A su manera los pececillos de plata son unos animales rumiantes, y antes de que salte indignado un entomólogo a enmendarme la plana, aclarar que me refiero a la segunda acepción que la RAE da al verbo rumiar: Considerar despacio y pensar con reflexión y madurez algo. Tras devorar un libro, Lepisma me explicó que pasan horas digiriendo su contenido, ya que como he comentado en alguna ocasión, este pasa a formar parte del ADN del insecto. El resto de día lo pasan durmiendo o haciendo pasatiempos, a los que son muy aficionados.
Aún recuerdo que cuando en el instituto supe que teníamos que leer esta obra de Camilo José Cela no pude evitar un gesto de fastidio. Creía que sería un auténtico peñazo, basándome en mis prejuicios juveniles ante cualquier lectura impuesta, y en que la película me había aburrido tanto que no había aguantado más de quince minutos y es que, más pequeño aún, había empezado a verla pensando que un largometraje con José Luis López Vázquez, Concha Velasco, José Sazatornil y un largo y glorioso etcétera, y además basado en la novela de un señor al que había visto en televisión afirmando ser capaz de absorber 1’5 litros de agua de un solo golpe por vía anal, debía ser de mucha risa… y no, a mi yo de diez años no se lo había parecido. Y si no hubiera sido porque en casa teníamos la edición de Círculo de Lectores (sí, con la portada sacada de la película), posiblemente me lo hubiera montado para hacer el trabajo sobre el libro sin ni siquiera haberlo leído, que no hubiera sido la primera vez. Pero decidí darle una oportunidad y lo leí.
Me encantó.
No recuerdo ni qué nota saqué pero sí que supe de inmediato que se iba a transformar en uno de los libros de mi vida y el inicio de mi afición por esas historias que se componen a su vez de otras historias entrecruzadas, y sin embargo, entonces no acabé de entender el fragmento que hablaba de aquel hombre que se suicidó porque olía a cebolla: de hecho no capté todo su significado hasta ayer mismo, final de mes, cuando fui a comprar ingredientes para hacer bacalao encebollado, y el dinero sólo me llegó para comprar la cebolla.
No me hizo falta rumiar demasiado para entenderlo.
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