biempensantes de la ciudad, algunos de cuyos miembros estaban implicados por trata de blancas y otros negocios ilegales, respiran tranquilas. Como siempre han defendido: «En su pequeña ciudad, nunca pasa nada».

Lo que son solo unas pinceladas de la “Operación Carioca” que se ha desarrollado en la ciudad de Lugo durante los últimos quince años, podía ser perfectamente la trama de una de las novelas de Leonardo Sciascia. Un autor que desde un pequeño rincón de Sicilia dinamitó la lógica de las novelas policiales para contar cómo el poder, en connivencia con la mafia y usando torticeramente la justicia, se mantiene en manos de los de siempre, en unas sociedades en donde nunca cambia nada.

"Con él las novelas del género policial incorporan un componente político y social que ya nunca podrán evitar so pena de convertirse en meros divertimentos"

Sciascia no tiene nada de celebridad de la cultura, no es cool y su imagen es la de un aburrido maestro de provincias de costumbres burguesas, sin embargo, es uno de los hombres más cultos y exquisitos del siglo XX y un intelectual de inquebrantable rebeldía ante el poder. Nació y vivió en Sicilia, uno de los lugares más pobres de Europa, su guía fue la razón, el iluminador sentido de la inteligencia, la idea de una justicia honesta, la búsqueda y la custodia de la verdad. Todos estos valores, tan obvios, pero a la vez tan cuestionados en la actualidad, son los que le hacen relevante, imprescindible, para que no olvidemos lo que verdaderamente importa, lo que no se puede perder. En palabras de Matteo Collura, su biógrafo: «es un hereje que profesa el “culto a la oposición”, un inconformista con las ideas siempre preparadas para el combate, incansable luchador en un país de oportunistas, en el cual […] todos están deseando acudir en ayuda del vencedor».

Con él las novelas del género policial incorporan un componente político y social que ya nunca podrán evitar so pena de convertirse en meros divertimentos. Leonardo Padura explica que «violando los cánones que ni siquiera Hammet ni Chandler se atrevieron a franquear», el siciliano: «se propuso el necesario acercamiento entre el género policial y la novela. Fue uno de los primeros escritores en pensar las historias de crímenes, delincuentes, víctimas e investigados […] como una crónica para testimoniar la descomposición de la sociedad». Rubén Fonseca, Vázquez Montalbán, Petros Márkaris o el propio Padura continuaron esa veta, para mí la más fructífera del género negro.

"El joven Leonardo ya empezó a destacar intelectualmente entre sus compañeros del instituto de Catalnissetta, localidad a la que se había mudado la familia por el traslado del padre"

Siguiendo sus pasos uno llega a Agrigento y en una de sus salidas, la que va en dirección contraria al Valle de los Templos, encuentra una glorieta que indica la carretera de los escritores. Allí aparecen los nombres de Pirandello, Sciascia, Lampedusa, Camilleri y algún otro; y en efecto, continuando por ella, en menos de 20 minutos, se llega a Racalmuto, el pueblo rodeado de salinas y solfataras donde nació Sciascia. Era 1921, Italia estaba a las puertas del fascismo, desde hacía décadas la comarca era como el Far West, la justicia la impartían familias particulares, el Estado ni está, ni se le espera: es el origen de la mafia. Su abuelo, con el que convivió desde los dos años, fue minero, su padre y su hermano también trabajaron en una mina de azufre, aunque de administrativos. De ese ambiente cerrado, de esa comarca áspera, de ese destino escrito le salvaron los libros; no fue un estudiante excelente, pero sí un ávido lector.

Foto: Pilar de Diego.

El joven Leonardo ya empezó a destacar intelectualmente entre sus compañeros del instituto de Catalnissetta, localidad a la que se había mudado la familia por el traslado del padre. Cuando estalló la guerra de España se acercó a posturas políticas de izquierdas, pero más que en comunista, se convirtió en un antifascista militante. Mas tarde se graduó de maestro y entró a trabajar como administrador de la cooperativa agraria de Racalmuto. Allí le pilló la invasión aliada de la isla en 1943, que si bien supuso la liberación del fascismo y de los alemanes, también significó, para él, una decepción al ver como los americanos colocaban en puestos de responsabilidad a notorios mafiosos. Un año después se casó con María Andrónico, una maestra amiga de sus tías, con quien vivirá hasta su muerte. Ese mismo otoño asesinan al alcalde de Racalmuto relacionado indirectamente con la mafia. El asesinato de un intocable, nombrado por los americanos, marcará notablemente al escritor que lo cuenta así: «La plaza estaba repleta de gente, le pusieron una pistola en la nuca y dispararon. El alcalde estaba rodeado de amigos, pero ninguno vio nada». Le endilgaron el mochuelo a un minero en paro con el que había tenido una discusión, Sciascia escribe: «Yo creo que era inocente». Fue el origen de las reflexiones sobre la justicia que ocupan un lugar central en sus novelas. A los 27 años, ya con dos hijas, empezó a trabajar de maestro, aunque lo que verdaderamente le impulsaba era su vocación literaria. En Caltanissetta había entrado en contacto con Salvatore Sciascia, un editor que le encargó la coordinación de la revista Galleria, así entró en contacto con Pasolini y con Italo Calvino. Gracias a este publicó Las parroquias de Regalpetra, el primero de sus libros con cierta repercusión. Básicamente es un informe sobre la historia y el porqué de la situación en aquel momento de un pueblo de la Sicilia profunda (Racalmuto), en el que anticipa casi todos sus temas.

"En las novelas de Sciascia el crimen, los asesinos, están meridianamente claros o eso parece al principio. Porque cuanto más se avanza en la investigación más se oscurece el asunto"

A partir de entonces puede considerarse un escritor. Pasolini lo ensalza, como dice Collura eran: «dos herejes que se encontraban y se reconocían, dos inteligencias indomables y no homologables». En 1959 ya ha dejado la enseñanza y tras Los tíos de Sicilia, un conjunto de tres relatos en los que puede seguirse el rastro de su vida, publica El día de la lechuza, la primera de esas breves novelas suyas en las que consigue aglutinar una historia de intriga policial con una visión costumbrista de Sicilia y un análisis vitriólico de la situación política del momento. El éxito es fulminante, no tanto por el volumen de ventas, sino por la evidencia de que ha nacido un escritor mayúsculo. Nadie antes había conseguido ser entretenido y profundo, dubitativo y certero, compasivo e implacable escribiendo novelas de suspense. La historia tiene ecos del asesinato del alcalde de Racalmuto que había presenciado quince años antes. La mafia aparece por primera vez en un libro de entretenimiento. En 1960 en las instituciones políticas italianas se negaba su existencia y sus jefes eran considerados personas honorables, hombres de bien, dedicados a su parroquia, su casa y nada más. Sciascia desvela todas esas falacias, y las coloca en el primer plano de la política italiana. El escritor expresó muy claramente su opinión sobre un fenómeno que conocía muy bien desde su infancia cuando en su pueblo había asesinatos casi a diario: «La mafia es una asociación para delinquir con fines de ilícito enriquecimiento […] que impone su mediación violenta entre la propiedad y el trabajo». Es un sistema que contiene y mueve los intereses económicos y de poder y que no se mueve en el “vacio” del Estado, sino “dentro” del Estado. No era fácil decir esto cuando en el mismo lugar donde vivía el escritor, los evidentes jefes mafiosos se paseaban recibiendo el respeto de todos. La trama es relativamente sencilla: un constructor es asesinado en la plaza del pueblo cuando iba a subir al autobús. Nadie ha visto nada ni los pasajeros ni el conductor. Los de allí, los verdaderos sicilianos, saben que nunca pasa nada y que la mayoría de los crímenes son pasionales. El capitán Belodi, un entrometido venido de fuera, no se conforma con esa versión y comienza a remover la basura; en el camino estará muy cerca de perder su ideal de justicia. En las novelas de Sciascia el crimen, los asesinos, están meridianamente claros o eso parece al principio. Porque cuanto más se avanza en la investigación más se oscurece el asunto. Las intrigas políticas, los intereses económicos y el silencio cómplice de la sociedad lo confunden todo y hacen cada vez más difícil, y a menudo imposible, revelar la verdad y que la justicia ejerza su función.

Foto: Pilar de Diego.

En su siguiente relato policial: A cada cual, lo suyo destruye aún más las convenciones del género. Aunque fue entendido como otro libro sobre la mafia, con él muestra su desprecio por la Democracia Cristiana, partido que para él no tenía nada que ver con la doctrina cristiana y que constantemente traicionaba los ideales de justicia, de humana dignidad y de caridad. El día que se abre la veda de caza, el farmacéutico Manno y el doctor Roscio son asesinados en el monte. El móvil aparente lo determina un anónimo recibido por el farmacéutico en el que le amenazaban con hacerle pagar «por lo que había hecho». El profesor Laurana habitual contertulio de los dos se fija en que el anónimo está elaborado con recortes del Observatore Romano, el periódico del Vaticano.

"En 1967 los Sciascia se mudaron a Palermo. Coincidiendo con el traslado empieza a construir una casita en La Nocce, junto a Racalmulto, en el lugar donde su abuelo tenía una pequeña finca"

Sciascia alternaba sus novelas policiales de temática mafiosa con otras de índole histórica que construye a partir de episodios que conoce por su pasmosa erudición. También son relatos de investigación, normalmente de fondo judicial, como El archivo de Egipto, la historia ficticia de una revuelta y contra revuelta jacobina en Sicilia, donde Sciascia se toma la justicia literaria de cambiar el destino o la opinión de algunos personajes históricos. En Muerte de un inquisidor, el fraile Diego de la Martina es una especie de alter ego del autor, un hereje dentro de los herejes; un hombre que dice no. La Controversia liparitana es también, como las anteriores, un libelo contra la injusticia y la constatación de que la historia se repite para afirmar la eterna imposición de los poderosos.

En 1967 los Sciascia se mudaron a Palermo. Coincidiendo con el traslado empieza a construir una casita en La Nocce, junto a Racalmulto, en el lugar donde su abuelo tenía una pequeña finca. Será allí donde escribirá casi todos sus libros siguiendo un curioso método: durante el año pensará en ellos, les dará estructura, tomará notas y, en el corto periodo vacacional en La Nocce, los llevará a cabo. En Palermo colabora con Sellerio, la editorial de unos amigos y comprueba de primera mano la temida expansión de la mafia que se ha hecho fuerte en la administración municipal y regional. Ya nada se mueve sin tener en cuenta sus intereses urbanísticos e industriales, y cuando no es así se producen atentados y homicidios.

"El escándalo en la izquierda italiana fue mayúsculo. De intelectual preferido pasó a ser un erudito sin conciencia política. Sciascia dejó claro que su único compromiso era con la verdad"

En ese clima escribe El contexto, que será una autentica bomba. Cuando los periodistas y los intelectuales no han asimilado todavía que la mafia no se alimenta del vacío del Estado, sino que es el Estado, él va un paso más allá y mete en el mismo saco a la oposición de la que hasta entonces se había sentido muy cercano. El libro que ideó como una parodia sobre un loco que empieza a matar jueces, acabó convertido en un alegato sobre la connivencia con el poder en el que incluyó también a los comunistas. El clima político en Italia en ese momento era el del «compromiso histórico», es decir el de la colaboración entre los dos grandes partidos: la DC que gobernaba y el PCI que, sin entrar en el gobierno, lo sostenía.  La novela termina con el vicesecretario del Partido Revolucionario diciendo: «No podíamos correr el riesgo de que estallase una revolución. No en este momento». El escándalo en la izquierda italiana fue mayúsculo. De intelectual preferido pasó a ser un erudito sin conciencia política. Sciascia dejó claro que su único compromiso era con la verdad.

Foto: Pilar de Diego.

Una vez expurgada la picazón que le había llevado a arremeter contra los más cercanos, se vuelve de nuevo contra sus verdaderos adversarios. En Todo modo pone al descubierto el nihilismo y la hipocresía de los que dicen sustentar en la religión parte de sus ideas. No hay nadie más demoníaco que el padre Gaetano, que maneja con desvergüenza la cohorte de ministros, banqueros, jueces y fiscales que se han reunido en un apartado hotel, antes monasterio, a hacer ejercicios espirituales. La semana, más que en una cura espiritual, se convertirá en un conciliábulo para ventilar los trapos sucios entre ellos y que no salgan a la luz. El misterio de los asesinatos queda aparentemente sin resolver, aunque el verdadero enigma no era ese: lo que se hace evidente es que lo que resta del Estado es una cloaca.

"Alejado de Italia vislumbra un poco de paz y esa paz le permite concebir lo que para él sería su Sicilia ideal. Eso es Cándido, el sueño de la razón aplicada a un lugar donde siempre ha primado la irracionalidad"

En 1974 en uno de sus giros sorpresa, aceptó ir en las listas del PCI para el ayuntamiento de Palermo. La unión no duró mucho. Año y medio después dimitió, le ofrecieron ser diputado regional o senador, pero él lo rechazó. La separación implica una aún más dolorosa y es la ruptura con Calvino que, alineado con los comunistas, no comparte la postura de Sciascia. Alejado de él políticamente y muerto Pasolini, se queda solo como el intelectual heterodoxo que cuestiona continuamente las posiciones de unos y de otros, incluyendo las suyas propias.

Desengañado se aparta un poco de Sicilia y pasa temporadas en París. Sciascia era un irredento heredero de la Ilustración, un admirador de Voltaire y Diderot, esa pasión ilustrada le llevaba desde el «ten valor de servirte de tu propio pensamiento» de Kant hasta la llamada a la acción jacobina. Alejado de Italia vislumbra un poco de paz y esa paz le permite concebir lo que para él sería su Sicilia ideal. Eso es Cándido, el sueño de la razón aplicada a un lugar donde siempre ha primado la irracionalidad. El escritor a través del protagonista muestra cómo le gustaría ser: simple. Y cómo le gustaría que fueran las cosas: sencillas.

"Recibió una verdadera tunda por parte de muchos políticos y de algunos medios; incluso las críticas favorables, las que dicen que sus libros ya habían anticipado lo que estaba sucediendo, le afectan negativamente"

Pero la liberación le dura poco porque pronto llega un acontecimiento que sacude como un seísmo la vida política italiana. El 16 de marzo de 1978 las Brigadas Rojas secuestraron a Aldo Moro y asesinaron a los cinco miembros de su escolta. A partir de entonces transcurrieron ochos semanas en las que se desarrolló una tragedia que dividió a la sociedad. A las peticiones de las BR para liberar a Moro, su partido, la Democracia Cristiana, responde con la razón de estado: no hay nada que negociar; a esa misma línea se une el PCI. Moro desde su cautiverio empieza a mandar cartas a su familia y a sus compañeros de partido en la que los alienta a negociar para salvar su vida. Desde algún periódico reprochan a Sciascia su silencio y su reacción es, como siempre, honesta y contradictoria: se pone de parte de Moro, un político al que había criticado duramente. Lo hace invocando la piedad, es decir, un sentimiento religioso que desdeñan los dirigentes de un partido que se llama cristiano. Para estos Aldo Moro con sus peticiones ha dejado de ser un hombre de Estado.

Cuando se produce el desenlace, el cadáver del político aparece en una calle simbólicamente equidistante de las sedes de la DC y el PCI. Poco después publica El caso Moro en el que analiza la situación, los personajes y los documentos. El resultado es un libro extraño donde Sciascia lleva al límite su espíritu crítico. Recibió una verdadera tunda por parte de muchos políticos y de algunos medios; incluso las críticas favorables, las que dicen que sus libros ya habían anticipado lo que estaba sucediendo, le afectan negativamente. Tiene miedo de seguir imaginando, de que sus historias se conviertan en realidad. Por supuesto sigue escribiendo pero siempre reconstruyendo casos que han ocurrido, sus famosas “inquisiciones”. Así saldrán De la parte de los infieles, La sentencia memorable, La bruja y el capitán o 1912 + 1. No será hasta diez años después, sintiéndose ya avejentado y enfermo, cuando vuelva a la escritura de ficción pura.

Foto: Pilar de Diego.

En 1979, en otra decisión sorprendente, decidió presentarse a las elecciones por el Partido Radical. Ganó el escaño y como diputado fue miembro activo de la comisión del caso Moro, cuyo informe, que en sustancia confirmaba lo que él había expresado en su libro, entregó en junio de 1982. Dos meses después es asesinado en Palermo, junto a su mujer, el general Dalla Chiessa, gobernador de Sicilia. La mafia está desatada, es el punto culminante de una serie de asesinatos que se han llevado por delante a policías, jueces, periodistas y a los secretarios regionales de los principales partidos, lo que provoca una reacción, si no histérica, sí exagerada a favor de la mano dura. Sciascia, una vez más, disiente y en un artículo titulado “Los profesionales de la antimafia” deja clara su postura: la solución a esos problemas tiene que pasar por el derecho y la ley. Lo contrario es repetir lo que ocurrió con el fascismo que opuso otra mafia a la que ya existía.

"El pesimismo se extiende a la sociedad, a la policía, a los medios de comunicación, de los que premonitoriamente dice que se dirigen hacia la más absoluta pérdida de la verdad, y al poder que no solo los controla, sino que es su amo"

Es ya un hombre cansado, que lleva varios años sintiéndose enfermo, aunque los médicos no detectan el mal, el que recibe el aluvión de críticas que le acusan de estar ahora de parte de los mafiosos. Él se aparta del ruido en su refugio de La Nocce y, por supuesto, no cambia de opinión. Su popularidad no mengua, en esos días la editorial Mondadori le envía un mensajero a La Nocce que le ofrece una cantidad inverosímil por los derechos exclusivos de sus obras. Sciascia la rechaza con una respuesta escueta: «No, no es cuestión de dinero».

Y en ese momento, en que ya ve cercano el final, es cuando decide volver a la pura literatura de ficción. Lo hace con El caballero y la muerte, una novela breve y concisa, que como dice Collura «es a la vez narración, poesía, autobiografía e instrumento de protesta civil, opereta moral, ensayo histórico, testimonio, fábula política». Físicamente se encuentra cada vez peor y el Vice, el protagonista de su libro, como él, se está muriendo de cáncer. Impresionan sus reflexiones sobre el dolor, la intolerancia y la muerte en sí. La idea surge de algo que le contaron: cómo la policía americana buscaba en la basura pruebas contra la mafia; es también «una celebración del 89», aniversario de la Revolución Francesa, la única que aún puede celebrarse; y una meditación sobre el grabado de Durero que da título al libro, que siempre había tenido delante de su escritorio. El pesimismo se extiende a la sociedad, a la policía, a los medios de comunicación, de los que premonitoriamente dice que se dirigen hacia la más absoluta pérdida de la verdad, y al poder que no solo los controla, sino que es su amo.

Poco antes de su muerte, los médicos ponen nombre a su enfermedad: un mieloma micromolecular. Son meses duros en los que «el mal devora el pasado, incluso el recuerdo de los momentos de alegría que haya habido». Cuando el 20 de noviembre de 1989 se conoce la noticia del fallecimiento, los periódicos de la región titulan: «Sicilia está más sola», el presidente francés Mitterrand expresa en un telegrama su «infinita tristeza». En el funeral, celebrado en la iglesia de la Madonna del Monte de su pueblo, junto a escritores, editores, miembros del mundo de la cultura y una multitud de sicilianos que han querido acercarse, se agolpan personalidades políticas de todos los partidos, ministros, presidentes regionales y altos eclesiásticos, conscientes de la talla del intelectual que desaparece y también de que «muerto el perro, se acabó la rabia».

"No hay nada diferente en esta novela a lo que ya había dicho en El día de la lechuza o en A cada cual lo suyo tantos años antes. Quizás solo que la mancha de la mafia se había extendido, aún más, dentro de la sociedad y del Estado"

Pero antes Sciascia no había querido despedirse con el pesimismo de su anterior novela y en los duermevelas de la quimioterapia y la diálisis había imaginado un último relato de misterio: Una historia sencilla, que no es nada sencilla, pero que está contada con una limpieza y una claridad que nos deja asombrados. La historia habla, claro está, de la mafia y de la droga, pero sin mencionar ninguna de las dos. Apenas tres o cuatro hilos son necesarios para urdir la trama: un profesor que vuelve a Sicilia, después de muchos años para recuperar unas cartas de Garibaldi y otras de Pirandello en poder de su familia; el cuadro de Caravaggio que fue robado de un oratorio de Palermo; un tren que parece detenido por el aparente olvido o sueño de un jefe de estación; y la connivencia de parte de la policía, la iglesia y los demás poderes, con los que delinquen para beneficio de todos ellos. Una novela deliciosa con la que Sciascia puso punto final a su trayectoria; que entregó un mes antes a su editor y que estuvo en las librerías, nada menos que con cien mil copias, el mismo día en que murió.

No hay nada diferente en esta novela a lo que ya había dicho en El día de la lechuza o en A cada cual lo suyo tantos años antes. Quizás solo que la mancha de la mafia se había extendido, aún más, dentro de la sociedad y del Estado. Lo que demuestra que, a pesar de tantos aspavientos y tantas polémicas, la posición del escritor nunca cambió. Siempre se mantuvo constante en la búsqueda de la verdad, la denuncia de la mentira, el crimen y la impunidad. En su epitafio figura una oscura sentencia: «Echaremos de menos este planeta», pero bien podía llevar grabado el epígrafe de su última historia: «Una vez más quiero sondear escrupulosamente las posibilidades que tal vez queden aún a la justicia».

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