Antes de que los hermanos Lumière proyectaran La salida de los obreros de la fábrica y por ello Juliette Lapanoche fuera despedida al descubrirse que salía ocultando material de oficina en su bolso, no sé cómo imaginarían los lectores decimonónicos aquello que leían pero yo, como Lepisma, lo hago en modo cinematográfico: plano, contraplano, travellings, Don Quijote en tres cuartos, Cthulhu en plano holandés o aberrante, Leopoldo Bloom en plano secuencia, Kurtz, un semidiós en contrapicado, y los crímenes de Rodión Raskolnikov ejecutados como una sequenza lunga. Es más, como siempre busco la música más adecuada para cada lectura, puede decirse que le añado banda sonora.
—Pues yo cuando leo no me lo imagino como ninguna película —me explicaba— Pgincipalmente pogque nunca he visto ningun laggometgaje —pese a que él ya había nacido en España seguía teniendo ciertos problemas con la pronunciación de la erre— así que yo lo visualizo como si fuera una obga de teatgo y de paso me cago en el padge de los hegmanos Lumière.
Sonreí y estuve a punto de decirle que ya había escuchado antes ese exabrupto, y precisamente en una película: en El viaje a ninguna parte de Fernando Fernán Gómez. Sin embargo permanecí en silencio: tenía entendido que había heredado la pasión de su bisabuela por sustraer material de oficina y también sabía que había desaparecido un abrecartas del despacho del Dr. Tovar, así que era mejor no enfadar a Sigismond, que menudos son los Lapanoche.
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