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Lepisma o el moderno Prometeo

Lepisma o el moderno Prometeo

No sabían las hermanastras Claire Clairmont y Mary Godwin, ni el futuro marido de ésta, Percy Shelley, tampoco Lord Byron y ni siquiera su médico John William Polidori, que aquella noche de 1816 en la que se retaron a crear la historia más terrorífica jamás concebida, había alguien más en aquella estancia, un insecto que les observaba con atención: se trataba de Hieronymus Saccharina, un pececillo de plata que residía en los anaqueles de la biblioteca de Villa Diodati.

Ese mueble era la morada de los Saccharina desde que uno de sus ancestros llegó oculto entre los legajos que el poeta John Milton trajo consigo durante su estancia en dicha mansión: el tatarabuelo de Hieronymus aprovechó para devorar gran parte de la que sería la obra más famosa del inglés, y los 13.000 versos que transcurrían en Pola De Lena se perdieron para siempre. Milton, con desesperación, se vio obligado a cambiar la temática y el título de su poema, y Asturias, paraíso natural se transformó en El paraíso perdido que ahora todos conocemos. El inglés volvería a su Londres natal pero los Saccharina, atraídos por las sinergias del lugar, se establecieron en Villa Diodati. No se equivocaron: en esa mansión se alojarían celebridades como Voltaire —quien pronunciaría su famoso “Cuatro mil volúmenes de la metafísica no nos enseñan qué es el alma” para autoconvencerse de que el hecho de que los insectos se hubieran comido sus libros de filosofía no era una desgracia— o Jean-Jacques Rousseau, que estableció las bases de su teoría del buen salvaje tras observar las costumbres de los argénteos inquilinos de los estantes.

Pero volvamos a 1816, con Hieronymus escuchando cómo esos ingleses que ahora se alojan en su mansión a orillas del lago Leman han organizado una competición que consiste en escribir el relato más pavoroso. Sabe que eso significa que le proporcionarán rico alimento literario en unos pocos días, pero sin embargo ha decidido que esta vez será diferente, esta vez no se alimentará de una obra, esta vez él la va a crear. La idea de una terrorífica novela ronda por su mente, pero necesita a un humano que la escriba por él, y se ha fijado en quien le parece más talentosa de tan curioso grupo: Mary Godwin, que posteriormente adoptará el apellido Shelley. La escritora confesaría que las pesadillas que sufrió esos días serían su inspiración para crear Frankenstein o el moderno Prometeo, pero ni ella sabía que esos sueños no eran tales: cada vez que dormía, Hieronymus le susurraba al oído la historia de un científico que, obsesionado por conocer los secretos del cielo y la tierra, insufla vida a una criatura creada a partir de miembros de cadáveres.

Nunca un insecto había logrado tal hito en la historia de la literatura y eso es algo de lo que Lepisma presumía cada vez que me hablaba de su antepasado. El cómo su familia tuvo que abandonar Villa Diodati y cómo, después de que sus ancestros convivieran con tan ilustres personajes, ella tuviera que conformarse con mi compañía, es algo que aún no me ha explicado porque me temo que no es algo de lo qué presumir.

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