Con la belleza de su portada y sobre todo de sus dos tintas, La historia interminable era una novela que me tenía ganado desde el principio, y si bien me gustó mucho, no pude evitar sentir una profunda decepción al ver que, pese a lo que prometía su título, la historia concluía. De haber existido el término en la época, hubiera dicho que eso de «interminable» era puro clickbait. Yo debía de tener unos doce años, y a esa edad aún aprendes como una esponja, así que cuando después comencé a leer Nada, ya iba sobre aviso y no me sorprendió cuando vi que en su novela Carmen Laforet me estaba explicando algo.
—Por supuesto.
¿Cómo no querría ir a un sitio que prometía tesoros piratas, lujosas manufacturas de reinos lejanos o productos derivados del kraken u otras especies aún más exóticas? Sin embargo lo que me encontré fueron legumbres a granel, latas de conservas, galletas María y otros objetos de lo más cotidiano. Y es que no hay nombre cuya sonoridad prometa tanto y luego ofrezca tan poco como el de Ultramarinos…por mucho que tomates y patatas sean originarios de allende los mares.
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