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Lepisma y el best seller perfecto

Lepisma y el best seller perfecto

A los once años ya había madurado, pero a los diez aún creía que de mayor podría vivir dignamente de la escritura y sufragarme lujos asiáticos como pagar un alquiler o comer caliente. Para conseguirlo no sólo disponía de mi Diccionario de sinónimos y antónimos sino también de un plan tan infalible que no entendía cómo no era usado por todos los autores: escribir aquello que la gente quería leer.

Sin duda la mejor manera de lograrlo sería usando retazos de todo lo que estaba triunfando a principios de los 80, así que redacté una sinopsis que si aún no he olvidado dudo que alguna vez lo haga:

En una localidad costera asolada por los ataques de un enorme tiburón blanco aterriza una nave espacial. Ante la presencia de agentes del gobierno, los extraterrestres han de despegar, abandonando a uno de los suyos, que se hará amigo de un niño que percibe presencias extrañas en su hogar, una casa construida sobre un antiguo cementerio indio. Mientras tanto, Jacques Cousteau, el oceanógrafo francés, surca esas aguas a bordo de su barco, Calypso, atraído por la presencia del escualo; una serie de peripecias trasladarán a todos los personajes hasta el Triángulo de las Bermudas, donde tras sobrevivir a una guerra nuclear y fundar una civilización postapocalíptica descubrirán el arca perdida; la presencia de unos nazis que también buscan esa reliquia complicará todo aún más, pero no cuentan con el arma secreta de Cousteau ni con la presencia del alienígena abandonado…

Ya tenía un argumento que despertaría el interés de cualquier editorial y sólo me faltaba escribir la novela, pero era hora de merendar. En la cocina encontré las lentejas que habían sobrado del mediodía, media tableta de chocolate y zumo de piña; perfecto, si por separado esos tres elementos me gustaban, juntarlos debía dar como resultado un alimento digno de los dioses. Junté todo, lo puse a calentar y cuando el chocolate se fundió me serví el manjar: tras llevarme a la boca la primera cucharada me levanté con parsimonia, tiré todo el contenido de la olla por el retrete, volví a mi habitación y rompí en mil pedazos la sinopsis que acababa de escribir. Nunca nadie podría leerla, pero, como ya he comentado, yo aún la recuerdo, palabra, por palabra, y tengo miedo.

De mí mismo.

Porque quizás algún día, quizás algún día…

…me dé por recuperar la idea y escribir esa novela

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