Cuando un airado Yahvé lanzó su famosa maldición «Ganarás el pan con el sudor de tu frente”, se refería únicamente a Adán, por aquello de morder una manzana prohibida; sin embargo la hormiga, la abeja (hembra) y el castor, entre otros seres que pasaban por allí, se dieron por aludidos y desde entonces también se sienten obligados a trabajar por mandato divino.
Sin embargo los animales que en ese momento se encontraban en el otro extremo del Jardin del Edén, al no percatarse de la escena ni oír la voz de Dios, por atronadora que fuera, continuaron viviendo ajenos a las responsabilidades y dedicándose al dolce far niente: uno de ellos pasó a ser conocido como perezoso; a otro dejaron de llamarlo abejo para ser rebautizado como zángano; otra, la cigarra, sería conocida por protagonizar una fábula junto a la hormiga, y en cuanto a un insecto que por su curiosa forma hasta entonces era conocido como pececillo, a partir de entonces se le añadió el apelativo de plata, por aquello del lujo de vivir sin dar un palo al agua. El nombre de pila del bicho en cuestión era Melquisedec Saccharina, antepasado de ya sabéis quién, y también acabaría siendo expulsado del Paraíso, por lo que su destino se ligó al del ser humano y desde entonces habita en sus casas y en sus bibliotecas. El pececillo argénteo no fue castigado por comer fruta, sino por obligar al mismísimo Jehová a reescribir por cinco veces el Génesis: tantas como Melquisedec, adicto al sabor del papel, se había comido el manuscrito bíblico a escondidas del ojo que supuestamente todo lo ve.
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