Conocí a Lepisma Saccharina una calurosa mañana de julio… o una fría tarde de diciembre, no estoy seguro. Acababa de ver un documental en el que la gurú del orden, Marie Kondo, afirmaba que en una casa no debería haber más de 30 libros; yo, como persona altamente influenciable que soy, decidí hacerle caso.
La primera obra en desaparecer de mis estanterías fue La magia del orden, de la propia Kondo. Sé que a ella le gustaría, todo coach (¿se escribe así?) desea predicar con el ejemplo. Ya sólo me quedaba deshacerme de 3333 libros más, cuando oí una voz que provenía del interior del armario. Coincidiendo con el sentir general de mis conocidos, pensé que me estaba volviendo loco: delante de mí uno de esos insectos denominados pececillos de plata me pedía que dejara de tirar su comida a la basura o haría lo que fuera necesario para defender su hogar y despensa.
Sorprendido, volví a dejar el ejemplar de El capitán Alatriste donde estaba y comencé a hablar con ese ser que habitaba en mi estantería leyendo y alimentándose de mis libros. Fue una larga conversación, en que Lepisma me explicó sus andanzas y cuyo contenido os iré desgranando en una serie de viñetas que comienzan con la que acompaña a este texto. Dibujar estas historietas forma parte del tratamiento que el doctor Seward me ha prescrito en mi ingreso en esta institución psiquiátrica que ya está durando demasiados meses. Espero que leyéndolas este alienista matasanos se de cuenta del enorme error que comete manteniéndome recluido tras los muros del hospital de Carfax. Y es que nadie podría estar tan loco como para inventar todo lo que os voy a explicar a partir de ahora.
O, en otras palabras… quizás esté demasiado cuerdo.
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