Nunca creí, hasta que hablé con Lepisma Saccharina, que en el mundo de los insectos existiese la pornografía; quizá por aquello de que siempre van desnudos y no parecen demasiado pudorosos a la hora de copular en público, pensé que la clasificación X no tenía razón de ser en la sociedad insectil.
Me equivocaba.
Como también me equivoqué haciendo caso, hace ya muchos años, a Carlotes, un compañero que había repetido tantas veces de curso que parecía el padre del resto de alumnos y que, con el aura de sabiduría que le daba su provecta edad de 20 años, me dijo:
-En la biblioteca pública tienen una sección de pelis y revistas porno, pero está en una sala aparte, tienes que ir al mostrador y allí pedir la llave.
Recordemos que estábamos en la era pre-internet y nuestra facilidad para acceder a ese tipo de material no era la misma que para los jóvenes del siglo XXI, lo cual ayudó a que no captara el tono de broma de mi colega. Afortunadamente mi timidez me impidió pedir al bibliotecario el acceso a ese excitante pero inexistente catálogo, aunque en muchas ocasiones estuve a punto de hacerlo; de hecho, cada día entraba tan visiblemente excitado a la sala de estudio que empecé a ser conocido como El Bultaco, cosa que siempre me sorprendió: yo nunca tuve moto.
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